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¿Derechos, o Hechos?

Por Gonzalo Salazar

El capitalismo, desde la ilustración, con los enciclopedistas y el humanismo burgués, que prometía a través de la modernidad y del saqueo a América, “redimir” a la humanidad con el avance de la ciencia, de la tecnología, el desarrollo de la industria, la libertad de comercio y el impulso a las profesiones liberales, hipócritamente enarbolaba la bandera de la libertad y el progreso para toda la humanidad; un supuesto amanecer después de la larga noche medieval europea.

De esta manera se emprendió violentamente la conquista de otros continentes, nuevos mercados, nuevas fuentes de materias primas y una revolución industrial que liberaría la mano de obra sierva para esclavizarla en los talleres y en las fábricas; impulsó en todas partes cambios económicos y políticos que incluyeron procesos de emancipación y liberación del colonialismo en los siglos XVIII y XIX, siendo la cúspide de este proceso la Revolución Francesa; cuando es vencida definitivamente la vieja sociedad feudal europea, donde es complementado el concepto de Libertad con los de  Igualdad yFraternidad; lema que se traduce en la asignación de derechos a “todos” los hombres -no mujeres-, haciéndolos sujetos “dueños de su propio destino”, en lo que se ha llamado la democracia burguesa. Los Derechos del Hombre burgués, que tradujo don Antonio Nariño como plataforma de su proyecto emancipatorio; derechos que el capitalismo utiliza para movilizar a la sociedad –de las metrópolis centrales- por el “progreso” y la “libertad”, pero también para invadir, despojar y masacrar a los pueblos que poseen recursos naturales y energéticos en sus territorios y no los entregan por las “buenas”.

Libertad, Fraternidad, Igualdad, objetivos solo alcanzables a través del reconocimiento y ejercicio de los derechos definidos por la burguesía europea para quienes sabían leer y escribir, poseían bienes (capital), ejercían profesiones liberales y poder político;derechos que en adelante harían parte de las plataformas políticas e ideológicas de los movimientos sociales, políticos liberales, democráticos y revolucionarios en las luchas por su emancipación y liberación en los siglos XIX y XX. Estos derechos individuales requirieron ser adecuados a las necesidades  del capitalismo imperialista para contener la ola independentista de las colonias, a los movimientos revolucionarios anticapitalistas, que trascienden los límites del liberalismo europeo, transformándolos yobteniendo el reconocimiento “universal”como Derechos Humanos, promulgados por la Organizaciónde Naciones Unidas; instrumento imperialista de control e intervención política y militar creado por los vencedores en las dos guerras “mundiales” de Occidente en el siglo XX, financiado por imperialistas financieros como las familias Rockefeller y Rotschild para consolidar su Nuevo Orden Internacional;al tiempo que creaban el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional para controlar económica y financieramente a los países de la periferia, organismos que son parte de los acuerdos de Bretton Woods (1944) como la declaración de los Derechos Humanos, difundidos y defendidos por organismos internacionales como la Cruz Roja Internacional, Amnistía Internacional y Human RigthWatch; estos además se incluyeron obligatoriamente en las Constituciones Políticas de los países miembros de  la recién creada ONU, ratificándose en convenios como los protocolos de Ginebra, la Organización Internacional del Trabajo, y la Corte penal Internacional como soportesdel Derecho Internacional y Humanitario.

Esos Derechos Humanos han perdido vigencia para la mayoría de los habitantes de la Zona del NoSer, o mejor, nunca han tenido vigencia en los países neocoloniales y dependientes o de las periferias, por lo que es posible para una Internacional de los Pueblos ampliar, profundizar y adecuar  esa vieja Declaración de posguerra a las necesidades de las personas y sectores sociales que fueron ignorados en dicho documento, como los niños, las mujeres, las comunidades y los pueblos indígenas, pues estos sectores y actores sociales necesitan ser visibilizados; hacen falta muchos derechos, porque existen nuevas opresiones y discriminaciones, nuevas y antiguas cosmovisiones que luchan por otro mundo posible que rescatan la dignidad, la libertad y la felicidad que el capitalismo les ha quitado a los ciudadanos y a los pueblos, algunos derechos como del derecho al ocio, a soñar o a la utopía, a la autonomía individual y colectiva que no figuran en dicha declaración.

Además de los derechos Humanos Individuales, los movimientos de liberación nacional, los nuevos movimientos antisistémicos y los pueblos en emancipación que reclaman respeto y autonomía, avanzan en el reconocimiento, respetoy defensa de sus derechos colectivos, económicos, sociales, culturales y ambientales, que toman forma en la conferencia de Argel (1973) con la declaración de los derechos de los pueblos a la autodeterminación en la constitución de los Países No Alineados, en el Foro Social Mundial en foros alternativos, de la mujer, de los pueblos indígenas, de soberanía alimentaria, sobre el medio ambiente, en los foros, declaraciones y escuelas de los zapatistas.

Los derechos en el capitalismo son posibilidades de acceder a beneficios o a bienes materiales, sociales y culturales producidos por la naturaleza y por la sociedad y se traducen en hechos factibles de expropiación o privatización. En la sociedad burguesa el bienestar y la felicidad están supeditados a la obtención de derechos, lo que no implica el ejercicio real y efectivo de estos por todos y cada uno de los ciudadanos, pues entre la enunciación y la realización de los derechos media una serie de condiciones y requisitos de tipo étnico, de género, económico, social, cultural y jurídico para los pueblos de la periferia, que hacen en muchos casos imposible acceder a ellos a quienes por ignorancia de esos mismos derechos, por deficiencias económicas para gestionar o tramitar, o por no formar parte del grupo social o político que administra o posee el poder de ordenar su cumplimiento y respeto. Todas las actividades económicas, políticas, sociales, culturales, individuales y colectivas inherentes al crecimiento personal, al bienestar social, al progreso material, intelectual y espiritual, están mediadas en su realización por los derechos, “garantizados” por el estado capitalista en lo que se ha llamado el Estado Social de Derecho. Por esto los derechos han sido clasificados en primera, segunda, tercera y más categorías, como si estos no estuvieran directamente interrelacionados y supeditados unos a otros con la misma importancia.

Hay un derecho que es la suma de muchos otros derechos: la vida; este encierra derechos tan elementales como el derecho a respirar, el derecho a alimentarse, al placer, el derecho a dormir, etc. sin embargo cuando hablamos de vida digna, entonces tendremos que hablar de otros derechos que hacen posible esa dignidad de la persona humana, y allí tendremos otros como el derecho a la salud, a la educación, a la vivienda igualmente digna, el derecho a expresarse personal, social, cultural, política y hasta sexualmente, a la información, al empleo, a divertirse, a soñar, por no mencionar otros como el delibre desarrollo de la personalidad o el derecho a la intimidad. Lo mismo sucede si definimos el derecho a la paz, a la libertad o a la igualdad; en fin, el llamado Estado Social de Derecho tendría la obligación de garantizar el libre ejercicio de estos derechos a todos y cada uno de las y los ciudadanos con todos los medios políticos, técnicos, logísticos, la infraestructura adecuada y un régimen de plena democracia y justicia social, que también son derechos.

Ahora tendríamos que observar si existió realmente ese Estado Social de Derecho, en qué países o en qué partes del mundo las personas y los pueblos, sin ningún distingo ejercen libre y realmente esos derechos propugnados por la modernidad. En los países del desarrollo clásico del capitalismo, no había preocupación de esos estados por proteger a sectores vulnerables de la población como los trabajadores, -que en el siglo XIX eran niños-as, mujeres y hombres adultos- ante la agresión del clima y las enfermedades provocadas por el hambre, el trabajo forzoso y la explotación, que minaban la capacidad de la mano de obra y aumentaban los costos en la producción, pero fue la lucha directa de los trabajadores por mejores condiciones laborales la que obligó a las burguesías a reducir un poco las condiciones extremas de explotación –beneficios que los trabajadores continuaron reivindicando como derechos económicos, políticos, sociales y culturales-; fue la lucha de los trabajadores y los pueblos lo que elevó la calidad de sus vidas, y la burguesía tuvo que ceder poder político y económico para garantizar mínimamente estos derechos, a la vez que trataba de negarlos y violarlos; hasta el siglo XX, cuando el neoliberalismo los privatizó y los convirtió en mercancía.

La negación total de los derechos humanos, realizada por los regímenes fascistas y totalitaristas, propiciada por el capital monopolista e imperialista mundial en las dos guerras de occidente-llamadas mundiales- del siglo XX y las consiguientes dictaduras civiles y militares durante la Guerra Fría, -esta sí mundial- en todas las periferias, hicieron que las y los trabajadores y los pueblos del mundo levantaran con más fuerza la bandera por la defensa de los derechos políticos, económicos, sociales y culturales reunidos en las luchas por la liberación nacional; pero también los pueblos europeos victimizados, lograron al final de la Segunda Guerra “Mundial”, que la burguesía financiera mundial, con los Estados europeos  implementaron un plan diseñado y dirigido por USA para la recuperación económica y social en los países capitalistas afectados, llamado Plan Marshal(Paris 1947), que como parte de Bretton Woods constituyó un modelo de Estado de Bienestar pero éste modelo no duró más de 30 años, siendo desmontado  en los últimos 25 años. El “Estado de Bienestar” como reconocimiento o garantía de derechos no se replicó en África, Asia ni en América Latina, fue un proyecto anticomunista para frenar el avance del socialismo en Europa.

El “Estado Social de Derecho” es un concepto vacío, que no tiene ninguna relación con los estados de hecho que ha impuesto el capital financiero imperialista en los últimos cien años a los países empobrecidos. Pues como vivimos en un país neocolonial, agrario, ese Estado Social podemos llamarlo como un eufemismo de quienes tienen el poder de definir quiénes son sujetos de derechos y quienes no reúnen la condición de humanos para ser dignos, libres y soberanos.

Cuando un ciudadano o ciudadana siente un malestar físico o sicológico que requiere atención especializada, lo lógico en ese supuesto Estado Social de Derecho,sería que ella pudiera acudir a un centro médico para ser atendida con todos los medios científicos, tecnológicos de que dispone ese Estado. Es en el acceso oportuno, eficiente y libre a los medios necesarios e idóneos, cuando se puede confirmar con certeza que esa persona ejerce un derecho complementario al de la salud; porque la salud no es solo la atención médica y farmacológica, sino, todos los medios que la hacen posible, que se traducen en otros derechos como la nutrición, la tranquilidad, el bienestar económico, mental, social y cultural.

En una sociedad realmente democrática, equitativa y justa, sería contradictorio hablar de luchar por los derechos, donde se trata precisamente es del ejercicio pleno de la libertad, la autonomía y la dignidad del ser humano, pues la fundamental función del Estado desde el liberalismo, supuestamente es proveer y garantizar estos derechos a todos las y los ciudadanos. Entonces no nos referiríamos al derecho a la salud sino a la salud, y los ciudadanos no dirían tengo derecho a la salud sino, tengo salud, igualmente diríamos yo estudio, yo trabajo, tengo vivienda digna, me recreo, opino y decido políticamente con autonomía, etc. y por supuesto, las personas no lucharían por el derecho a sobrevivir sino por ser felices. Pero como en Colombia no existe tal sociedad y la carencia de derechos no afecta solo a individuos sino a grupos humanos; este ejemplo como derecho humano individual es igualmente aplicable a grupos, comunidades y pueblos. El derecho a la salud es parte del derecho a la seguridad social, a la soberanía alimentaria, a la recreación y a la cultura y debe ser defendido no como un derecho único o independiente, sino como la suma de una gran cantidad de derechos y como parte de otros más integrales como la dignidad, la autonomía y la libertad de los individuos, las comunidades y los pueblos.

