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El doping electoral

Por: Ricardo Robledo

La derecha es tan recurrentemente fraudulenta que permite que a una nota se le pueda mezclar un título así. De niños nos decían que sobre una mentira había que poner otra mentira, por lo que era mejor decir la verdad de una vez; al final uno terminaba cabizbajo, confesando las pequeñas travesuras: “sí, yo fui el que se comió las galletas”. Esto en las familias de los barrios populares en donde nos enseñaron unos valores éticos.

Los acontecimientos que están reventando ahora en la política colombiana, corresponden a denuncias de vieja data. Ese ha sido el tema de exposición y agitación de la izquierda durante toda su existencia y de los luchadores libertarios a lo largo de la vida republicana.

Que son corruptos, que se enriquecen con los dineros públicos, que se roban las elecciones y se eligen fraudulentamente, que nadan en la impunidad, que matan a los líderes sociales, que “voletean” y desplazan a los campesinos para quitarles las tierras, que asesinan a los opositores políticos, que traicionan al país negociando la soberanía, que engañan y constriñen a los electores, que el narcotráfico y los negocios ilícitos dominan a la política nacional.

Es así como el proyecto bolivariano, fue perseguido, derrotado y desmontado; un país manejado con masacres; han quedado en la memoria, los dolorosos reclamos de Jorge Eliécer Gaitán por la persecución y muerte de sus seguidores desde la primera mitad del Siglo XX, crímenes que desembocaron en el periodo conocido como la Violencia, perversamente planificado para transformar a Colombia de país agrícola, al modelo de urbanismo irracional, pero lleno de despojados convertidos en consumidores. Ahí quedó demostrado que la propiedad privada es sagrada, sólo cuando está en manos de los ricos.

El sacerdote Camilos Torres Restrepo, muerto en combate hace más de cincuenta años, dijo: “el que escruta elige”. Ya la sabiduría popular comentaba que “la ley es para los de ruana”

Que la ventanilla siniestra, que la operación avispa para las elecciones, que hay enriquecimiento ilícito, que hay bonanza marimbera, que el proceso ocho mil, que la parapolítica, que la Yidispolítica, que el Ñoño Elías, que Reficar, que Odebrecht, que dineros narcos en las elecciones; que la condena, fuga y denuncias de Aida Merlano por la compra de votos, que continúa hoy con la Ñeñepolítica. Todas, conocidas prácticas que han sido empleadas por las élites políticas.

Lo que pasa es que ahora estos procederes delictivos revientan por su propia podredumbre y cinismo. También porque debe haber poderes que quieren que estas denuncias prosperen y que buscan separarse de la narcopolítica porque saben que es mucho lo que tienen que perder si el pueblo abre los ojos por sí sólo.

Un sector de la izquierda advertía, desde la década de los noventa, que había que trabajar mucho para que la oligarquía no perdiera el poder con los narcotraficantes, como en efecto ocurrió. Este negro periodo dejó claro que de la mano de la mafia, sus testaferros y sicarios, es iluso esperar la construcción de una nación democrática, de un estado de derecho o de una constitución republicana. De tantos malabares con la suma de mentiras, se les cayó la estantería y quedó al desnudo su nefasto proyecto de país ilegal.

La sociedad colombiana llega tarde a esta percepción de la corrupción política por varias razones. Una, por el poder económico, político, militar y social de los narcotraficantes; otra porque la oligarquía y el imperialismo se les sumaron – y apostaron mal- esperando obtener una derrota definitiva de la izquierda, por lo que permitieron el continuo asesinato de líderes esclarecidos que hubieran aportado salidas democráticas para el país; y muy particularmente por el estado de postración al que fue conducido la izquierda por sus opciones y definiciones, por la represión, el bloqueo, los medios, el sectarismo, el asilamiento del pueblo y de la filosofía.

Volviendo al título de esta nota, es claro que cuando se comprueba que algún deportista salió ganador por uso del doping, es descalificado y el que haya quedado de segundo debe ser considerado como el real campeón. Aunque el proceder ilegal haya ocurrido sin el consentimiento del competidor, haya sido responsabilidad del técnico, del preparador físico o del cuerpo médico, la sanción es para todo el equipo.

Por eso es que el delito de la compra de votos funciona como un doping electoral.