Por Gonzalo Salazar
Una de las dificultades, de las fallas del pensamiento feminista es creer que el problema de la violencia de género es un problema de los hombres y las mujeres. Y en algunos casos, hasta de un hombre y una mujer. Y yo creo que es un síntoma de la historia, de las vicisitudes por la que pasa la sociedad. Y ahí pongo el tema de la precariedad de la vida. La vida se ha vuelto inmensamente precaria, y el hombre, que por su mandato de masculinidad, tiene la obligación de ser fuerte, de ser el potente, no puede más y tiene muchas dificultades para poder serlo.Rita Segato.[1]
La división sexual del trabajo, las religiones monoteístas misóginas, el sometimiento de las mujeres por los hombres,las familias, las sociedadesy las culturas patriarcales, han moldeado históricamentelos cuerpos y el espíritu de las mujeres, han reducido sus vidas al cumplimiento de los roles de madres y esposas sumisas obedientes, cuidadoras de las familias y de los hombres, considerándolas débiles, pequeñas y poco inteligentes; mientras definían a los hombres como fuertes, inteligentes y autónomos; pero el capitalismo convirtió a la mayoría de ellas –las pobres- además de instrumentos de reproducción y de placer, en fuerza de trabajo industrial de segunda categoría, en maniquís y en consumidoras, multiplicando su discriminación, su opresión y explotación.
Sin embargo, a nivel internacional las mujeres, especialmente las trabajadoras de las periferias, tanto las asalariadas como las del hogar, sin perder su feminidad y ternura, siempre han buscado su emancipación como verdaderas Sujetas autónomas, mostrando sus cualidades intelectuales, sus capacidades creativas, físicas y afectivas, no solo su independencia económica y la libertad sexual, que corresponden al concepto de “liberación femenina” en el capitalismo.
Produce cultura en el sentido humano, marxista, porque produce valores de uso en el trabajo doméstico aunque sea bajo explotación patriarcal. Existen muchos indicios que sugieren que los principales avances en la cultura de la antropogenia fueron obra de la mujer, desde la domesticación del fuego hasta el conocimiento de las plantas, raíces, pequeños animales, así como la primera cestería, textiles y cerámica; o en todo caso tales avances se realizaron en sociedades matrilineales, sin dominación patriarcal.
Produce placer en el sentido pleno del término, no en el pobre sentido del placer patriarcal centrado en su sexualidad masculina, falocéntrico. Al margen de las sucesivas formas históricas de familia, los cuidados maternales con su afectividad en la primera crianza hasta las relaciones interpersonales durante la vida, este proceso es básico para garantizar un mínimo de felicidad y de placer. [2]
El Estado capitalista masificó el trabajo de las mujeres en la producción en los últimos 70 años, amplió los programas de atención en las guarderías y jardines infantiles, -utilizándolas a ellas como únicas cuidadoras- reglamentó el control prenatal y posparto para asegurar la reproducción de la fuerza de trabajo; las reconoció como sujetos de derechos, obligado por las luchas de ellas como trabajadoras, como madres, como mujeres, como sujetas políticas; les ha abierto las puertas a la “participación” política dentro de sus instituciones, reconociéndoles algunos derechos liberales (al voto, a la educación, a la independencia económica, a conservar sus propios apellidos), pero el mercado las mantiene esclavas del consumismo con el sexismo, la cosmetología y la moda, utilizando la tradición machista patriarcal de la sociedad de mercado, que sigue considerando a la mujer como un delicado y exquisito maniquí que no puede envejecer ni engordar pero que la obliga a competir con los hombres bajo la falacia de la “liberación” femenina, en la supuesta independencia económica e igualdad frente a los hombres.
En esta competencia el capitalismo excluye, oprime y explota por igual a hombres y mujeres, las obliga a ejercer las mismas funciones, les brinda las mismas “oportunidades” de prepararse laboralmente, las involucra en las mismas actividades de violencia, egoísmo y corrupción de quienes mantienen el poder político y económico, les hace creer que si participan en la política burguesa van a obtener y defender sus derechos de género. Esta situación afecta directamente a las mujeres de los sectores populares, sobre todo a las más pobres, a las obreras, a las campesinas, a las amas de casa, a las del rebusque en el reciclaje o en la venta callejera que no tienen seguridad social, ni la formación académica que exige el mercado y la política del Estado para ejercer esos derechos.