La negación y violación de derechos va unida a la eliminación o desviación de objetivos de las instituciones y de los medios que los proveen o los garantizan, a la no aplicación de políticas de bienestar social como en los casos de la salud, la educación, la vivienda y la recreación, esto ha venido ocurriendo en nuestro país desde que la oligarquía tomó el poder político y económico. El Instituto Colombiano del Seguro Social fue producto de las luchas que libraron los trabajadores en los primeros 50 años del siglo pasado por mejores condiciones de vida; recordemos los pliegos de peticiones de los trabajadores bananeros en 1928, de los petroleros, de los ferroviarios, de los corteros de caña etc. en los años 30 y 40, muchos de los cuales fueron masacrados por el mismo Estado, mandado por el capital multinacional. El ICSS fue la concreción del derecho a la salud y a la seguridad social de los trabajadores hasta la implantación de la ley 100 y la política neoliberal de las EPS, las IPS, las ARS y los supuestos regímenes subsidiados, el desmonte del Sistema Nacional de Salud, el cierre y venta de hospitales y la entrega de pensiones y cesantías al capital privado nacional e internacional, la dictadura de las farmacéuticas,  con lo cual los derechos se compran o se venden como cualquier mercancía, proceso en el que dejaron de existir los usuarios y los pacientes, pasando todos a ser simples consumidores o clientes, con el derecho a morirse en las puertas de las nuevas y lujosas instituciones de “salud” (el famoso paseo de la  muerte), vivir en la ignorancia, perder la dignidad, perder la utilidad de sus vidas (los pensionados y desempleados) y morirse de hambre en la total exclusión e indiferencia del Estado.

El ejemplo de la salud es la muestra de la suerte de todos los demás derechos que se convertirán en mercancías o simplemente ya dejaron de existir para la mayoría empobrecida de nuestro país y del mundo. La vivienda –a pesar de las supuestas 100.000 gratis- la salud, la educación, la generación de ingresos, los bienes naturales y el medio ambiente –con la locomotora agrominera y el fracking- igual que los derechos políticos, son excluidos para los más pobres. El estado oligárquico colombiano sí protege y garantiza todos los derechos a la oligarquía, a los terratenientes, a las mafias financieras y del narcotráfico y a los imperialistas (transnacionales, FMI, BM, OMC), por esto el derecho a la propiedad privada es el más importante derecho, que no existe para quienes no poseen mansiones, empresas, fabricas ni bancos, además de los de contaminar, explotar, oprimir, despojar y masacrar, porque es el estado social de derechoel que representa y defiende sus intereses de clase y raciales.

La empresa privada, las corporaciones, se fundan como personas “jurídicas” con tantos derechos como los humanos, que los Estados los garantizan y defienden con vehemencia, incluso sobre los derechos de las personas naturales; no es hoy cuando se imponen, desde que nace el capitalismo, el capital privado, la propiedad privada, se han mantenido y crecido porque han exigido e impuesto sus derechos sobre toda la sociedad, siendo su principal derecho el ejercicio del poder político y económico a través de su Estado capitalista, quien controla y reprime al resto de la sociedad, así se piense que en el “pos-neoliberalismo” se esté privatizando –siempre ha sido privado- pues los obsoletos Estados nacionales están siendo anulados o supeditados a un “Nuevo Orden Internacional” como un Estado y gobierno global con sus instituciones jurídicas, económicas, políticas, militares y culturales dirigidas directamente por las grandes corporaciones transnacionales y el aparato bancario-financiero global

Recuperar o conquistar los Derechos de los Pueblos es una tarea que nos pone en la disyuntiva de si es o no necesario, cambiar la estructura de la sociedad y el modo de producción y de convivencia en que vivimos, pues después de 500 años de capitalismo y más de 100 de modo imperialista, si continuamos pidiéndole a nuestros verdugos que nos permitan sobrevivir, que nos dejen respirar, que nos aumenten las migajas de lo que con todo el esfuerzo de nuestras vidas les hemos producido. Es como agradecerle al atracador por no herirnos y dejarnos para el bus.

Durante mucho tiempo nuestro pueblo ha luchado por sus derechos mediante la movilización y la lucha directa, por los medios permitidos e instituidos por la oligarquía, quien ha venido recortando, ilegalizando y penalizando todos los medios legítimos de lucha (con su sistema jurídico represivo); derechos que supuestamente fueron reconocidos en la Constitución Política de 1991, con mecanismos como las tutelas, las acciones de cumplimiento, las peticiones, las iniciativas populares, el reconocimiento de multiétnico y diverso culturalmente a nuestro país, (los incluyeron para violar los derechos fundamentales); pero que no han sido eficaces ni garantizan realmente el cumplimiento ni el respeto de esos derechos individuales y colectivos; tampoco el derecho a participar en las elecciones es garantía de una real democracia participativa y decisoria para los de abajo (proceso generalmente aislado de los verdaderos intereses y luchas populares); por el contrario, es en los últimos 30 años cuando se han violado sistemáticamente los derechos humanos y de los pueblos con crímenes de lesa humanidad (guerra narco-paramilitar, represión a la protesta popular, criminalización de los movimientos indígena, campesino y estudiantil y exterminio de los defensores de derechos humanos saqueo a los recursos de la salud, la educación, a la infraestructura) por parte del estado colombiano en contubernio con el capital transnacional, entre este, el narcotráfico.

Cuando el movimiento estudiantil se moviliza por una educación más integral, científica y democrática, no está luchando solo por sus derechos particulares, si los estudiantes logran estas reivindicaciones, están restituyendo un derecho a toda la sociedad. Cuando los indígenas caminan la palabra reclamando respeto y autonomía por calles, plazas y universidades, están reivindicando el derecho a la autodeterminación, a la diversidad cultural, al respeto por la madre tierra para todos los pueblos amantes de la paz y la justicia social. Si los trabajadores se unen y luchan no solo por el salario sino también por abolir la explotación, están luchando por la libertad y la justicia social; si los campesinos se movilizan por recuperar la tierra para producir alimentos, por reforma agraria y soberanía alimentaria, lo están haciendo por el bienestar, la salud y la soberanía del pueblo; si las y los feministas luchan contra el machismo y el patriarcado, por igualdad de género y respeto al cuerpo, están restituyendo la dignidad humana, devolviéndole sensibilidad, sensualidad y dignidad a hombres y mujeres; si juntamos y articulamos estas luchas por todos los derechos de todos, estaríamos luchando por la justicia, la dignidad y la felicidad de nuestro pueblo y del mundo, estaríamos luchando por el socialismo,  por nuestro bien vivir.

Sin embargo, hemos olvidado que además de enfrentar al Estado por nuestros derechos individuales, también como pueblo podemos construir con autonomía, alternativas para garantizar y defender nuestros derechos políticos, económicos, sociales, ambientales y culturales, individuales y colectivos, podemos luchar por la democracia popular, empezando por hacer uso de la democracia radical entre nosotros los-las iguales de abajo, desde la familia, el sector social al que pertenecemos, la localidad, la región y nacionalmente; escogiendo modos equitativos y solidarios de producir, compartir e intercambiar nuestros productos y saberes, respetando las identidades étnicas, sexuales y culturales de pueblos, comunidades y personas; cultivando la soberanía alimentaria –que incluye la conservación, y defensa de la biodiversidad, de las medicinas que sanan de los alimentos naturales que nutren- diseñando modelos educativos que forman científica y éticamente, y de justicia que reivindica la dignidad y la equidad, de acuerdo a nuestras necesidades, principios y valores; creando formas organizativas y de autogobierno no autoritarias ni elitistas. Para lograr estos cambios, cuando los medios legales no lo permiten, en cualquier parte del mundo los pueblos han hecho uso legítimo del derecho a la rebelión, derecho que los terroristas de Estado en los últimos 18 años han criminalizado y denominado terrorismo.

En el capitalismo el poder judicial utiliza el Derecho burgués como instrumento legal legitimante del poder político y económico del capital (creado desde Roma  y Londres por las clases dominantes de esos  imperios para mantener su estatus quo, legitimando el despojo y la opresión) para asignar y suprimir derechos; el poder legislativodiseña y concentra toda la normatividad para proteger la propiedad privada y la estructura social, para que la “justicia” actúe, garantizando así la impunidad en el genocidio y el despojo; nunca los jueces aunque lo quisieran, (cada uno lleva miles de casos y viven aislados de las realidades del país y de las comunidades) tiene todo el conocimiento de las causas originarias históricas, sociales, y psicológicas de la víctima ni del victimario ni del contexto económico y cultural del crimen, no tienen en cuenta las consecuencias de sus decisiones ni del futuro del condenado y sus familias, terminan actuando como notarios con licencia para condenar; mientras los defensores, (más del 90%) se limitan a salvar a sus clientes de la condena, de acuerdo al monto de sus honorarios, así sean culpables; por esto en el capitalismo no existe la justicia como ejercicio ni la ética como principio, ni la verdad como valor; pues este sistema no permite que nadie se represente a sí mismo.

La institución justicia no garantiza el pleno derecho a ejercer todos los derechos en igualdad de condiciones a todos los ciudadanos de la actual sociedad, por el contrario, termina convirtiendo a las víctimas en victimarios, condenando a los inocentes y protegiendo a los culpables; hoy es la institución más corrupta del Estado en el mundo, desde jueces promiscuos de pueblos olvidados hasta magistrados de las más altas cortes y organismos de control (algunos, aliados con el narcotráfico, el paramilitarismo, el capital extractivista y financiero transnacionales; ayudan al despojo de pobres, indígenas, negros y campesinos) negocian absoluciones y condenas como vender cualquier producto de consumo suntuario al mejor postor, como en los casos del magistrado Pretelt y ahora lo de Odebrech y el “cartel de la toga”, en los que están implicados desde simples jueces, ministros, pasando por el exfiscal anticorrupción Moreno y el actual fiscal general de la nación, el  ex procurador-inquisidor, funcionarios y magistrados de las cortes, sin tener en cuenta las absoluciones de militares criminales de lesa humanidad durante el conflicto y en el actual “posconflicto” que promueven desde el congreso la ultraderecha y los corruptos con la anulación de los acuerdos de La Habana y la inhabilidad de la JEP.

Todo este cuadro de derechos exclusivos e injusticias no está determinado por la institución justicia, sino, que es generado por todo el sistema mundo, donde en la práctica no existe la cacareada división de poderes, si se mira bien, la “justicia” obedece las órdenes de las ramas –igualmente corruptas- legislativa y ejecutiva, quienes escogen a los funcionarios judiciales y de los entes de control de entre los grupos políticos dominantes en estos poderes.

Solo las comunidades en ejercicio de su autonomía -como lo hacen comunidades indígenas y algunas comunidades afro- en sus territorios, en sus localidades,-con el conocimiento de las historias de sus compañeros y vecinos, de sus condiciones de existencia, de sus intereses- pueden ejercer directa ycolectivamente justicia con ética, principios y valores más cercanos a sus cosmovisiones y necesidades, creando, legitimando y manteniendo sus propias instituciones, prescindiendo de la justicia oficial como derecho privatizado y perverso.

