Por Gonzalo Salazar
Los modelos económicos, políticos y sociales de países como Islandia, Suecia, Noruega, Dinamarca, Holanda, Alemania, Inglaterra USA o Canadá, nos plantean un desarrollo de la democracia burguesa en medio de la opulencia (alcanzado mediante el despojo, guerras y colonialismo contra los pueblos de Asia, África y América latina en más de 500 años), muchas comodidades, gigantesca infraestructura industrial y de servicios, tecnología de punta (TIC), un gran acumulado de conocimientos, un alto nivel académico y profesional de los ciudadanos, siempre obedientes con el orden establecido. No olvidemos que en esos paísesde Occidente, incluídosBelgica, España y Portugal (muchos enriquecidos con el negocio de la esclavitud y el despojo a otros pueblos) la educación cumple el papel homogeneizador de una cultura y de una ideología que encubre su racismo y niega los genocidios ejecutados por ellos mismos, lleva a sus individuos a autocontrolarse, a autoreprimirse, a vigilarseunos a otros para impedir cualquier disensión o critica al sistema, lo que les hace sentirse “libres y autónomos; incluso equiparan su Estado de Bienestar con un “capitalismo con rostro humano”, supuestamente superior al Socialismo.
La socialdemocracia nos ha querido vender la idea del paradigma del Estado de bienestar estilo europeo como alternativa de desarrollo, -a través de organizaciones y corrientes de “izquierda” eurocéntritas- omitiendo las realidades históricas, económicas, sociales y culturales de nuestros pueblos, diametralmente opuestas a esos países “desarrollados” del norte. Igualmente, los modelos estadounidense y canadiense, los más destructores y expoliadores del continente, por ser nuestros verdugos, son los modelos a imitar que nos muestran los medios masivos de desinformación del capitalismo como paradigmas de democracia, progreso, bienestar y libertad.
Para optar por, o construir un modelo de sociedad equitativa y democrática para nuestros países, es necesario tener en cuenta que los países más “desarrolladosy cultos” de Occidente –Francia, Reino Unido, Alemania y Estados Unidos- en su expansión imperialista, han realizado los más horrendos crímenes contra la humanidad conocidos hasta hoy (esclavitud, genocidio, masacres con bombas atómicas y guerra permanente contra los pueblos) en el siglo XX y lo que va del XXI, con el uso de la ciencia desarrollada por toda la humanidad, con la tecnología construida por sus complejos industriales militares, utilizando los minerales, combustibles y materias primas robadas a los pueblos sometidos por el capitalismo.
Modelos del norte “desarrollado” europeo, que durante la segunda mitad el siglo XXse dirigió a superar la situación de pobreza de sus pueblosy la destrucción de su economía tras las dos Guerras-que ellos llaman mundiales-, que entre los Estados imperialistas triunfantes y sus corporaciones planearon, en lo que se llamó acuerdos de Bretton Woods, (1944) ejecutado por los aliados con el programa de Estado de Bienestar, que incluía la reconstrucción de los países, reactivación y modernización y financiación de la producción industrial, seguridad social y subsidios para los más pobres, como una forma de impedir la disidencia de estos pueblos hacia el modelo socialista que se ampliaba en Asia y Europa del este. En EE.UU. reestructurando su Sistema Mundo, también se utilizó un modelo de “bienestar” para algunas minorías como la población afroamericana, llamada Acción Afirmativa, basada en una ley de 1935, enmarcada en el ámbito laboral (la 4ª Enmienda), ante las movilizaciones de los trabajadores negros en los años 50 contra la automatización y la discriminación racial, junto a otras “minorías” en la lucha por los derechos civiles.