En realidad, el capitalismo además de ser incluyente, es igualitarista, pretende que varones y mujeres sean iguales como consumidores, como mercancía laboral, cuando lo que hay que incluir es el respeto por las diferencias, por la diversidad en las formas de ser, de expresarse, de pensar y sentir de cada uno de los individuos femeninas y masculinos y de las comunidades en la sociedad (independiente de su color, de sus gustos sexuales, de sus creencias y/o de sus culturas) en una sociedad equitativa. El hecho de que haya supuestas representantes de las mujeres en la administración del estado y en la dirección de las empresas privadas -la mayoría provenientes de las clases alta y media- no indica que todas las mujeres se hayan empoderado de su dignidad y capacitado académicamente para ejercer esos cargos; pues muchas veces las mujeres de origen proletario acceden a cargos directivos con mucho esfuerzo, enfrentando el chantaje sexual, la exclusión de género, étnica y económica ejercida por empresarios y políticos corruptos, sin poder cambiar sus entornos autoritarios machistas patriarcales. Sin embargo, siguen siendo pocas las que se nombran por sus cualidades científicas, intelectuales y artísticas, aunque en estas categorías sobresalen en los medios masivos de desinformación, mayoritariamente las de clase media y alta –blancas, occidentales de los países centrales- porque tienen más oportunidades económicas y sociales como clases y/o razas superiores en los ámbitos de la colonialidad; por otro lado, muchas mujeres de clases altas y medias que cuentan con recursos para pagar a otras mujeres por los trabajos que en su rol de género les tocaría realizar en esta sociedad patriarcal (el mantenimiento, arreglo de la casa, la crianza de sus hijos) se creen más “libres”, porque tienen trabajos mejor remunerados, pero no tienen en cuenta la explotación y abusos que ejercen sobre las mujeres que les sirven.
En Europa y en el resto del mundo existieron y viven mujeres luchadoras por la justicia social, la libertad y la dignidad, recordando la incineración provocada de 130 trabajadoras en una fábricade Nueva York en 1908, activistas políticas como Flora Tristán, Rosa Luxemburgo Clara Zekin;las Hermanas Mirabal –asesinadas por la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo en República dominicana en 1960- y muchas otras, comprometidas en la defensa de la diversidad cultural y ecológica como la indígenaBerta Cáceres y la sobreviviente india Vandana Shiva.
A las mujeres en emancipación se les reconoce en la lucha por sus derechos sexuales y reproductivos, simultáneamente por la defensa de los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales de sus comunidades y pueblos, vinculadas a la defensa de los derechos humanos, laborales y políticos, especialmente en la periferia (sur y oriente) dentro y fuera de la institucionalidad capitalista.Internacionalmente, desde mediados del s. XX las mujeres de clases altas y medias visibilizan sus capacidades políticas y administrativas en el Estado y en el sector privado, desde Europa con la Tacher inglesa en los 80, a la canciller alemana Angela Merkel, con los compromisos de clase de la que han sido y representado, han ejercido y dirigido el neoliberalismo contra hombres y mujeres de sus propios países y contra los pueblos de su periferia colonial, donde la pobreza tiene nombre de mujer; pasando a la periferia con la presidenta de la India Indira Gandhi (1917-1984), con la filipina Corazón Aquino, la pakistaní BenazirBhuto y a otras anteriores, que solo obedecieron a los mandatos del imperialismo, conservando las estructuras económicas y sociales de sus países, donde el autoritarismo, el machismo patriarcal y la religión misógina son la base cultural y política de esas sociedades, en las que las mujeres pobres o de “castas inferiores” tienen poco valor y menos derechos; sin olvidar a la sionista israelí GoldaMeir, que durante su mandato continuó reprimiendo y masacrando al pueblo palestino, donde la mayoría de las víctimas fueron y siguen siendo las mujeres, niñas y niños.