Es en la movilización popular, haciendo efectivos la desobediencia civil, la autodeterminación y el derecho a la rebelión frente al estado y al sistema mundo capitalista, como definimos si nos tomamos el poder como gaseosa o si lo construimos noche tras día, desde abajo, para hacer realidad todos los derechos para todas las personas, para las comunidades y pueblos que habitan el territorio colombiano, reconociendo y respetando los derechos de la naturaleza; entrelazando los movimientos sociales populares en torno a un programa mínimo, en la lucha unificada y articulada en un gran movimiento popular cultural y político transformador para derrotar a los opresores violadores de nuestros derechos, y construir con dignidad un mejor país.

Abril 10 de 2019

La ética como coherencia

Por Gonzalo Salazar

Si se trata de cambiar el mundo, es indispensable asumir una posición crítica con la sociedad, con la cultura, y autocrítica con nuestras organizaciones, con nuestros movimientos político-culturales, con nosotros personalmente, como sujetos políticos responsables, haciendo de ésta la principal herramienta para la construcción de una nueva civilización. Aunque a través de lo escrito hemos avanzado en el análisis de nuestras limitaciones políticas e ideológicas por la educación y formación dentro de una cultura colonial occidentalizada, miramos un poco el comportamiento de las personas y organizaciones que con sus pensamientos y filosofías de izquierda, revolucionarias y humanistas se presentan en su actividad política y social como comprometidas en la transformación de nuestra sociedad y cultura.

Lo ideal sería que pudiéramos ejercer una cuádruple coherencia entre el sentir, el pensar, el decir y el hacer, aplicándola en nuestros discursos, acciones y decisiones, no con la visión cartesiana, sino, con nuestras cosmovisiones sentipensantes, en la que debe primar la condición humana de quienes nos escuchan y escuchamos, con quienes compartimos y nos acompañamos, con quienes diferimos y respetamos.

Para los y las que pensamos la necesidad de abandonar el capitalismo y construir una sociedad solidaria, justa, democrática, es necesario replantearnos la práctica revolucionaria tanto en la vida familiar, social y en relación con la naturaleza, -nuevo sujeto que nos condiciona y confronta en nuestra convivencia con ella y con el sentido de la vida- como en la actividad política, más que ostentar una identidad de izquierda, en la que se han camuflado monstruos de la ultraderecha. En un proceso liberador realmente humanista, es imperativo asumir la ética como el ingrediente que le da contenido, olor, sabor y color al plato que entre todos pretendemos preparar y consumir, pues muchas veces confundimos los medios con el fin, y para algunos revolucionarios esos medios se han degenerado y convertido en sus fines, atentando contra la reivindicación de la humanidad, sobre todo en la guerra, tanto en el mundo como en nuestro país, en el que por más de 70 años nos ha involucrado la oligarquía, empezando por la cultura mafiosa y la corrupción en la administración del Estado que ha ejercido el terror y el genocidio como método de control, para que los grandes capitales (el capital local y transnacional y el narcotráfico, patrocinadores y beneficiarios de este desastre) se multiplique a través de la explotación de las y los trabajadores, del expolio de nuestros bienes naturales y culturales,

Muchas veces se le ha dado el tratamiento de enemigos a nuestros compañeros que difieren disiden o critican los planteamientos o políticas de la misma organización y o de otras organizaciones de izquierda, actitudes que han llegado hasta la persecución y el “ajusticiamiento” de intelectuales, dirigentes sociales y políticos del pueblo, hasta masacres como la de Tacueyó (aunque hayan sido ejecutadas por traidores o por infiltrados) y ejecuciones de sus propios líderes comandantes, realizadas por la misma insurgencia; organizaciones insurgentes han llegado a agredir a comunidades por donde se desplazan u operan cultivando la enemistad y la indiferencia, han impuesto onerosas “vacunas” a pequeños agricultores, han asesinado líderes comunitarios, han obligado a jóvenes indígenas y campesinos a servir como soldados, como lo hace el ejército oficial y paramilitar; entre la izquierda no armada también se dan los señalamientos, la estigmatización, la acusación, la delación; parece que en algún momento algunas organizaciones revolucionarias acogieron el concepto genocida del “enemigo interno” igualmente se han ocultado practicas antiéticas, como acuerdos con mafias narcotraficantes y extractivistas (nacionales y transnacionales) y hasta con paramilitares para enfrentar a sus “enemigos” de izquierda,  o por dinero, aceptando la financiación de sus actividades políticas por ONG dependientes de corporaciones transnacionales y de Estados expoliadores y agresores contra nuestros pueblos, por organizaciones que se decían revolucionarias, que nunca reconocieron sus crímenes, errores y deviaciones ante el pueblo.

Aunque estos procederes no solo están en la izquierda, sino en todos los sectores sociales, en algunas organizaciones populares, como expresión de la cultura y la ideología capitalista, no se pueden justificar u omitir; por esto es importante que la izquierda colombiana haga una evaluación autocritica de su actividad de los últimos 60 años, con los aciertos, equivocaciones y fracasos en relación con los sectores populares, y la sustentación de  propuestas y alternativas para un proceso emancipatorio; en un diálogo que pueda generar confianzas, alianzas estratégicas, articulaciones, consensos, acuerdos, y la posibilidad de un programa mínimo que convoque, una y/o articule a través de una Organización Política de los Pueblos, que puede ser un frente, una Asamblea Nacional, un Palenque, una Minga, no importa el nombre, lo importante son los objetivos y las funciones que deba cumplir (en un futuro democrático podría llegar a constituirse una confederación democrática de comunidades y/o regiones autónomas del buen vivir). Es imperativo en el proceso revolucionario la articulación de las luchas de todos los sectores populares y la comunicación permanente entre sus organizaciones mediante el diálogo, el debate y los consensos, también la unidad de la actual izquierda,buscando su desinstitucionalización en el accionar político; como lo es la unidad política de los humanistas, demócratas y revolucionarios, que no solo están en las organizaciones políticas de la izquierda tradicional sino, dentro del resto del pueblo.

Respecto a las actitudes dentro de la izquierda llamada social, podemos observar nuestro comportamiento Neoliberal, por ejemplo, en el movimiento sindical, donde muchos de sus dirigentes que luchaban contra la privatización de la salud, fueron los primeros en “elegir” otra EPS diferente al Seguro Social; algunos sindicatos negociaban con las empresas la forma de pagar servicios complementarios en salud, mientras la mayoría de trabajadores eran excluidos de este derecho porque no contaban con los recursos necesarios; algunos sindicatos alquilan sus sedes a franquicias religiosas (en lugar de ofrecer estos espacios a los sectores populares) y aplican la flexibilización laboral con sus empleados; algunos dirigentes barriales y comunitarios de izquierda son absorbidos por la corrupción que ejercen agentes del Estado y de empresas privadas, enriqueciéndose con los recursos públicos, del sector solidario,muchas veces acusando a líderes honestos, terminando cooptados por las mafias;en el magisterio, muchos de sus dirigentes de izquierda que supuestamente luchan contra la privatización de la educación, no transmiten las ideas emancipatorias ni estimulan una actitud crítica en sus alumnos,en sus pliegos de exigencias no cuestionan los contenidos de los programas, ni los objetivos del modelo educativo, matriculan a sus hijos en colegios y universidades privadas, y ellos mismos realizan sus posgrados y diplomados en instituciones privadas, cuando dicen defender la universidad pública;por otro lado, la izquierda no parlamentaria y parlamentaria se conforman con dar buenos debates sobre la ética en el recinto del congreso o entre su feligresía, en lugar de educar y movilizar a su militancia y a la comunidad en contra del saqueo extractivista, contra la privatización de la salud y la educación, por soberanía alimentaria.

Es folclórico el sainete que se forma cada fin de año entre empresarios, representantes del gobierno y algunos jefes sindicales en la definición del valor del salario mínimo, en el que los trabajadores que ganan éste salario o menos, no tienen estabilidad laboral ni seguridad social -la inmensa mayoría- no tienen ninguna participación en esas negociaciones, pues los sindicalizados generalmente ganan algo más del mínimo y aún cuentan con algunas prestaciones sociales y contrato de trabajo.

Igual sucede con el consumo de la canasta familiar, en el que dirigentes políticos de izquierda y revolucionarios que luchan contra las transnacionales y los TLC, compran exclusivamente en las Grandes Superficies o centros comerciales, alimentos transgénicos o llenos de químicos tóxicos y todo tipo de productos importados, que la agricultura popular y la industria “nacional” pueden producir. De nada sirve que gritemos en las calles “queremos chicha, queremos maíz” contra las transnacionales, por soberanía alimentaria, si terminamos mercando en Jumbo, Carulla o el Éxito, (en lugar de defender e ir a las plazas de mercado) almorzando en McDonald´s, comprando ropa importada “made in USA” o “made in China”, de la cual, en muchos casos lo único extranjero es la marca, o peor, son confeccionadas con materias primas robadas y mano de obra esclava; la marca es el fetiche del neoliberalismo, con el que los medios y las grandes superficies esclavizan al consumidor con las tarjetas de crédito y la “promociones”.

Algunos dirigentes de izquierda, fieles al mandato del mercado viven pendientes de la última tecnología, de la moda en autos, celulares y computadoras y quieren solucionar todos los problemas con estos aparatos, mientras permanecen en sus oficinas aislados del pueblo. Si bien es cierto que la tecnología de punta, y las TIC utilizadas por la población, son producidas en su inmensa mayoría en diferentes partes del mundo -con irrisorio valor de la mano de obra cuando no es esclava- por transnacionales de las metrópolis imperialistas, y aunque no podemos prescindir de ellas, o producirlas de acuerdo a nuestras necesidades (por ahora), sí podemos hacer uso racional, sin depender totalmente de ellas en los hogares, en el trabajo político organizativo-educativo. Estos comportamientos no son más que expresiones de nuestra colonialidad.

Lo importante no es dejar de consumir lo necesario desmejorando los medios y la calidad de vida de las personas y la población, sino, tener en cuenta que muchos productos industriales –que generalmente no necesitamos- son elaborados (de buena y mala calidad) aquí y en el exterior por empresas transnacionales y monopolios “nacionales” que nos despojan, siendo conscientes que en el capitalismo todas las mercancías son producto de la explotación y de la expropiación nacional e internacional; que si hablamos de independencia dentro de esta sociedad, por lo menos nos corresponde apoyar la pequeña y mediana producción, sobre todo si se trata de la pequeña y mediana producción popular, dela economía solidaria o comunitaria con mercado justo y de mínimo impacto ambiental, igualmente convencer a la clase media a consumir lo autóctono, justo laboralmente, sano y ecológico. Este tipo de incoherencias, además de evidenciar problemas ideológicos, nos ubica al lado del Neoliberalismo y del colonialismo intelectual, aun siendo de izquierda. No se trata de volvernos puritanos, sino, de ser consecuentes con lo que se piensa, se dice, se desea y se hace, enseñando con el ejemplo; el humanista, el dirigente o activista de izquierda es un educador. Leamos algunas recomendaciones que nos hacen los compañeros bolivianos

“En el TIPNIS hemos podido vislumbrar lo que para nosotros y el pueblo debe ser un líder identificado con su gente y abierto a las necesidades de todos. Se trata en definitiva de la cualidad de ser un “educador popular” tal como nos lo describe Giulio Girardi[1] :

    Es una persona identificada con los oprimidos y las oprimidas como sujetos, a nivel ético-político y a nivel intelectual.

    Es una persona  motivada en su acción por una profunda confianza en el potencial  ético-político e intelectual de los pobres, en su capacidad de convertirse en hombres y mujeres nuevos.