En América Latina no se implementó Estado de Bienestar al estilo europeo o Acción afirmativa alguna, simplemente los regímenes liberales en los años 30 y 40 del siglo pasado introdujeron algunas reformas liberales –intento de una modernidad tardía e incompleta- que para el caso colombiano se concretó en los años 30 y 40, (gobiernos de López Pumarejo) en una legislación laboral que permitió mitigar algunas condiciones de explotación a los trabajadores; reconocía a los sindicatos como representantes de los trabajadores, la jornada laboral de 8 horas, algunas prestaciones sociales. Más adelante algunas reformas que posibilitaban la reproducción de la fuerza laboral en mejores condiciones con la creación del Instituto Colombiano de Seguros Sociales (1946) creación de las Cajas de Compensación Familiar (1954), creación del Instituto de Crédito Territorial para regular el mercado de la vivienda, en los 60, creación del SENA, y el ICBF en 1968; la educación y la salud para los estratos bajos hasta los 70 fueron garantizadas por el Estado, hasta existió un Instituto de Mercadeo Agropecuario (IDEMA, antes INA) que de alguna manera regulaba el mercado agroalimentario. Este modelo liberal que no alcanzó a consolidarse en América Latina se empezó a desmontar a partir de los 80, cuando comienzan las Aperturas Económicas que abrieron las puertas al neoliberalismo.
Las formas de redistribución en América Latina en la segunda mitad del siglo pasado no obedecieron al humanismo de las burguesías, sino, a la presión ejercida por los trabajadores, al miedo a que estos pueblos siguieran el ejemplo de Cuba, y a las necesidades de modernizar las economías para implementar los planes ordenados desde Washington; que en Colombia se plasmó en una industria liviana con poco desarrollo tecnológico, pero con gran apertura para el consumo; que también aprovechó el desplazamiento del campesinado, (generado por La Violencia expoliadora) como mano de obra barata; esto acompañado del plan contrainsurgente Alianza Para El Progreso para ganar la simpatía de otros sectores populares del campo y la ciudad y aislarlos de la insurgencia armada, con un amago de Reforma Agraria (Sincelejo 1968) que fue borrado rápidamente junto a la división del movimiento campesino en el 71 (pacto de Chicoral) ante el auge de las luchas campesinas de recuperación de “la tierra para el que la trabaja”.
Reformas que se tradujeron en un modelo económico de incipiente desarrollo industrial y proteccionista, conocido como Sustitución de Importaciones, propuesto por la CEPAL[1] en los años 50, que se expresó en lo que fuera el Pacto Andino entre los 60 y 80, Comunidad Andina de Naciones CAN a partir de 1997; fue un acuerdo comercial entre cinco países del área andina de Suramérica, inicialmente eran: Ecuador, Colombia Perú, Bolivia, y Chile, luego ingresaría Venezuela, y saldría Chile en 1976 (comienzo de la dictadura fascista). Este grupo de “integración” comercial también llamado Acuerdo de Cartagena, por su fundación en esta ciudad en 1969, se propuso la adopción de un arancel común, la armonización de instrumentos y políticas de comercio exterior y política económica, pero terminó obedeciendo las órdenes de Washington, aceptando en los 80 las aperturas económicas, los TLC, decayendo en los 90 con el intento de imposición del ALCA en el continente, con la resistencia de los pueblos, la consecuente derrota de este proyecto neocolonial y la creación del ALBA por los países progresistas de la región (sin Brasil).
No podemos tomar como referencia de progreso y bienestar los modelos europeo ni norteamericano, ni de lo que fuera el “Socialismo Real”, para el presente, menos para el futuro de nuestros países (así tuviéramos los recursos financieros para hacerlo, o el apoyo ciego de los pueblos), esto implicaría intensificar la destrucción de la naturaleza, llegar a la escala más alta de opresión, explotación, despojo y genocidio a otros pueblos para que una minoría plutócrata y burócrata pudiera disfrutar del desarrollo del capitalismo supuestamente avanzado o de un capitalismo de Estado ya superado, que nos llevaría a reencauchar los centrismos que el capitalismo ha impuesto, a aceptar el poder de los emergentes –BRICS- como paradigmas de progreso y democracia, o a magnificar los experimentos progresistas en América Latina, que en sus presupuestos nunca estuvo la destrucción de las estructuras del capitalismo en sus países. Es más, si queremos cambiar radicalmente esta situación, no podemos pensar en el desarrollo, crecimiento o progreso que nos impuso occidente, sino, buscar el buen vivir deteniendo las dinámicas del capitalismo que destruyen la naturaleza y a la humanidad; la gran minería, el monocultivo y la ganadería extensiva, las industrias contaminantes y peligrosas para los trabajadores, la explotación a los trabajadores, el consumismo; la deuda pública interna y externa, y la dependencia económica, deben eliminarse; los nacionalismos a ultranza, el racismo, el etnocentrismo, el patriarcado, las exclusiones y las opresiones en contra de cualquier sector popular deben desaparecer.
