Por: Ricardo Robledo
En sus obras “Sobre el estado” y “El estado y la revolución”, Lenin deja claro como este es el mecanismo por medio del cual las clases dominantes oprimen a las clases explotadas. No puede haberlo definido mejor un uribista admirador del paramilitarismo, al referirse a la muerte de los líderes populares, con orgullo en su voz: ”eso es Duque actuando, esta ya no es la falsa paz de Santos”. Al que esperaba algo diferente de este tipo de gobiernos, se le recomienda la lectura de estos libros.
Ante estos crímenes, el gobierno ha anunciado que va a activar los mecanismos de protección a personas amenazadas. En el programa radial de Caracol de la mañana, dirigido por Darío Arizmendi –el mismo de Panama papers- justifican, con cierto regocijo, que en el país hay muchas personas para proteger, como banqueros, industriales, políticos, que suman más de 7.000 y que no alcanzan los recursos para cubrir a todos los que están en riesgo, siguiendo una perversa ecuación según la cual, la vida de unos cuantos potentados es mayor que la vida de miles de campesinos y ciudadanos. Esa es la expresión de su nula concepción humanista.
En uno y otro caso, ni una palabra seria de repudio, de condena o de investigación. La posición gubernamental es como si se tuviera una tubería rota y la medida es anunciar que se van a comprar muchos recipientes para recoger el reguero. En el fondo, prometen actuar ante las consecuencias, pero no sobre las causas. Con la profundización en las indagaciones o el salirse por las ramas, se colocan en evidencia.
Se acuñan nuevas palabras, como “las masacres de baja intensidad”; las que se ejecutan en Colombia contra la izquierda, son muy parecidas a las que afectan al heroico pueblo palestino, nadie en el mundo podrá impedirlas. Excepto por lo que está claro: sólo el pueblo salva al pueblo.
Si se entiende que el estado es un mecanismo de la lucha de clases, se comprenderá que el gobierno uribista va a beneficiar a quienes lo impusieron. De ahí la importancia de la desobediencia civil en la búsqueda e implementación de un gobierno propio, en el que se constituyan todas las instituciones autónomas necesarias para que vayan administrando a favor del pueblo por la soberanía nacional y la fraternidad regional y mundial. Romper el cerco a Venezuela es un deber para el que no hay que esperar a que la oligarquía dé el permiso.
Por esto va quedando claro que la alternativa a la guerra no es la paz, es la revolución. La paz no es una concesión de la oligarquía o de la mafia; es una necesidad del pueblo colombiano y de los pueblos del mundo. No hay que esperar a que las clases gobernantes digan cuando dan la autorización, cómo se hará y cuál es su alcance.
La izquierda y el pueblo colombiano deben dejar atrás su obediencia secular a la oligarquía y superar su honesta ingenuidad política que se queda en denuncias, tal vez esperando conmover con argumentos, el corazón de los opresores. Ellos sólo entienden un lenguaje: el de sus intereses económicos. En la sociedad de clases, la razón no da el poder, este lo ejerce el que tiene la fuerza para imponer su razón.
En la sociedad de clases, como la colombiana, la democracia del opresor sólo sirve para dar discursos en la ONU, en las fechas nacionales o en los actos oficiales.
Julio 14 de 2018