    Su éxito profesional no consistirá en conseguir más dinero o más poder, sino en poder servir al pueblo con más eficacia.

    El EP no dirige la búsqueda del pueblo sino que promueve su protagonismo, se considera por tanto una “partera” del pueblo.

    Capaz de explorar caminos nuevos, de emprender luchas justas sin la certeza del triunfo.

    Su objetivo  es contribuir a desarrollar un nuevo modelo de poder, fundado en el protagonismo del pueblo, es decir de los excluidos de ayer y de hoy, a través de una estrategia no violenta en la construcción de un poder alternativo.”

El problema con el militante de izquierda en general, es que no es coherente su práctica social y familiar con el discurso, con el pensamiento crítico emancipador, con la autocrítica política e ideológica personal o de grupo; tal como lo podemos observar en dirigentes que se identifican teóricamente con la equidad de género, con el respeto a las mujeres y a los hijos, pero que en sus hogares son igual de intolerantes, autoritarios y represivos como cualquier defensor a ultranza  del machismo patriarcal, impidiendo en muchos casos que sus compañeras y sus hijos se integren o se eduquen políticamente, que participen en organizaciones políticas, que asuman cargos de responsabilidad en su comunidad o en su sector social. Por ello, muchos hijos de revolucionarios (así le hayan puesto nombres de revolucionarios como Camilo, Lenin, Ernesto, Rosa, Fidel, Carlos, etc.) se vuelven escépticos y hasta reaccionarios, llegando a odiar a sus padres represivos. En la tradición de los/las revolucionarias de izquierda se ha mantenido el patriarcado como estructura familiar -judeo-cristiana- con todos sus antivalores, sin cuestionar esta célula de la sociedad burguesa[2]. El nuclear patriarcal no es el único modelo de familia, pues el mismo capitalismo con su proyecto de atomizar la sociedad, ha propiciado como forma de resistencia, la integración de otros núcleos o grupos de convivencia y afectos no siempre consanguíneos, en los que se tiende a excluir el matrimonio como vínculo obligado, pues el matrimonio –religioso o civil- es un contrato de propiedad privada y de sometimiento de una de las partes o de ambas partes. Muchos revolucionarios y dirigentes populares defienden el matrimonio patriarcal autoritario, los principios y valores conservadores en el hogar, aunque en el discurso se diga lo contrario. Cuando estos dirigentes “ascienden” en sus organizaciones, aplican a sus subalternos esos principios y valores retrógrados; son excluyentes por sexo, por regionalismo, por racismo, por nivel académico, incluso por capacidad económica, cuando se trata de acceder a cargos de responsabilidad o de participar en eventos decisorios o de importancia nacional e internacional.

La formación cultural e ideológica a través de la escuela, los medios masivos y la familia occidental, la formación (sobre todo en los viejos militantes) fundamentalista política y/o religiosa, tienen como paradigma y guía, a la figura del padre, esquema que se reproduce en el trabajo organizativo, que se concreta en la estructura vertical autoritaria impuesta desde arriba, en la que el dirigente es la luz y la razón –igual que el padre- que no se puede equivocar, mientras el resto de la organización solo debe escuchar y obedecer, por esto es que cada organización cree que tiene la razón y que los demás, tienen que obedecer y unirse a ella.

En consecuencia, ha prosperado dentro de la izquierda el caudillismo como parte de la cultura política occidental y de la tradición autoritaria de la sociedad. El problema del sectarismo religioso es que cada secta se proclama la verdadera y descalifica a las demás, de la misma manera la izquierda se ha enclaustrado en capillas (partidos o grupos) cerradas por el dogmatismo, el sectarismo, el mesianismo y el vanguardismo, fundamentalismos que se equiparan a las formas en que las mafias y élites oligárquicas criollas excluyen y mantienen el poder político y económico, sin reconocer la crítica, la autocrítica, la unidad y la democracia en la diversidad como fuerzas transformadoras.

Algunos sectores radicales de la izquierda tienden a identificar la movilización masiva, la beligerancia política frente al Estado y la visibilidad de la cosmovisión indígena, como expresión de vanguardismo, al que se suman sin comprender las razones de su emancipación, esperando que los indígenas asuman el papel conductor de otros sectores de las ciudades y del campo, por lo que predomina en la propuesta de Congreso de los Pueblos una visión ruralista indigenista, -no impuesta por el movimiento indígena-  que los estudiantes y activistas de la ciudad la miran separada de su entorno económico, social y cultural, algo similar sucede con la Marcha Patriótica, de esencia campesina, en la que organizaciones de origen marxista pretenden  un Sujeto único aglutinador, con posibilidades de triunfos electorales, que en el contexto de las movilizaciones campesinas (paros agrarios de 2013, 2014 y 2016) y las negociaciones de paz pueda lograr algunas reformas en lo agrario y en la participación política en la institucionalidad. Estos dos ejemplos nos muestran la dificultad de la izquierda para construir una Organización Política Popular (o su Organización  Política de Masas) articuladora, pluralista, de carácter local, regional, nacional con protagonismo rural y urbano; estas organizaciones (MP y CP), unidas al resto de organizaciones y movimientos populares deben ser parte activa en la construcción de este objetivo, como son todos y cada uno de los sectores populares. La causa de esta dificultad puede ser la falta de conocimiento del medio urbano –aunque se viva en la ciudad- por intelectuales y dirigentes que no se acercan o no profundizan en las problemáticas, en las visiones y cosmovisiones de las comunidades territoriales que habitan la ciudad, donde sobreviven más del 75% de los y las colombianas.

Esta labor de acercamiento se torna difícil para las organizaciones revolucionarias que no conviven o no comparten territorios con las comunidades y sectores populares en movimiento, pues la estigmatización que hacen la oligarquía, los medios y el mismo Estado, de sectores geográficos y sociales, crea prevenciones y aislamiento, generando desconfianzas, estigmatismo, pues la cultura de violencia y corrupción impuesta, y la descomposición que ésta genera, cumplen el objetivo de dividir y excluir sectores sociales en un proceso liberador; estos comportamientos son producto de nuestra forma de vernos y ver al otro, de la colonialidad del poder, del saber y del ser que históricamente el capitalismo nos inyecta por todos los medios e instituciones.

La lucha por la justicia, la paz y el buen vivir no es entre el bárbaro y el civilizado, ni entre  el bueno y el malo, mucho menos entre el creyente y el ateo como nos lo enseña Occidente, es entre quienes usurpan el poder político y los bienes económicos y culturales alos pueblos, y quienes son sometidos mediante la violencia, el chantaje político-económico, la supremacía científica y tecnológica; entre quienes hegemonizan el poder económico y quienes producen la riqueza. La lucha por la justicia social y la dignidad humana dentro del actual sistema de clases, patriarcal, sexista y racializado, se da en todas las áreas de actividades económicas, sociales y culturales, independiente de los credos políticos y religiosos. Por tanto, es en la relación con nuestra realidad histórica y presente, en nuestra práctica social cotidiana, donde nos diferenciamos, donde identificamos nuestros intereses sociales, económicos y culturales, donde reconocemos a nuestros hermanos, nuestros amigos y a nuestros enemigos, a nivel político.

En este proceso tomamos partido, definimos a qué apostarle nuestras vidas, nuestros sueños y nuestros esfuerzos. Identificamos qué, y quienes nos hieren, nos oprimen y nos impiden ser libres y felices, ante lo cual no podemos ser indiferentes, conformistas o pasivos/as. Implica nadar contra la corriente no solo dentro del sistema capitalista, sino, muchas veces dentro del mismo movimiento revolucionario o social, donde podemos perder algunos amigos si no logramos convencer con la razón y el ejemplo para conseguir aliados leales.


[1]GirardiG.:”El derecho de autodeterminación solidaria de los pueblos, eje de una nueva civilización según el movimiento indígena, negro y popular de AbyaYala”, en “Formando actores en la alternativa a la globalización neoliberal. Los nuevos desafíos de la Educación”, CENPROTAC, La Paz 2003, pp. 59 y ss.

[2] Cuando hablamos de lo judeo-cristiano no significa que los revolucionarios deban ser ateos, pues son muchos ejemplos de grandes dirigente, intelectuales, y luchadores por la justicia, la dignidad, y la libertad que eran y son creyentes de diferentes comunidades religiosas, incluso con jerarquía como lo fueron Camilo Torres, monseñor Romero en el Salvador, Martin Luterking, François Houtart y muchos pasados y presentes. Nos referimos a los fundamentalismos, tan promovidos últimamente por quienes se lucran de la guerra.

La Izquierda y la Unidad

Por Gonzalo Salazar

Con la visión occidental, la mayoría de los políticos -de derecha e izquierda- conciben la unidad como la totalidad homogénea de grupos y comunidades en torno a la solución de sus problemas y en la ejecución de proyectos sociales, negando la diversidad, suprimiendo las diferencias en el discurso y en las políticas a aplicar en territorios también diversos; para ello crean aparatos, dividen territorios comunes, suprimen la autonomía e imponen programas y gobiernos mediante la democracia delegataria y del voto.

En las periferias coloniales siempre Occidente ha impuesto mediante el chantaje y o la fuerza militar, monarquías y dictaduras, política utilizada por USA en el siglo XX y en lo que va del XXI, interviniendo política y militarmente donde quiera que haya recursos naturales, energéticos y o posiciones geoestratégicas para mantener su elevado nivel de consumo y su hegemonía –África, Asia, América Latina y El Caribe-; igualmente, para sustentar la dominación impone ideológicamente a los países dependientes sus conceptos de democracia, libertad y progreso; políticas aplicadas en todo el continente por las oligarquías que han aceptado y defendido a sangre y fuego en sus propios países a partir de la expulsión del imperio español; una forma de colonialismo que promueve la unidad de los sectores populares en torno a partidos políticos, generando el antagonismo entre dichos sectores; llama a la conciliación de los sometidos con sus dominadores mediante la “democracia” representativa, que niega a los pueblos y comunidades su derecho a decidir directa y autónomamente sobre sus propios problemas, como ocurre en Colombia.

La unidad del pueblo no siempre significa cohesión, fusión o unanimidad, la unidad se va construyendo desde procesos de acercamiento, con el reconocimiento de las diferencias y coincidencias, con la constitución de instancias de coordinación y/o de articulación, que nos lleva a otros niveles de unidad, pues existen unidad política, unidad ideológica, unidad orgánica, unidad programática y unidad de acción, que se dan entre organizaciones políticas, y sociales, entre movimientos, clases y sectores sociales, entre comunidades, en contextos determinados, que permiten tomar decisiones y acciones que obligan llegar a acuerdos, consensos, alianzas y compromisos no siempre permanentes ni inmediatos, -o sea, tácticos y estratégicos- sobre todo, si se tienen en cuenta la diversidad y la pluralidad en sociedades y pueblos como los latinoamericanos.