Verdadero bienestar es poder disfrutar de los bienes y placeres que nos brindan la naturaleza, la cultura y la sociedad humanizada; disfrutar del ocio gratificante, enriquecedor cultural y espiritualmente, reduciendo al mínimo el tiempo de trabajo (a menos de 4 horas diarias) producir lo suficiente para las verdaderas necesidades internas; utilizar las tecnologías indispensables y apropiadas, incluso, reducir los índices de crecimiento económico, hasta el decrecimiento debe ser aplicado para la recuperación de los ecosistemas en todo el planeta; el mercado debe ser regulado por los consumidores y los productores directos, emprender campañas de descontaminación ambiental, desintoxicación de la población reduciendo el consumo de medicamentos nocivos y alimentos producidos industrialmente con agroquímicos tóxicos y modificados genéticamente.
En las condiciones de escases en que se encuentran las reservas de combustibles fósiles, el agotamiento de los minerales en los almacenes del suelo y el subsuelo del planeta, la reducida capacidad de regeneración de los campos agrícolas, el deterioro del medio ambiente y la avaricia desproporcionada de los capitalistas por la ganancia, hacen físicamente imposible mantener los modelos de bienestar de las metrópolis capitalistas, como para emular este sistema de desperdicio, explotación, miseria y violencia contra los pueblos del mundo; sobre todo cuando los pueblos de la periferia hemos sido las principales víctimas en este proceso.
El Estado obsoleto debe dar paso a la libre asociación de los productores directos, al autogobierno de las comunidades, con una ética que defienda la dignidad de las persona y de los pueblos; con la cooperación y solidaridad entre los pueblos y entre las personas; buscando eliminar la ley del valor, por lo que no se requerirá de bancos ni de aparatos represivos armados, ideológicos ni judiciales controladores de la comunidad; desmovilizando los ejércitos, eliminando las cárceles; cada comunidad puede proveerse su propia educación y su propio ordenamiento jurídico que dé tratamiento a los conflictos mediante el diálogo, la conciliación, la concertación y el consenso, (mediante tribunales populares que juzguen directamente los crímenes de lesa humanidad y lesa naturaleza); esto podrá parecer imposible hoy, cuando el capitalismo nos quiere quitar la capacidad de sentir-pensar, individualizando los afectos y los sentimientos, secuestrando la esperanza a las personas y a los pueblos; pero los pueblos, los humanistas, mantienen la utopía y hacia ella debemos caminar si queremos conservar la dignidad y la vida en la madre tierra. En síntesis, construir autonomía y Poder Popular Transformador por fuera de las instituciones y de las dinámicas de capitalismo.
Mirando hacia la región, tenemos mucho por aprender, reconocer y, recuperar la memoria histórica de nuestros pueblos, aprendiendo de las experiencias de los pueblos hermanos, del pasado y del presente para equivocarnos menos, sobre todo si tenemos en cuenta las singularidades de cada uno de los diferentes países; pues tenemos la tendencia a confundir democracia y justicia social con reformismo y asistencialismo del Estado capitalista, a identificar participación popular y construcción social con el manejo clientelista politiquero de los gobiernos y los partidos políticos, de los programas de asistencia, quienes definen las cuotas de poder por el número de votos, y no por la capacidad de transformación y autodeterminación de los pueblos; así mismo, muchos confunden progresismo con revolución. Tengamos en cuenta que los partidos políticos nacen con la democracia burguesa para dividir, excluir y controlar a la sociedad y asegurar el poder de las clases dominantes, son parte esencial del Estado moderno, presentados como únicos instrumentos para ejercer la política y la democracia, excluyendo la capacidad político-social de transformación de los sectores populares.
Los modelos de progresismo en la región, en su centralización, parecen dirigirse más hacia un liberalismo que hacia un socialismo de nuevo tipo, con la particularidad de preferir la inversión extranjera extractivista de otros ejes de poder, y aceptar la agenda neoliberal, que los puede llevar a la misma dependencia de la que dicen haber salido. Si los pueblos y sus organizaciones políticas defensoras del buen vivir no inciden en las transformaciones que sus sociedades y países requieren, a lo más que puede llegar este modelo es a un capitalismo de Estado con orientación extractivista pos-neoliberal, (no pos-capitalista) maquillado con un poco de asistencialismo que se agotará en poco tiempo, como se videncia con la caída de los precios del petróleo y de la demanda de materias primas o de las commodities de la actual crisis económica. O sea, estos procesos si no consolidan cambios estructurales pueden terminar en un retroceso histórico y social, como se empieza a evidenciar en Argentina, Brasil, Ecuador Venezuela y Nicaragua.