En Latinoamérica, en el siglo pasado, también ha habido mujeres en los gobiernos de algunos países, desde la Violeta Chamorro de Nicaragua, la panameña Mireya Moscoso, ejerciendo con la misma obediencia los dictados del imperio norteamericano contra sus pueblos y contra las mujeres, a veces sin quererlo. En el presente siglo las corrientes de izquierda y progresista latinoamericanas han llevado mujeres a la dirección de varios gobiernos en países y ciudades: Cristina Fernández, Dilma Rousef y la chilena Michelle Bachelet, ellas muy inteligentes, valientes, tratan de mejorar no solo las situaciones económicas de sus países, sino también las condiciones sociales y económicas de sus mujeres, algo digno de reconocerse, pero no pueden cambiar sustancialmente las estructuras socioeconómicas de sus países, fundadas en el autoritarismo, el patriarcado y la dependencia; porque obedecen a intereses económicos (transnacionales, BM, FMI, BID, OMC), políticos e ideológicos de clase, religiosos y de partidos que conservan toda la estructura cultural-colonial occidental, de las que es parte la concepción patriarcal de las mujeres, pues además, generalmente las élites dirigentes de derecha e izquierda en su gran mayoría están integradas por hombres defensores del patriarcado. Estas corrientes, sobre todo en los casos más “radicales”, los gobiernos de Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, son tan machistas como sus pares de la derecha, (incluso algunos misóginos que creen mandar sobre los cuerpos y las mentes de las mujeres), así incluyan mujeres en sus gabinetes, pues la derecha también lo hace en muchos países del mundo como en Colombia.
Sin embargo, las mujeres siguen siendo violadas, abusadas, acosadas sexual y laboralmente, generalmente las de estratos bajos; las religiones misóginas confesionales las sigue sometiendo con el chantaje moralista, frente al aborto, el matrimonio y la familia nuclear patriarcal; las pobres siguen siendo más pobres, explotadas, desplazadas y tomadas como botín de guerra de todos los bandos; siguen siendo en muchos casos, las que sostienen el hogar, combinando el trabajo de la casa con el de obreras, empleadas, campesinas jornaleras, en el rebusque, trabajando más que los hombres ganando menos que ellos, o sin ganar si trabajan en sus hogares como cuidadoras; son las que paren hijos para la guerra fratricida que mata a lo mejor de nuestro pueblo. Siguen siendo las que luchan contra la violencia, la opresión, la discriminación y el patriarcado, muchas veces adelantándose a los hombres, como lo hicieron la cacica Gaitana, Manuela Beltrán, Manuela Sáenz, Polonia Palanquero, Catalina Mulata, Nicolaza Jurado, María Zabala por la independencia del imperio español; Betsabe Espinosa, Julia Guzmán, Felicita Campos, Josefa Blanco, Petrona Yances, obreras y campesinas luchadoras junto a los hombres contra los terratenientes y las multinacionales (Bananeras) y empresas industriales y la represión del Estado. Débora Arango (artista plástica), María Cano (dirigente política) y muchas que lo hacen desde el arte, la literatura, el deporte, la lucha gremial y política, actividades que realizan tanto y hasta mejor que los hombres, sin olvidar los cientos de miles de indígenas, negras y mestizas anónimas que continúan luchando desde sus territorios por tierra, autonomía, cultura y dignidad, contra la sociedad autoritaria y el Estado patriarcal.
Las mujeres solo valen para el capitalismo como mercancía, como fuerza de trabajo, como instrumento de placer, como consumistas y consumibles, porque con sus cuerpos -cubiertos o desnudos- a través de los medios masivos de propaganda, los concursos de belleza, explotando su sensualidad y sexualidad, (pornografía y prostitución que los capitalistas le dan el status de empleo o profesión) venden todo tipo de productos, hasta su propia imagen de mujer “liberada”. En esta sociedad machista, la formación temprana de los individuos la ejerce la familia, y la responsabilidad recae, tradicionalmente en las clases pobres, en la mujer, que en la inmensa mayoría de los casos resulta ser tan machista como los varones en la crianza de sus hijos, -reproduciendo el mismo modelo patriarcal de familia y de sociedad que ésta le ha impuesto- pues ella ha sido educada por la familia y la escuela para desempeñar su rol de esposa-madre como única forma de ser mujer, para obedecer, cuidar y complacer a sus primeros amos que son su padre y sus hermanos, luego a su marido, sus hijos, a su patrón, a su jefe y al mercado.