Muchas veces los revolucionarios conviven con una gran preocupación surgida de su aislamiento, tratando de mantener aunque sea en el discurso, el espíritu de unidad. Este objetivo táctico y estratégico ha sido el anhelo de todos los grupos políticos de izquierda y una posibilidad para el pueblo para confrontar al Estado ante el sometimiento y la pobreza, que históricamente ejercen la oligarquía y el capitalismo. Por otro lado, la izquierda en nuestro país, fue asumida por muchos líderes y partidos como una posición política e ideológica crítica y combativa contra el régimen existente, que buscaba el cambio de las estructuras socioeconómicas y culturales de la sociedad capitalista, no solo como oposición al gobierno o al Estado. Otra cosa es que quienes se decían revolucionarios y demócratas también se reconocían de izquierda. Así, quienes criticaban a los gobiernos y al Estado se consideraban de izquierda y allí cabían diversos tipos de concepciones, ideológicas y organizaciones, como aún lo apreciamos. Por esto, desde López Pumarejo la oligarquía reconocía dentro de sus propios cuadros a algunos que consideraba de izquierda (izquierda liberal), en algunas épocas el liberalismo ha permitido al Partido Comunista y otros grupos de izquierda “marxista” participar en el juego seudo democrático (proceso electoral) para mantenerse en el poder.

Mirándola necesidad de la coherencia entre la teoría y la práctica social y política de los dirigentes revolucionarios-entre el pensar, el decir y el hacer- dominada por el discurso, se abre la posibilidad de debatir el concepto de izquierda como visión y posición política e ideológica en el contexto actual de las luchas de los sectores populares -y por supuesto, la lucha de clases-, para reconfigurar el o los procesos transformadores, donde confluyan las diferentes propuestas y aportes intelectuales teóricos y políticos. Por lo que dentro de este complejo movimiento se encuentran tendencias, grupos y partidos que se reclaman de izquierda, otros que los enmarca la sociedad dentro de este como el movimiento sindical, el movimiento indígena, el campesino o el estudiantil, y también a quienes se niegan a aceptar este término para sus organizaciones, movimientos y posiciones políticas e ideológicas, pues tradicionalmente se ha entendido que una persona o una organización de izquierda es esencialmente marxista y su objetivo la toma del poder político del Estado, mientras en los últimos veinte años se han venido constituyendo diversas organizaciones con objetivos particulares como los ecologistas, las y los feministas que la institucionalidad política los identifica como de izquierda; también a los defensores de derechos humanos los administradores del Estado los reconoce como izquierdistas, aunque no formen un movimiento o partido; sin embargo, muchas personas de estas organizaciones y movimientos no se consideran de izquierda, entre los que se cuentan comunidades indígenas y afros, pues la mayoría de ellas no pretenden la toma del poder político, buscan mejorar sus economías, sus entornos sociales, culturales, ambientales, territoriales, de género. Por otro lado, se han venido utilizando eufemísticamente por la derecha y la izquierda institucionalizada los términos centro-derecha y centro-izquierda, como ultraderecha y ultraizquierda, o el de izquierda democrática, para manipular y dividir opiniones, justificando solo las opciones que ofrece la democracia burguesa. Se supone que la izquierda es esencialmente democrática y justa

La izquierda colombiana históricamente ha estado conformada por organizaciones sociales y políticas de sectores populares como trabajadores y trabajadoras, campesinos y campesinas, estudiantes, profesionales, empleados del Estado y pobladores barriales, y por un sector liberal de clase media; ha estado influenciada ideológicamente por corrientes políticas y tendencias filosóficas de origen europeo (liberal, comunista, socialista, anarquista, socialdemócrata), fundamentadas en su mayoría en el marxismo en sus diferentes vertientes. Últimamente, después de la desintegración de la URSS y del campo socialista, con el surgir de nuevos actores sociales y el resurgir de los pueblos originarios, ha sido enriquecida por cosmovisiones de sectores étnico-culturales, feministas, naturalistas, anti sistémicos, muchos de los cuales acogen elementos ideológicos y políticos del marxismo; su estructura ha estado integrada por organizaciones políticas (partidos, grupos, movimientos, colectivos) con nombres que incluyen adjetivos como revolucionario, socialista, marxista, leninista, y todos los “istas” acuñados desde el siglo XIX en Europa, expresiones que significaban, más que tendencias ideológicas o políticas, una dependencia cultural eurocéntrica y de negación de su historia y de su propia realidad, de la validez de nuestras cosmovisiones, culturas y pensamientos, por cuanto las teorías venidas de la Europa “desarrollada”, debían ser probadas y aplicadas sin critica para transformar nuestro atraso en progreso y libertad.

Para algunos grupos dogmáticos del marxismo leninismo, esa transformación consistía en una revolución, cuyo objetivo estratégico era la toma del poder político del Estado a través de una guerra popular de liberación nacional (que podía ser prolongada),  o de una insurrección –que en ambos casos comprometía la formación de un ejército o de una organización político-militar –  con un programa, una línea política e ideológica diseñadas por un partido, una clase revolucionaria (la clase obrera), un aliado estratégico (el campesinado) y un frente político de “masas”, organizados y dirigidos todos, por el partido o la organización revolucionaria. Para otros, tildados de revisionistas -entre los que estaban los que veían como única vía la lucha electoral-, el cambio debería ser a través de las urnas o combinando las “formas de lucha”. Otros más conciliadores consideraban una alianza con una supuesta burguesía “nacional” para una transición pacífica hacia el socialismo. Sin embargo, fue imposible la unidad entre los que se creían marxistas leninistas o comunistas en un solo partido, igualmente entre los que se decían trotskistas y socialistas, como también entre los que defendían el anarquismo, o la unión de todos en un Frente o Bloque histórico; sin contar al M19, que opacó a los otros con su accionar civico-militar y su línea populista anapista “socialista” (socialdemócrata), al que nutrieron ex integrantes del resto de la izquierda. Se llegó a contar cientos de pequeñas organizaciones revolucionarias de todas las tendencias, entre los 60 y los 80 del siglo pasado en varias ciudades del país, surgidas la mayoría de divisiones y subdivisiones, (creadas la mayoría por círculos universitarios) queriendo ser cada una la vanguardia esclarecida para la toma del poder político del Estado; en esa época esta izquierda tuvo una apreciable influencia en sectores activos de la ciudad, (universidades, trabajadores de algunas empresas industriales y del Estado) pero escasa influencia en sectores barriales y rurales.

Siguiendo estos esquemas, en los años 60 y 70, nuestros revolucionarios tomaron como fórmulas perfectas las experiencias y modelos que se dieron en la URSS, Europa oriental (Yugoslavia, Albania), Asia (China, Corea, Vietnam…)  y en Cuba, para aplicarlas cada cual desde su parroquia; que raro, nunca tuvimos como referencia los movimientos revolucionarios de liberación africanos. Por la manía escisionista, seguidista, xenófila y amnésica, tuvimos partidos pro-soviéticos, pro-chinos, pro-albaneses, pro-yugoslavos, pro-cubanos, y nada de raro que hoy también podamos tener pro-venezolanos, pro-bolivianos, y pro todos los países que hacen cambios revolucionarios en cualquier parte del mundo; igualmente nos sectarizamos y dogmatizamos siguiendo la línea de algún teórico, dirigente o de algún partido internacional; también nos acostumbramos a tener disidencias y disidencias de las disidencias en las organizaciones políticas y sociales, atomizando el espectro de la izquierda y de los movimientos populares.  Siempre mirábamos hacia afuera, esperando la iluminación de otros que nos indicaran qué y cómo hacerlo, como expresión de la colonialidad de nuestro modo de pensar.

En política pasa algo similar a lo religioso, en la incertidumbre de líderes políticos, incluso de intelectuales de izquierda, por el temor a quedarse solos, o por no encontrar la organización o la línea ideológica perfecta, pasaban de una organización a otra, de una tendencia política a otra de la izquierda, anidando en todas las organizaciones, terminando algunas veces montando su propio partido o su fundación o parroquia, porque creían que eran los únicos que tenían la verdad y la razón; otros terminan involucrados en la politiquería de algún partido de derecha o al servicio de alguna ONG internacional financiada por el capital imperialista.

Muchos intelectuales, partidos, organizaciones y movimientos sociales se consideran de izquierda; no significa que ser de izquierda sea igual a ser revolucionario, pero ser de izquierda en la sociedad capitalista, es una condición que nos define como actores políticos en defensa de la democracia, la paz y la justicia social. Aun siendo un concepto occidental, ser de izquierda en esta sociedad, es un valor humano muy importante en quienes sufren las injusticias del capitalismo; aunque la práctica social y política de algunos de sus miembros indique lo contrario. Pero es necesario replantearnos el término cuando los paradigmas hacia los cuales se dirigían sus proyectos y acciones perdieron solidez, cuando la cultura que le dio valor e identidad entra en decadencia; y evaluar hoy los cambios ideológicos en sectores policlasistas de esa izquierda que queriendo diferenciarse de sus ancestros comunista o socialista, se alían a sectores oligárquicos, mafiosos y de derecha para tener acceso a coadministrar el Estado; algunos  autodenominándose progresistas, y que en los últimos 20 años los hemos visto aferrados a la institucionalidad que antes criticaban y combatían. Pero este fenómeno no es nacional, es producto de la descomposición del otrora socialismo real que implosionó haciendo metástasis en todos los partidos y movimientos que seguían sus líneas política e ideológica.

La izquierda en general -en Colombia- además de socialdemócrata, es neoliberal en diferentes tonos, desde lo político, lo económico y lo social, alzada en armas o de civil; la mayoría de sus organizaciones prácticamente no han estado interesadas en construir, liderar o integrar un Frente, una OPM una OPP un Bloque Histórico -propuestas por ella misma- que reúna a todo el pueblo para que haga una revolución que cambie radicalmente las estructuras socioeconómicas del país y construya el socialismo soñado por toda la izquierda, pues su sectarismo-dogmatismo lo ha impedido.

No es que la izquierda no haya evolucionado, que no tenga en su conjunto una visión aproximada a la realidad histórica, económica, social y política del país –nos convertimos en especialistas del diagnóstico-; no es que no confronte al Estado por reformas sociales, por participación política; que no haya aportado mucha sangre de lo mejor de nuestro pueblo en una lucha heroica contra la oligarquía y el imperialismo desde la lucha armada, la gremial, hasta la cultural, ecológica e intelectual; el problema es que nunca se han podido poner de acuerdo sus integrantes para definir un programa mínimo común a mediano plazo ni para la construcción de una organización social y política amplia, donde quepan todos las y los oprimidos, explotados, excluidos e inconformes de este país.

Tampoco podemos confundir izquierda con oposición, -que generalmente es oponerse al gobierno y no necesariamente al Estado o al sistema- pues la oligarquía ha utilizado este término para definir a los de su misma clase que difieren del gobierno de turno como lo fue el uribismo; algunas veces incluye a la izquierda dentro de sus opositores; claro que cuando esta oposición se torna peligrosa para el régimen, la oligarquía la trata de terrorista o de delincuencia política, la estigmatiza, la reprime y la penaliza, cuando no la elimina físicamente como a la UP. Existe otra oposición nombrada “izquierda social” que enfrenta al capitalismo, son sectores populares como los indígenas, las comunidades negras, los campesinos, los trabajadores, los viviendistas, los estudiantes, las y los feministas, los y las ecologistas –muchos de filiación liberal y conservadora-, que defienden su existencia física, sus intereses y sus territorios, obstaculizando a la oligarquía y al capital transnacional la realización de sus planes económicos, ante lo cual el Estado y la empresa privada utilizan el mismo procedimiento de exterminio que contra la izquierda “política” y la insurgencia. Sin embargo, los movimientos sociales populares han asumido el mismo comportamiento de la izquierda política, cada uno cree que puede enfrentar solo, y vencer al estado en la defensa de sus intereses particulares, mostrando el mismo panorama de dispersión.