Nuestro modelo del bien vivir, queriendo que sea revolucionario, tampoco puede partir o terminar como una revolución que cambie unos dominadores por otros, o convirtiendo a las víctimas en victimarios; si bien los pueblos deben juzgar a los criminales de lesa humanidad, de lo que se trata es de eliminar las causas originarias de la injusticia y la desigualdad; o sea, es pasar a otra época de convivencia pacífica y de buen vivir, con base en el respeto, la tolerancia, la alegría y la solidaridad. Por el bien de la humanidad y de la madre tierra, tampoco podemos propiciar la formación de potencias hegemónicas industriales-militares a nombre del progreso o del desarrollo, que opriman, exploten recursos naturales energéticos y mineros destruyendo los ecosistemas, que desplacen y repriman a sus comunidades indígenas y campesinas, que amenacen o invadan territorios de otros países; como de otras formas de capitalismo de estado que oprima y atente contra la libertad y la diversidad cultural de los pueblos en nuestra AbyaYala, ni de bloques económicos hegemónicos que opriman a otros pueblos para un bienestar egoísta, aunque se autodenominen democráticos, progresistas, socialistas o revolucionarios.
No podemos salir de la barbarie construyendo una superestructura, una ideología de superioridad del sur (sur-centrismo), pues estaríamos negando la diversidad, la libertad, la dignidad y la inteligencia de todos los pueblos del mundo; las centralidades de occidente han generado imperialismos, colonialismos, fascismos, racismos y genocidios; si construimos una nueva civilización procuremos que sea de justicia, de solidaridad, de paz con todos los pueblos, que garantice nuestro bien vivir, respetando y conservando la naturaleza, enfocados hacia el biocentrismo con una armonización más equilibrada; sería abrir la puerta al reino de la libertad, como lo pensaron Marx, Guevara, Quintin Lame y Camilo, como lo anhelan los y las humanistas del mundo,
No es éticamente necesario, por las razones expuestas arriba, copiar los procesos que se han venido desarrollando en los últimos 70 años en Europa y Norteamérica (estado de bienestar y acción afirmativa, construyendo gigantesca infraestructura, o centrándonos en el desarrollo tecnológico e industrial, o creando gigantescas corporaciones que acumulen riquezas a nombre de nuestros pueblos. Tampoco podemos reproducir la experiencia de Chile en los 70, de ganar electoralmente el gobierno sin desmontar estructuralmente el Estado, sin ceder el poder al pueblo organizado para una transición; o las que se dieron en Centroamérica en los 80 y 90 mediante revoluciones populares violentas (Guatemala, Nicaragua, El Salvador) que terminaron en negociaciones y revanchas genocidas de las oligarquías y del imperio, volviendo estos pueblos a las anteriores condiciones de dependencia, violencia y pobreza; debemos revisar las metodologías, las visiones los Sujetos, las coincidencias históricas, económicas, políticas, sociales y culturales de esos procesos, en los que clases y sectores populares (campesinos, trabajadores, indígenas, estudiantes …) conformaron frentes políticos y militares, con la participación de sectores de la iglesia católica junto a marxistas y socialdemócratas (con apoyo de la socialdemocracia europea y la solidaridad de Cuba); tampoco podemos comparar o asimilar esas experiencias con las particularidades económicas, políticas y sociales de nuestro país acríticamente.
Situándonos en el contexto actual, en la búsqueda de un modelo propio de país, de socialismo propio o del bien vivir; sobre todo cuando llevamos más de 60 años en la última guerra (con más de un millón de muertos, desposesión y desplazamiento de más de 6 millones de campesinos, con la eliminación física de varias generaciones de líderes populares e intelectuales revolucionarios) tras la toma del poder político del Estado por unas insurgencias y unas izquierdas esquemáticas, divididas, sectarias, mesiánicas y vanguardistas; debemos superar las experiencias de los hermanos centroamericanos y las frustraciones que se dieron en nuestro país y en Suramérica en el siglo XX.