Las telenovelas, las revistas de farándula y de modas (impresas y virtuales), la propaganda, incitan a su audiencia masculina y femenina a preocuparse por su apariencia física, por la moda, las joyas, por la vida de lujos y derroche de las celebridades de occidente, por príncipes, princesas, deportistas y actoresexitosos, por los magnates que viven en sus mansiones y yates disfrutando los placeres que les procuran el poder y el dinero, escenarios en que las mujeres son objetos decorativos y de consumo; estos paradigmas de “bienestar y felicidad” están dirigidos especialmente hacia las mujeres de todas las clases sociales, donde las claves para ser exitosas son el matrimonio, la fidelidad y el consumismo.
Las mujeres son la mitad de la humanidad, de la vida, tan valiosas, valerosas y capaces como sus pares masculinos; ellas están en lucha contra el autoritarismo, el machismo y el patriarcado en las familias, en las comunidades, en las organizaciones políticas, en las empresas públicas y privadas, en la sociedad, en la educación; ellas están recuperando la propiedad de sus cuerpos que es su primer territorio. En los 60 del siglo pasado el gran movimiento mundial de la juventud, tuvo entre sus protagonistas a las mujeres, en la lucha por la liberación sexual, la planificación familiar el aborto voluntario, contra el matrimonio -que los maltusianos han utilizado para controlar el crecimiento de la población-.
El feminismo como movimiento mediático “radical”–igual que el machismo- ha sido promovido y manipulado por sectores económicos y políticos –a través de la ONU, ONG, personajes de la farandula y algunos/as intelectuales- de gran poder global,dirigiéndolo especialmente hacia las mujeres de las clases medias urbanas, para profundizar la división y el enfrentamiento de la sociedad y la familia sin permitir la identificación del Estado y el sistema capitalista comomantenedores y beneficiarios de este proceso, pues la cultura violenta difundida por los medios masivos de desinformación y la enseñanza de las historias –nacional o “universal”- tergiversadas y fabricadas por sus eruditos, (cuando no son negadas u ocultadas) cimentadas en la violencia como factor determinante en el desarrollo de la civilización, conducen a la atomización de la sociedad, al escepticismo, al nihilismo frente al maltrato, el abuso, la estigmatización y la exclusión de personas y sectores sociales como son los casos de las mujeres, los indígenas, los negros, los/las homosexuales y las llamadas minorías; sobre ese esquema es que se imponen infinidad de categorías sexuales, modas, tendencias y adicciones que desvían la atención de las personas y comunidades -sobre sus propias identidades o necesidades- hacia objetivos consumistas, fascistas, egoístas.
En el mercado todas las mercancías se venden con la envoltura del sexo, que es otra mercancía, aunque para ello utiliza tanto hombre como mujeres, sin embargo, son ellas el principal instrumento audiovisual que induce la sensación de placer y felicidad en los consumidores cuanto más explícita sea su presentación en la propaganda o en los medios
El feminismo restaurador de los derechos y valores femeninos, de mutuo respetoentre hombres y mujeres, es emancipador, lo deben ejercer con convicción los varones y mujeres demócratas, socialistas, comunistas, anarquistas, humanistas, que realmente quieran transformar al mundo, contribuyendo a la liberación de las mujeres y los hombres; igualmente, un futuro Estado en transición, en una nueva sociedad justa y solidaria, deben procurar las políticas educativas formativas, los medios jurídicos e institucionales para el pleno ejercicio de la equidad de género y la participación de las mujeres en todas las actividades económicas, políticas, sociales y culturales como ejercicio del respeto y por los derechos de las mujeres.
La época de los 60 y 70 fue escenario de múltiples luchas, la de liberación femenina por los derechos de las mujeres, fue la más importante y de mayor contenido antisistémico, movimiento que conmovió a toda la humanidad, avanzando de una concepción medieval del papel de la mujer sin derechos ni valor, a la modernidad, al reconocimiento por la sociedad y auto-reconocimiento por las mismas mujeres de sus dignidades, sus derechos y capacidades: derechos a disponer de sus cuerpos, a la igualdad con los hombres en todas las actividades políticas, sociales y culturales. Este movimiento también inicia la lucha por la liberación de los hombres del machismo y el patriarcado que les resta sensibilidad, sensualidad, afectividad, felicidad y humanidad, por los derechos civiles y por la liberación nacional de varios pueblos de Asia, África y América Latina y El Caribe.