Habría que preguntarse qué sería ser de izquierda en la URSS y en China en la época del capitalismo de Estado, cuando los estudiantes, los intelectuales críticos, los campesinos y los obreros protestaban; y hoy en Venezuela, Ecuador, Bolivia o en Nicaragua, incluso Uruguay Brasil y Argentina que pasaron de la izquierda al progresismo extractivista, -hoy arrinconados por el fascismo promovido desde Washington- no porque sus regímenes sean injustos o represivos, sino porque estos conceptos nos llevan a delimitar márgenes de actitudes y acciones por los intereses de clase o de grupo de quienes dirigen estos procesos, sobre todo cuando en algunos de esos países se realizan movilizaciones populares contra las políticas del Estado que atentan contra las vidas de las comunidades en el campo y la ciudad, contra la ecología,(como la gran minería,  el monocultivo de la soja, la destrucción de la selva amazónica los parques naturales TIPNIS, Yasuní) contra la dignidad de las mujeres, quienes luchan contra el patriarcado y por sus derechos sexuales (y reproductivos como el aborto), económicos, sociales y culturales; contra los pueblos indígenas que defienden sus territorios, culturas y autonomía, contra los campesinos que reclaman reforma agraria, soberanía alimentara y fin al extractivismo minero-energético, contra los sectores populares urbanos que luchan contra el aumento en los precios de los combustibles y de los alimentos; contra las privatizaciones de sectores estratégicos como los combustibles, los minerales, el agua y demás bienes naturales; políticas que prometían el progreso o la Modernidad para sacar de la pobreza y la exclusión a la inmensa mayoría de su población,

Los conceptos occidentales derecha e Izquierda no son suficientes para determinar las vías de progreso y bienestar humanistas, o las reformas que indiquen cambios estructurales reales, empezando por ejemplo, por tomar posición consciente y coherente en torno a temas como la deuda externa, las imposiciones macroeconómicas  de los organismos “multilaterales”, la inversión extranjera, el extractivismo venga de donde venga, y otros no tan económicos como la ecología, la autonomía de la mujer, el machismo y el patriarcado, o los relacionados con los pueblos indígenas, raizales y otras llamadas minorías como los LGTBI. Con estos antecedentes podríamos plantearnos la revaluación del concepto izquierda no solo en lo teórico, sino, en sus actitudes y su práctica política, pues internacionalmente el concepto Progresismo o progresista ha sido aplicado y desarrollado por partidos y movimientos políticos que vienen de lo que hace poco se llamó la Nueva Izquierda Latinoamericana, pero que en realidad su paradigma es el desarrollismo del capitalismo de Estado que puede terminar al servicio de las corporaciones transnacionales extractivistas, incluido el capital financiero.

La Modernidad nos impone su carga cultural y epistémica para asumir la teoría y el conocimiento desde la academia occidental, sintetizada en los conceptos, tesis y discursos de científicos, religiosos, literatos, teóricos e intelectuales de cinco países del llamado Occidente, -Inglaterra, Alemania, Francia, Italia y Estados Unidos- elevando sus conocimientos al nivel de verdades superiores a cualquier otro conocimiento del resto del mundo; esta concepción colonialista del conocimiento hace que las estructuras construidas en la modernidad -método, leyes, cosmovisión, literatura, epistemología- sean las herramientas apropiadas para abordar el análisis, la investigación, la aplicación y desarrollo de sus teorías y discursos científicos, políticos, y religiosos en nuestros pueblos y países, por lo que no hay lugar para la disidencia, la creatividad y el pensamiento propio, en este caso, el darle otro nombre y concepto a concepciones políticas, ideológicas, culturales y cognitivas anticapitalistas, desoccidentalizadas, no eurocéntricas, antipatriarcales, no judeocristianas, al término y concepto occidental de izquierda, es una tarea como la de restituir el nombre de Abya Yala para nuestro continente, o encontrar el nombre apropiado para nuestro país, abandonando el del conquistador, utilizando nuestras propias epistemologías y cosmovisiones o filosofías.

El capital transnacional y la oligarquía colombiana han asimilado la rebelión con el terrorismo, conceptos que una parte de la izquierda también ha adoptado, condenando y apoyando la penalización de quienes se declaran y actúan contra el capitalismo haciendo uso legítimo del derecho de los pueblos a la rebelión, sobre todo, quienes participan de la institucionalidad o aspiran a cargos públicos. Rebelión no es igual a violencia, es un derecho individual y colectivo, es la capacidad y responsabilidad ética de quienes poseen dignidad para luchar contra sus opresores, y ello incluye formas de lucha como la desobediencia civil, las luchas cultural, ideológica, económica, ecológica, en expresiones políticas organizadas, o sea, con movilización social. Sin embargo, la violencia sigue siendo el último recurso legítimo de los pueblos en resistencias para proteger sus vidas, sus territorios, organizaciones, culturas y proyectos. Algunas organizaciones de la izquierda institucionalizada han borrado de su vocabulario el término rebelión, junto a otros como oligarquía, imperialismo, explotación, dependencia y lucha de clases; cambiándolos por otros que han impuesto la academia neoliberal el establecimiento y sus medios oficiales, como élites, sociedad de libre mercado, inversión extranjera, cooperación internacional y sociedad civil. Pero más que los términos, lo que hay que analizar es la práctica política y social de las personas, de las organizaciones políticas y de los movimientos sociales; sobre todo cuando la corrupción y el despotismo del capital nos impone una antiética sin principios humanistas, que permea las dirigencias de izquierda, tanto las radicales, como las que acceden a cargos públicos por elección o por nombramiento dentro del Estado.

Mirándolo en el contexto global, el capitalismo sí es de derecha, injusto, represivo reaccionario, fascista, así se vista de socialdemocracia o de nacionalismo, mientras la izquierda debería ser esencialmente Democracia Popular, Socialismo, Comunismo, Bien Vivir, Humanismo, Anarquismo, Feminismo, ecologismo, indigenismo. Los movimientos sociales y políticos que desean cambiar no solo el capitalismo, sino, también las relaciones que se dan entre las personas como el machismo, el patriarcado, el autoritarismo, las formas de poder piramidal de las organizaciones políticas y sociales del pueblo, el manejo elitista del conocimiento, y las relaciones antropocéntricas con la naturaleza, se ubican en el bando humanista anti sistémico; conceptos que trascienden la izquierda tradicional.

Todos los grupos de izquierda y revolucionarios en la historia de Colombia han hablado de unidad, cada uno desde su punto de vista, desde sus intereses políticos particulares, buscando que los demás se adapten, acojan o se sometan a sus propuestas, sin escucharlos, muchas veces excluyendo de antemano a posibles líderes  populares, o a quienes consideran rivales en la competencia por la conducción; en otros casos, también a quienes ven como inferiores en capacidad política o de movilización de “masas” (y de votos), porque cada uno se percibe a sí mismo como la vanguardia, como lo más puro, capaz y revolucionario. Este tipo de consideraciones narcisistas individualistas son productos del sectarismo y el dogmatismo mesiánico (de la vieja izquierda), de poca capacidad política, que aún sigue predominando en los movimientos sociales y políticos populares de izquierda; algunas organizaciones de izquierda han hecho fáciles alianzas con sectores de derecha (hasta con narcotraficantes), que con otros de la propia izquierda. La mayoría de las veces no se consideran las propuestas de los otros, ni se mira en qué se está realmente de acuerdo o en qué coinciden las diversas posiciones para un proceso de unidad de acción o política, para determinada coyuntura, para alianzas tácticas o estratégicas, porque se busca la hegemonía más que el consenso y la convicción, se piensa primero en quien se queda con la dirección o en cómo vamos en el reparto de la burocracia; nos hemos encontrado en muchos escenarios en un diálogo de sordos y terminamos haciendo la unidad de yo con yo. Por esto es que se llega a formas de unidad como la del PDA, -de la izquierda institucionalizada- en la que las partes no cumplen los acuerdos, mientras la militancia se confunde y se decepciona. La búsqueda de la unidad no puede negar u ocultar el debate político e ideológico, al contrario, son el debate franco y la crítica fraternal, los que hacen posibles los acuerdos, la unidad. Casi siempre la izquierda le echa la culpa de sus fracasos, de sus deficiencias, a la derecha, a la oligarquía, al imperialismo, por no hacer un análisis científico autocrítico de sus acciones y de su propia historia.

Es en los procesos de unidad -con la movilización y el diálogo- como vamos construyendo alternativas de organización, vamos descubriendo tareas necesarias para perfilar un programa mínimo emancipador y reivindicativo; en ellos nos encontramos con aliados, tácticos y estratégicos, identificamos intereses, conveniencias y lealtades que permitirán construir una visión colectiva y plural, definir un programa consensuado, una plataforma de lucha y objetivos tácticos y  estratégicos, sobre bases sólidas de unidad social, unidad política  y o unidad orgánica, o lograr una articulación estable según el caso; en escenarios local, regional, nacional e internacional, sin excluir a ningún sector social o político del pueblo. Por eso son necesarios el diálogo, el consenso y la concertación en el campo popular, incluidas comunidades urbanas, rurales, indígenas, entre sectores, entre movimientos sociales, entre organizaciones; un diálogo no solamente político, también intercultural y filosófico.

Los sectores populares siempre han buscado dialogar entre ellos, en las coyunturas, durante las crisis económicas y frente a las agresiones del Estado contra sus comunidades, que los obliga a movilizarse; han organizado coordinadoras cívicas, comités gremiales y sectoriales que se intercomunican, donde también convergen organizaciones políticas de izquierda, integrando lo que se ha llamado movimientos sociales populares. Hay épocas en que el diálogo pierde fluidez, algunos sectores se repliegan ante la represión o porque han conseguido el objetivo de sus luchas parciales-temporales, saliendo a escena otros sectores. Los campesinos de los años 60 y 70 que dieron grandes batallas por el derecho a la tierra, que fueron después expropiados, masacrados y desplazados, contaron en su época con la solidaridad de los trabajadores, de los estudiantes; ellos dialogaban con estos sectores aportando solidaridad en sus conflictos, ellos resurgen en sus luchas contra los TLC  y el extractivismo con grandes acciones en 2013, 2014, 2016.   Los trabajadores siempre han estado presentes con mayor o menor actividad como en los últimos 30 años, pues el neoliberalismo los desarticuló, redujo el número de organizados y les quitó muchos derechos, sin embargo, han sido los convocantes a la movilización, líderes en la lucha contra el neoliberalismo. Los indígenas desde los 70 han entrado en diálogo permanente con los demás sectores populares rurales -Campesinos y Comunidades negras- llegando en los últimos 20 años a los sectores urbanos caminando la palabra, son los que más dialogan entre ellos y con todos los sectores populares en asambleas, reuniones de cabildo, tulpas temáticas, mingas de pensamiento, caminando el país.  Las comunidades negras, los sectores urbanos en las periferias de las ciudades, permanecen activos y se comunican entre ellos para reclamar atención del Estado en servicios públicos, en salud, educación, vivienda,  infraestructura; buscan articular sus luchas con los demás sectores; dialogan en asambleas, en foros, en la movilización, en sus palenques, en paros como en el Chocó y Buenaventura en 2017.