Las revoluciones en Latinoamérica, desde la cubana, la de Nicaragua y El Salvador, que utilizaron la insurrección y la guerra popular de liberación nacional, no fueron (inicialmente) socialistas en la configuración de sus Estados ni en la transformación de sus economías -las centroamericanas- aunque tuvieron gran influencia del marxismo, no se ciñeron a esquemas europeos o asiáticos; aun siendo su base social indígenas y campesinos, no consolidaron una real reforma agraria, no alcanzaron a desarrollar industria propia para generar un proletariado vanguardista, no entregaron ni reconocieron autonomía a las comunidades para que definieran su propio bienestar; tampoco construyeron una nueva economía que pudiera eliminar la aplicación de la teoría capitalista del valor. A excepción de Cuba, los cambios revolucionarios no redujeron el poder del capital imperialista de las transnacionales, ni rompieron totalmente con los organismos financieros y comerciales “multilaterales” de dominación: las centroamericanas no consolidaron un proceso de integración intercultural, económica, social y política regional que rompiera las fronteras políticas de “repúblicas bananas”, impuestas por los colonizadores y el imperio norteamericano, conformando una sola nación pluridiversa o una confederación de naciones, como tampoco lo hicieron los progresistas suramericanos en la conformación de un bloque antiimperialista-anticapitalista..
No hay una sustentación científica, condiciones económicas, sociales y o culturales para definir que el nuevo modelo para nuestro país deba ser el socialismo intentado por la revolución de octubre, la china, la cubana ni de ningún otro ejemplo, que terminaron en el capitalismo de estado, y que se ha intentado realizar en América Latina por las izquierdas eurocéntricas en el siglo XX y lo que va del XXI; además este modelo de socialismo fue diseñado por los europeos en base a sus historias, economías, culturas y sociedades para superar al capitalismo en sus territorios. De igual manera, los experimentosprogresistas de Venezuela, Ecuador y Bolivia, triunfantesmediante la movilización popular pacífica y la participación electoral, de nuevos Sujetos, con discursos autonomistas anticapitalistas, pachamamistas, no logran plasmar en sus sociedades y en sus economías estos principios, (así los hayan incluido en sus Constituciones) como para pensar en que estas experiencias puedan superar el capitalismo, generando un nuevo modelo de democracia radical que conduzca al Bien Vivir que prometieron; estos ejemplos son referentes para tener en cuenta con sus logros y fracasos (tácticas, estrategias, programas, organización) en la formación de un imaginario de mejor país, pero no para copiar nuevos esquemas.
En América Latina y El Caribe ya vivimos desde las izquierdas la difusión de ideologías y propuestas de modelos políticos y económicos basados en experiencias y teorías que venían con la misma concepción de poder y de progreso occidental (aplicados también en oriente), que no pudieron concretarse en un verdadero modelo socialista humanista; pues los dirigentes de esos procesos privilegiaron el desarrollo industrial tecnológico, la acumulación del Capitalismo de Estado y el crecimiento económico sobre la dignidad de la humanidad y la integridad de la naturaleza, a nombre del socialismo y en contra de la voluntad de sus pueblos. De este lado, los intentos de cambio en su mayoría se hicieron mirando el futuro como copia o repetición de las tragedias de otros pueblos, no como creación y construcción de nuestro Bien Vivir, del bienestar o del socialismo, como nos lo propone Mariáteguidesde 1929; “No queremos ciertamente que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano”.
Los aportes teóricos de grandes dirigentes revolucionarios europeos, asiáticos y del resto del mundo, son muy importantes y necesarios por ser análisis, síntesis y aprendizajes de las luchas de sus pueblos, para enriquecer la visión que como revolucionarios o transformadores necesitan tener todos los movimientos sociales revolucionarios y los pueblos sometidos, como el nuestro, pero no son los únicos ni los principales cuando se trata de dar forma y contenido a una teoría, a una filosofía, a un pensamiento propio para la transformación democrática económica, política, social y cultural de nuestras sociedades; por esto repetimos, lo fundamental de esta filosofía está en el conocimiento, el autoreconocimiento y apropiación de nuestras cosmovisiones, historias y culturas; o sea, nuestra identidad diversa, que también incluye elementos culturales de occidente en nuestro mestizaje, tal como lo entendieron Bolívar, Martí, Zapata, Sandino, Guevara y muchos otros, como lo tratan de hacer los pueblos originarios y raizales y las comunidades populares rurales y urbanas, hoy movilizados en nuestra AbyaYala.