En una sociedad democrática, justa, equitativa, solidaria, sería absurdo un movimiento feminista, pero hoy, en el capitalismo, es tan importante, revolucionario y necesario en la construcción y conducción de un mejor país, como cada uno de los movimientos y sectores populares comprometidos en este proceso que requiere superar la dominación, el patriarcado y el autoritarismo en las relaciones humanas, es prioritario frente a las transformaciones meramente económicas. La democracia no es solo el ejercicio de la autonomía individual y colectiva, de definir y participar sobre y en la economía o la política, en que las mujeres lo hagan en número igual con los hombres en todas las actividades económicas y sociales, en los cargos políticos, jurídicos y administrativos; la democracia, el respeto y la igualdad deben empezar en la cama, en la casa, en las relaciones de pareja, en la familia, en la comunidad local, en la escuela, en los sitios de trabajo, en las organizaciones políticas y sociales, pues en una democracia verdadera no debe haber espacios vedados para la justicia y el respeto, cuando se trata de maltrato oviolencia –verbal, física y/o sicológica- originada en la dependencia o en la dominación de un sexo o de un género sobre otro, en este caso sobre las mujeres, sea en el hogar o en cualquier sitio público o privado; este comportamiento debe ser tratado como un problema social por la comunidad y las autoridades, no solo con la represión, sino, con educación, garantía de igualdad en derechos, independiente de su sexo o gustos sexuales y respeto a todos y cada uno de los ciudadanos y ciudadanas como seres humanos iguales.
Las mujeres de los sectores populares son los nuevos sujetos o sujetas, que solo unidas en la lucha política como sector social y de clase con los varones, en igualdad de condiciones políticas, económicas, sociales, culturales, libres y dueñas de sus pensamientos, de sus cuerpos, de su sexo, podremos alcanzar la justicia, la libertad y la felicidad en nuestro país y en el mundo. Aunque existen gran número de organizaciones femeninas y feministas, (ecofeminista, de economía solidaria, de asistencia social, culturales, defensoras de derechos humanos) algunas con identidad política de izquierda, no se visibiliza un fuerte movimiento feminista integrado por hombres y mujeres, que plantee cambios, y políticas de equidad de género y social, integrado por víctimas del modelo económico, del conflicto armado, del machismo y del patriarcado; siguen siendo algunas mujeres feministas de clase media, aisladas, luchando contra los hombres, las que predominan en el discurso mediático, que lo hacen sin cuestionar a fondo los modelos de familia, sociedad y cultura. Sin embargo, en las organizaciones políticas y sociales populares ellas siempre están presentes, solidarizándose, movilizándose, orientando, proponiendo, aunque el autoritarismo, el machismo y la concepción patriarcal en la izquierda en muchos casos predominante, impide la emancipación efectiva de hombres y mujeres; pues la mayoría de los hombres de izquierda y revolucionarios no se excluyen del comportamiento machista autoritario contra las mujeres, como el abuso, el acoso, el chantaje sexuales y el sometimiento político e ideológico de las mujeres a las supuestas capacidades “superiores” de los varones en los hogares, en el trabajo, en las organizaciones políticas y sociales.
La izquierda colombiana, integrada en su mayoría por hombres masculinos, como parte de la cultura occidental, es patriarcal y autoritaria, pues su base teórica e ideológica procede en gran parte de los pensadores -también masculinos- europeos críticos del capitalismo, el contexto de su formación es el sistema capitalista, y su praxis se realiza en territorio colonial con una sociedad inequitativa, una oligarquía cipaya dependiente y por lo tanto autoritaria, sexista y represiva que impone a través de sus instituciones su poder y su visión colonial. El patriarcado y el racismo son esenciales en los patrones de dominación colonialistas y confluyen en la opresión, especialmente sobre las mujeres, pues en conflictos como el nuestro, ellas como eje principal de la familia, son las que sufren las peores consecuencias de la violencia contra las comunidades, pues además de la masacre de sus hombres –padres, hijos, compañeros, vecinos y hermanos- del desplazamiento y el despojoson tomados sus cuerpos como botín sexual de guerra por los agresores de todos los bandos y ninguneada por el Estado.