Cuando hablamos de diálogo no nos referimos solo al diálogo entre dirigencias, sino también entre comunidades y organizaciones de base, en la movilización, en la construcción de alternativas y de resistencias; la mejor manera de dialogar. Pero la clave del diálogo está en escuchar y comprender al otro-a, los otros-as y en ceder lo necesario para ponernos de acuerdo. Los diálogos en el campo popular pueden generar no solo alianzas tácticas y estratégicas, articulaciones coyunturales para emplazar o  exigir al Estado, sino construir cimientos de poder popular, e ir integrando una Organización Política del Pueblo en un proceso de unidad programática,  de propuesta de país, de democracia y de gobierno popular, por fuera de la institucionalidad del Estado. El diálogo con la oligarquía dentro de su institucionalidad, escasamente lleva a negociar reivindicaciones parciales, particulares, sectoriales o gremiales temporales, para exigir al Estado el cumplimiento de sus responsabilidades constitucionales y garantizar los derechos individuales y colectivos reconocidos por la comunidad internacional; diálogo necesario en la resistencia, pero no suficiente para construir un mejor país. En la lucha de transformación radical de la sociedad por un Sujeto político plural popular, que ejerce la hegemonía, el dialogo con la oligarquía solo servirá para que esta entregue el poder del Estado cuando el pueblo se lo imponga, pero la derrota del capitalismo no significa manejar y embellecer la máquina del Estado capitalista, así se le cambie de adjetivo; es el desmonte de este aparato (en una transición), es el reconocimiento, el respeto a la diversidad, a la autonomía, a la democracia popular, lo que posibilita la construcción de una mejor sociedad, de un mejor país. Por esto la transformación no puede ser a corto plazo o con agendas fechadas a los deseos de un sector, movimiento u organización  política, o siguiendo el coyunturalismo impuesto por la oligarquía. Los movimientos sociales de transformación pueden definir sus agendas y programas partiendo del consenso, sobre unas prioridades estratégicas propias, desde sus territorios, espacios y tiempos.

La oligarquía aristocrática siempre ha hecho alianzas tácticas con sectores de la izquierda para mantener su hegemonía frente a las mafias emergentes que reclaman su cuota de poder, como lo hizo en 2014 en las elecciones para presidente, en la que participó prácticamente toda la izquierda que cree en las promesas de paz del régimen (incluyendo a representantes de víctimas del genocidio de la UP y sectores de la insurgencia), cuando Santos dos días después de la reelección declaró públicamente que continuaría ejecutando el proyecto neoliberal -que promueve la Tercera Vía inglesa- con más radicalidad, aunque éste ya cumplió su función, pues ahora se habla del post-neoliberalismo, en que la biopolítica[1]sigue siendo el eje dinamizador de este criminal modelo, como nos lo explica Pablo Dávalos. La izquierda y los movimientos populares también podemos hacer alianzas tácticas con sectores burgueses o subordinados que entran en conflicto con el gobierno o con el Estado, solo obedeciendo a coyunturas, no necesariamente electorales, ni a los intereses de ellos, sino, a los objetivos de la democracia popular. Las alianzas estratégicas las construimos con los movimientos y sectores populares con respeto y honestidad, con compromiso y en consenso, sobre un programa y unas bases sólidas de unidad.

De todas maneras la tarea de los y las demócratas, humanistas, revolucionarios-as, y de la izquierda, es unir al pueblo en torno a sus intereses y necesidades, y dentro de este, a la misma izquierda, que con todas sus divisiones y deficiencias ideológicas y políticas debe rectificar para promover y propiciar los procesos de unidad (si no quiere desaparecer), empezando por realizar la autocrítica a su práctica social y política de los últimos 60, años frente al pueblo. Sujetos como los ecologistas comprometidos con la vida; los y las feministas que rescatan la sensualidad, la sensibilidad, la ternura, la compasión, la solidaridad, la equidad entre hombres y mujeres, y entre todos; los  y las jóvenes en sus diferentes actividades –trabajadores, desempleados, estudiantes, artistas- los profesionales e intelectuales independientes, orgánicos y vernáculos del pueblo que entregan sus capacidades físicas y mentales a la real solución de las problemáticas sociales; los pueblos indígenas, negros y raizales que defienden y conservan sus territorios y culturas; los y las trabajadoras, campesinas organizados gremial y políticamente, incluso sectores religiosos progresistas, empresarios demócratas y militares patriotas, deben integrar y fortalecer organizaciones políticas y sociales, OPCP, orientándose a la construcción de bases o instrumentos de la democracia y el poder popular para enfrentar y derrotar al capitalismo, vencerlo y transformar nuestra sociedad y nuestro país, utilizando todos los medios políticos, económicos, culturales posibles, de acuerdo a las necesidades en cada momento.

No se visualiza en Colombia a mediano ni a largo plazo, cambio real de estructurasmediante procesos electorales; aún si la izquierda se presentara unida y ganara la presidencia y obtuviera mayoría en el congreso, no podría hacerlo sola -necesitaría del compromiso, la organización y la movilización de los sectores populares-  porque esta democracia no tiene capacidad para romper la dependencia económica, política y cultural de las estructuras del sistema mundo, que impone sus políticas económicas y sociales a los países dependientes y por todo lo expuesto en este ensayo; pues la izquierda institucional solo quiere y podría administrar el Estado, no gestionar su extinción; además, la izquierda institucional, imitando a la derecha, ha estigmatizado a quienes no votan, tratándolos de ignorantes y apolíticos, condicionando el trabajo social y político a la participación electoral como la única forma legítima para acceder al poder, condenando las demás formas de lucha y resistencia que el pueblo tiene para expresarse; algunos apoyan a la derecha en penalizar la abstención; bien lo dijeron Héctor León Moncayo y lo confirmó Raúl Zibechi (en el encuentro sobre la Unidad de la izquierda realizado en Bogotá por los periódicos Lemonde Diplomatique y Desde Abajo en noviembre de 2013) En los 70 a los que impulsábamos la lucha de calles nos decían que había una forma superior de lucha a la que nos debíamos incorporar, en referencia a la lucha armada. Ahora nos dicen, y esa es la ironía, que la forma superior de lucha son las elecciones[2]. La desobediencia civil, la cultura, la educación política, la organización y la movilización popular no figuran en la lista de prioridades de la izquierda institucionalizada.

No existen formas superiores ni inferiores de lucha, todas las formas de expresión, de hacer presencia de asumir una posición, toda actividad que contribuya al logro de objetivos sociales de justicia, solidaridad, sin pisotear los derechos y la dignidad de las personas honestas, son válidas y necesarias para transformar nuestra sociedad y al mundo.

Los movimientos sociales y políticos de izquierda y revolucionarios no han podido identificar un Sujeto Social que dinamice un proceso liberador, ni han elaborado un programa mínimo consensuado que cohesione y movilice a los sectores populares del campo y la ciudad, pues la izquierda tradicional conserva los mismos conceptos burgueses de progreso, de democracia y de poder político, y el mismo sectarismo, son sujetos colonizados; de la misma manera no ven la necesidad de la unidad inmediata de los demócratas, humanistas y revolucionarios contra el régimen, ni siquiera la unidad de los revolucionarios y de la izquierda misma en un Frente Político Popular o una Organización Política-Cultural de los Pueblos y de las comunidades colombiana, que conduzca este país hacia un nuevo estadio de justicia y libertad con pleno progreso humano.

El miedo a que el pueblo colombiano asuma su propia emancipación llevó a que las izquierdas vanguardistas optaran por caminos “fáciles y cortos” -que se convirtieron en difíciles y permanentes- para la toma del poder político del estado, bien mediante la vía electoral o con la lucha armada exclusivamente, aisladas de las problemáticas e iniciativas de los diversos sectores populares y del pueblo en su conjunto. La izquierda en general no se ha comprometido en la construcción de un verdadero poder popular ni en fortalecer la autonomía de los sectores populares, solo los han utilizado como capital electoral o como feligreses de sus parroquias, Mientras tanto continúan creciendo la inconformidad, las resistencias y la movilización espontánea, en las que la juventud y las mujeres juegan un papel deliberante, beligerante, determinante junto a los demás sectores populares rurales y urbanos hoy activos.

El sectarismo político -también el académico y el religioso- como el dogmatismo, son grandes obstáculos para dialogar, para desarrollar pensamiento y construir tejido social, para realizar lo que todos los sectores populares ansían para salir de las miserias, del infierno que nos impone la religión del capitalismo, por esto casi siempre vemos primero o únicamente lo malo, lo feo, lo erróneo, el fracaso, la incapacidad para solucionar cualquier problema, para abordar cualquier tarea, para asumir cualquier responsabilidad, es una forma de ignorancia individualista que limita la visión del todo, es una de las manifestaciones de la colonialidad que nos empequeñece, que nos invisibiliza y nos enfrenta en forma fratricida. Paulo Freire nos explica cómo es el sectario:

El sectario nada crea porque no ama. No respeta la opción de los otros. Pretende imponer la suya –que no es opción sino fanatismo- a todos. De ahí la inclinación del sectario al activismo, que es la acción sin control de la reflexión. De ahí el gusto por los slogans que difícilmente sobrepasan la esfera de los mitos y, por eso mismo mueren en sus mismas verdades, se nutre de lo puramente “relativo a lo que atribuye valores absolutos”.Freire 1965 p.42

Aunque los concepto de única clase revolucionaria y de vanguardia, asignados a la clase obrera han venido perdiendo importancia en la izquierda actual, desde antes de la disolución de la URSS y del campo socialista, ante el surgimiento de otros actores y sujetos que reclaman los derechos a proponer y a definir en igualdad de condiciones, en los procesos emancipatorios y liberadores en todo el mundo, en la concepción de la lucha y del poder político predomina la visión occidental monolítica; la mayoría de la izquierda colombiana no concibe la unidad como proceso de construcción de identidades, de subjetividades e intersubjetividades, como producto de acuerdos, disensos, consensos, y autonomías, no ve necesario la integración de lo diverso, de lo colectivo en la realización de un Sujeto Político Plural Transformador. Se ha venido perdiendo el debate ideológico interno, el consenso en las organizaciones de izquierda y entre ellas, prefiriendo los defensores de una posición o tendencia, en muchos casos, optar separarse y formar otra organización donde todos estén de acuerdo sin discusión; esto ha pasado tanto en lo político como en el sector sindical y en otros sectores sociales dirigidos e influenciados por la izquierda política; una forma de polarización que nos atomiza.

La unidad se hace en la diversidad, en el disenso-consenso, no en la homogeneidad o en el unanimismo. A finales de 2013 el periódico Desde Abajo propuso un esperanzador intento de unidad a todo el espectro de la izquierda con el foro La reconstrucción social y sus sujetos, ¿unidad de la izquierda?” con temas muy importantes para encontrar puntos de unidad, para definir elementos de plataforma, de idearios, de programa, comunes. En esta reunión faltaron sectores populares y sociales indispensables en la construcción de una alternativa política popular. Continuamos pensando que basta convocar por las dirigencias, por las élites políticas, mientras a las bases sociales, los sectores populares emergentes como las mujeres, los jóvenes, los indígenas, los campesinos, los desempleados, las víctimas de la guerra y del modelo neoliberal, los pobladores, no hay quien las convoque; aún no se les considera Sujetos capaces no solo de reconstruir su tejido social, sino, de crear un nuevo país. Sin embargo, este gran esfuerzo de DA, -como muchos otros que se han hecho en los últimos 20 años por diferentes organizaciones- no es el último, como tampoco se puede considerarlo como un fracaso, pues como lo hemos venido proponiendo, es necesario la unidad de la izquierda institucional y no institucional, junto a la unidad en igualdad de condiciones con los movimientos y organizaciones populares. Es una obligación revolucionaria persistir en la unidad, como lo pensaba Camilo: “haciendo énfasis en lo que nos une”.