En este sentido, los pueblos indígenas con sus luchas por autonomía, por la reconstrucción y defensa de sus territorios, la recuperación de sus culturas, el mantenimiento de la propiedad colectiva de la tierra, su vida comunitaria y respeto por la naturaleza, nos muestran a los demás sectores populares del continente y del mundo, una posibilidad humanista y de reconciliación con la madre tierra. En Chiapas los zapatistas, en Argentina y Chile los Mapuches, en Bolivia, Ecuador y Perú, quechuas y Aimaras, las comunidades Nasa del norte del Cauca en Colombia, asumen posiciones anticapitalistas, antisistémicas, aunque los gobiernos de derecha y progresistas pretendan invisibilizarlos y suplantarlos. Otros sectores oprimidos, reprimidos, excluidos, los piqueteros, marginados, ninguneados por el Estado, se toman las calles en Argentina exigiendo todos sus derechos, proponiendo nuevas formas de organización social y la solidaridad en sus Villas, donde las mujeres son la fuerza de la organización; los Sin Tierra del campo y la ciudad se movilizan en Brasil por la autonomía y la supervivencia con economía de equivalencias y soberanía alimentaria, lo mismo que la juventud trabajadora y estudiantil por la gratuidad del transporte (passelivre); también en las ciudades la juventud se moviliza indignada contra el neocolonialismo y la aculturación (además del desempleo) que se ejerce a través de la educación y de los medios; en Ciudad de México los sectores populares urbanos construyen alternativas económicas y sociales autogestionarias y democráticas por fuera de la institucionalidad del Estado y de las llamadas instituciones internacionales y transnacionales; igualmente en Venezuela los Consejos Comunales (promovidos por el gobierno bolivariano) y el sector cooperativo y solidario con CECOSESOLA nos dan una lección de democracia, autonomía, reciprocidad y mercado justo, de participación y respeto, donde las mujeres cumplen un papel determinante en el trabajo, la dirección y la creatividad. En pequeños espacios, con esfuerzos propios, sin grandes aparatos, sin tutela del Estado ni de ONG ni partidos políticos autoritarios, con democracia horizontal, germina la nueva sociedad.
Estos y muchos más ejemplos en el mundo, como el pueblo kurdo con sus mujeres combatientes emancipadas, nos muestran nuevas maneras de caminar para recuperar la dignidad y la justicia social, como nos lo muestra sencillamente Raúl Zibechi al presentarnos una radiografía de la dependencia y un inventario del acumulado social y político en desarrollo de radicales alternativas autonomistas de los sectores populares en América Latina, dentro de los que el protagonismo lo asumen las mujeres, los jóvenes, junto a los campesinos, indígenas y trabajadores del campo y la ciudad. En todo el mundo los trabajadores y las comunidades populares rurales y urbanas, defienden a muerte sus bienes naturales y culturales comunes, sus soberanías, contra el despojo de las transnacionales y las oligarquías lacayas; las mujeres de los sectores populares no solo defienden sus derechos sexuales y reproductivos, sino también políticos, económicos, ambientales y culturales, desde sus comunidades y organizaciones contra la sociedad patriarcal, construyendo las bases de la nueva sociedad.
Estos sectores sociales aportan elementos antisistémicos a sus movimientos, exigen transformaciones radicales a los estados y a sus sociedades, construyendo simultáneamente instrumentos de poder popular, diferenciándose de sus pares indignados europeos y norteamericanos (Indignados y Okupas) en sus formas de lucha y en sus objetivos, sin demeritar la gran lucha de los indignados del norte que reclaman su antiguo Estado de Bienestar y el respeto que las oligarquías neoliberales les han quitado. Estas rebeldías, estas resistencias articuladas o en unidad política, en nuestra AbyaYala, traducidas en la construcción de alternativas, autonomías y poder popular, nos dicen que está viva la utopía, que es posible vencer al capitalismo.
Gonzalo Salazar, septiembre 12 de 2018
[1]Comisión Económica Para América Latina, fundada por el Consejo Económico y Social de la ONU en 1948