El problema de la mujer no fue abordado a profundidad por Marx ni por el marxismo clásico que estudió su relación con el trabajo productivo industrial, o sea, desde la economía, no desde la antropología, ni con el conocimiento de las culturas y de las historiasde la periferia neocolonial, pero sí desde la perspectiva masculina patriarcal eurocentrista. Aunque no es propósito de este trabajo desarrollar la critica a Marx y el marxismo, es importante conocer las opiniones de las propias mujeres sobre los conceptos que desde la teoría los grandes dirigentes e intelectuales han elaborado en torno a los roles que las mujeres han desempeñado en la historia, en la familia, en el trabajo y en la sociedad;
Al celebrar la industria moderna por liberar a las mujeres de las cadenas tanto del trabajo doméstico como del régimen patriarcal y por hacer posible su participación en la producción social, Marx supuso que:
- a) las mujeres nunca antes se habían involucrado en la producción social, es decir, el trabajo reproductivo no debería considerarse una labor socialmente necesaria;
- b) lo que ha limitado en el pasado su participación en el trabajo ha sido la falta de fuerza física;
- c) el salto tecnológico es esencial para la igualdad de género;
- d) lo que es más importante, en anticipación de lo que los marxistas repetirían por generaciones: el trabajo fabril es la forma paradigmática de producción social, en consecuencia, la fábrica, no la comunidad, es el sitio de la lucha anticapitalista. Federici 2017[3]
Esta es una opinión que se ha venido generalizando dentro del pensamiento crítico, que reivindica el papel de la mujer en la sociedad y al que contribuyen los movimientos feministas,ecofeministas y humanistas, por lo que es indispensable para los/las investigadoras, intelectuales,demócratas y críticos colombianos, profundizar en el estudio del colonialismo, el racismo y el patriarcado, como inherentes a las sociedades de clase, al capitalismo y a la cultura Occidental eurocéntrica, para plantearse la participación igualitaria y decisoria de las mujeres y los hombres, independiente de sus gustos sexuales, en un proceso de liberación y transformación de nuestra realidad económica, social y cultural, en la que es indispensable una masculinidad sensible, solidaria y afectiva con las mujeres, la familia, la sociedad y la naturaleza.
Como lo señala Salleh, todo en Marx establece que lo que es creado por el hombre y la tecnología tiene un mayor valor: la historia comienza con el primer acto de producción, los seres humanos se realizan a sí mismos a través de su trabajo. Una medida de la realización de sí es su capacidad de dominar la naturaleza y adaptarla a las necesidades humanas. Y todas las actividades transformativas positivas se conciben en masculino: el trabajo se describe como el padre, la naturaleza como la madre, la tierra también se concibe como femenina.
Las ecofeministas han demostrado que existe una profunda conexión entre el desdén de los quehaceres domésticos, la devaluación de la naturaleza y la idealización de lo que la industria humana y la tecnología producen. (Federici 2017)
Solo se puede acabar con el sometimiento de las mujeres, el machismo y el patriarcado cambiando los modelos de sociedad y de familia vigentes en los últimos 10.000 años, implica cambiar la mentalidad colonial eurocéntrica y los comportamientos egoístas autoritarios violentos y excluyentes de las personas y grupos humanos; implica reconocer su propia identidad en relación con el otro, la otra o lo-as otro-as, en un plano de igualdad social, de consideración y respeto. Para los movimientos populares transformadores representa asumir una posición política e ideológica humanista, antipatriarcal, anticapitalista, antisistémica, en un proceso decolonial-emancipador.
Diciembre 19 de 2018
[1]Violencia estructural & Violencia de género. Entrevista a Rita Segato por Florencia Vizzi y Alejandra Ojeda Garnero. Rebelion.org 26-09-2017
[2]Debates sobre comunismo Iñaki Gil de San Vicente www.rebelion.org03-06-2017
[3]Debates & Diálogos, Feminismo y marxismo Silvia Federici Viento Sur http://www.rebelión.org 30-09-2017