Las claves de la unidad están en las propuestas, acciones y pensamientos de la Gaitana, de José Antonio Galán, Simón Bolívar, Quintín Lame, Jorge Eliecer Gaitán, Estanislao Zuleta, María Cano, Camilo Torres, Manuel Marulanda, Jaime Bateman, Fernando González, Antonio García, Orlando Fals Borda y muchos líderes sectoriales e intelectuales críticos académicos y vernáculos actuales; a nivel latinoamericano y caribeño: Martí, Fidel, Farabundo, Sandino, Mariátegui, Che, Chávez.

Las enseñanzas están en: los cimarrones y sus palenques, en los Comuneros y los levantamientos indígenas de 1781, en los artesanos y sus sociedades democráticas, en la Guerra de los mil días, en la entrega de Panamá, en el socialismo de los años 20 y el movimiento obrero, en la masacre de las bananeras, en las luchas agrarias de los años 30, en las guerrillas liberales, en el bogotazo y la violencia, en la insurgencia y el Caguán, en el M19 y el palacio de justicia, en el holocausto de la Unión Patriótica, en la guerra narcoparamilitar extractivista, en los acuerdos de paz de los últimos 30 años, en las movilizaciones indígena, campesina y popular de los últimos 20 años, en los TLC, en  la Constitución de 1991.

Los ejemplos están en: la Comuna de París, en la Revolución Rusa, en la República Española, en la Revolución China, en las guerras mundiales, en las luchas de liberación de Asia y África, en las dictaduras de América Latina, en las revoluciones mexicana, cubana, guatemalteca, salvadoreña y nicaragüense; en la Bolivia de los años 50, en el Chile de la Unidad Popular, en las guerras de Vietnam, Yugoslavia, Afganistán, Irak, Libia, Siria, Ucrania; en la caída de las torres gemelas. Están en la Chiapas zapatista, en los pueblos de Venezuela, Argentina y Brasil (con arremetida legislativa-judicial y militar de las oligarquías y el imperio), en las luchas de los trabajadores en los movimientos indígenas de Chile, en los movimientos populares de Bolivia y Ecuador (que enfrentan el extractivismo y el irrespeto a la diversidad y pluralidad), en las luchas de los pueblos del mundo.

Las posibilidades están: en la emancipación simultanea de las mujeres y los hombres como Sujetos de dignidad, en la organización, la unidad y la movilización de los sectores populares, en las organizaciones y movimientos políticos y sociales del pueblo, en sus propuestas, en sus prácticas humanistas de solidaridad, de autonomía política económica y cultural, en la unidad de la izquierda y del pueblo, en la crisis estructural del capitalismo, pero sobre todo, en la solidaridad, en la capacidad de resistencia y creatividad de nuestro pueblo, en eliminar de nuestras mentes la concepción occidental-colonial de nuestras realidades, asumiendo nuestra autonomía, multiplicando nuestro amor por la humanidad, por la libertad y la justicia.

Marzo 22 de 2019

[1]La democracia disciplinaria. El proyecto pos neoliberal para América Latina- Pablo Dávalos – ediciones desde abajo – Bogotá 2011.

[2]Sobre la forma superior de lucha – periódico La Jornada – 30-11-2013

Unidad de lo Diverso en lo Común

Por Gonzalo Salazar

Hasta hoy solo tres grandes movimientos, en tres momentos decisivos de nuestra historia colonial y “poscolonial”, han concitado la unidad del pueblo colombiano para su emancipación:

El movimiento revolucionario de los comuneros de 1781, en la Nueva Granada, liderado por José Antonio Galán como el más radical, con la consigna “unión de los oprimidos contra los opresores”, movimiento en el que confluyeron todos los sectores oprimidos y explotados por el imperio español, que puso en jaque al virreinato, al cercar a Santa Fe con más de 20.000 combatientes movilizados desde todas las regiones y provincias de la Nueva Granada, movimiento integrado por campesinos, indígenas, esclavos, artesanos, mujeres y hombres, comerciantes criollos y mestizos, que terminó con las capitulaciones y su incumplimiento por el virreinato, el descuartizamiento del líder y el consecuente aniquilamiento del movimiento. Estos movimientos nunca fueron aislados del contexto regional y mundial; en la colonia significó la expansión del capitalismo y su Modernidad con el desarrollo industrial yla competencia comercial y marítima de Inglaterra frente aEspaña, iniciada en el siglo XVI y que generó la declaración de guerra a Inglaterra en 1778 por el rey Carlos III de España, simultáneamente se daba la guerra de independencia de los Estados unidos (13 colonias contra el imperio inglés, 1775-1783), mientras se desarrollaban otros procesos emancipatorios de gran dimensión social e histórica en las colonias latinoamericanas; en el Perú con Túpac Amaru,que llegó a movilizar 80.000indígenas y mestizos;en Bolivia conTúpac Katary, junto a otrasinsurrecciones antes y después de la de los Comuneros de 1781, como las de Chile en 1776 y en 1781; “en Brasil en 1789 contra el imperio portugués las turbaciones acaudilladas por Tiradentes; en Venezuela, durante 1797, otra revuelta de criollos[1]; también hubo levantamientos en Centroamérica y México, todo un movimiento continental emancipatorio con características particulares en cada territorio, provocado por las mismas causas y con similares objetivos –contra la encomienda los altos impuestos y las arbitrariedades del clero-, en la mayoríaprotagonizados porlos pueblos indígenas, cimarrones, mestizos y criollos,pero no a todos los movía el deseo de expulsar al imperio español o portugués. La amplitud del movimiento comunero en la Nueva Granadapermitió la participación de todos los sectores sociales que se sentían explotados, expoliados, oprimidos y agredidos por el sistema imperial:indígenas, negros, campesinado, mestizos, criollos, entre, los dosúltimos se destacaron personajes con algún poder económico y político que asumieron la conducción del movimiento, en su mayoría comerciantes y servidores de la corona, que no les interesaba cambiar el régimen, sino, reducir la carga impositiva y garantías para el buen funcionamiento y rentabilidad de sus negocios, contradicciones que se sintetizaron en dos consignas que tenían su sellos de clase: la radical “unión de los oprimidos contra los opresores de José Antonio Galán y, la de “viva el rey, abajo el mal gobierno” de quienes de alguna manera se beneficiaban del sistema colonial;  otros criollos terratenientes, comerciantes y funcionarios descendientes de conquistadores y de encomenderos, no pensaban en entregar sus tierras ni en liberar a sus esclavos, mucho menos enfrentarse al imperio español por independencia; estos sectores subordinados, pero también dominadores sobre el pueblo,es la aristocracia criolla que se va a perfilar como la oligarquía colombiana.

La Campaña Libertadora, liderada por Antonio Nariño y Simón Bolívar por la independencia, que obtuvo el triunfo en 1819 como proyección de la rebelión de 1781 pero dirigida por los criollos, movimiento que llama a la unidad de criollos y mestizos, y al apoyo obligado de campesinos,  indios y esclavos; objetivo sintetizado en un proyecto de unidad latinoamericana esbozado en la carta de Jamaica de 1815 (también planteado por Francisco de Miranda), la mejor interpretación de la sociedad latinoamericana y caribeña de la época, redactada por Simón Bolívar,el documento es base de la sustentación teórica de las luchas de liberación nacional en todo el continente y que Haití logró anticiparla en 1808 y que fue el principal bastión para las futuras revoluciones en el continente; luego el congreso de Angostura, con el discurso en el cual el libertador anhelaba una constitución Para dos repúblicas: Venezuela y la Nueva Granada.Eso fue lo que presentó Bolívar en el momento de instalar el Congreso de Angostura, visión de futuro recogida luego por los congresistas allí reunidos, en un proyecto de Constitución que finalmente vería la luz en el Congreso de Cúcuta (30 de agosto de 1821) y con el cual toma forma la Primera República, la misma que llega hasta nuestros días.[2]

Nuestra guerra de liberación en realidad era parte del proyecto liberal de integración que se intentó concretar en el Congreso Anfictiónico de Panamá (1826)[3] pero que finalmente fracasó, asumiendo la naciente oligarquía el manejo del Estado colombiano hasta nuestros días. Esta revolución independentista no cambió la situación social y política de los oprimidos  y explotados como siguen siendo los indígenas que continuaron perdiendo sus culturas, tierras, territorios y sus vidas, y las comunidades negras, que solo décadas después fueron “liberadas” lentamente de la esclavitud, mientras el campesinado también continúa siendo masacrado y expropiado, con el  sometimiento de todos los sectores populares desde esa época, mediante el patrón de poder colonial del capitalismo.

La integración de La Gran Colombia (Venezuela, Colombia y Ecuador), como parte de ese gran objetivoemancipatorio, también terminó con la traición y la usurpación del poder político por la aristocracia criolla en los tres países, como en el resto de América Latina, y las consecuentes disputas internas de esa nueva clase cipaya en nuestros países;en Colombia con más de 30guerras civiles regionales en el siglo XIX en nuestro territorio por el monopolio de la propiedad de la tierra y las riquezas que esta contiene. Desde la campaña libertadora, iniciada, dirigida e integradas sus tropas en su mayoría por venezolanos,-en el sur por José de Sanmartin en Argentina y O’Higuins en Chile- la aristocracia criollaha buscado apoyo de otros imperios -francés, británico, norteamericano, incluso el zarismo ruso- para financiar sus guerras internas y cambiar de amo; oligarquía, insaciable de riqueza y de poder, que, desde entonces, ha sometido con el terror y el despojo al pueblo colombiano y en el resto de países latinoamericanos, muchas veces más violenta que loscolonizadores, negándose a su propia revolución burguesa liberal, ofreciendo los bienes naturales y el territorios a otras potencias y al capital transnacional para también enriquecerse con las migajas que les reparten sus amos. Cualquier parecido con las actualesoligarquíascolombiana y venezolana es “mera coincidencia”.

El movimiento liberal gaitanista, creado en los 40 del s. XX alrededor de la figura carismática de Jorge Eliecer Gaitán, como respuesta a la política de exterminio del campesinado tanto liberal como conservador y de la naciente clase obrera, realizado por el Estado colombiano en 1928 (masacre de las bananeras en defensa del capital imperialista), ordenado por la oligarquía de ambos partidos, violencia que se introducía en las ciudades, que crecían con el desplazamiento y el amago de industrialización. Este Movimiento que buscaba la paz y mejor distribución de la riqueza, convoca, logra unir y movilizar (la marcha del silencio) a la mayoría de los sectores populares del campo y la ciudad contra la violencia bipartidista; tanto, que la oligarquía liberal-conservadora, aterrada, termina asesinando al caudillo que se les salía de sus manos (como ya lo había hecho con el general también liberal Rafael Uribe Uribe en 1914, después de una guerra de 1000 días, por el mismo motivo: la concentración del poder político por los exportadores de materias primas, a la vez contrabandistas importadores y la expropiación y la concentración de la tierra por los terratenientes), con la consecuente tragedia de terror y muerte que llega hasta nuestros días con viejos y nuevos actores, con las víctimas de siempre: más de un millón de muertos, cientos de miles de desaparecidos, seis millones de campesinos desplazados y expropiados de sus tierras; que victimizó a todo el pueblo colombiano en los últimos 70 años. La izquierda de la época no tuvo capacidad para convocar y movilizar al pueblo, pues cuando Gaitán convocaba y reunía al pueblo, ella miraba para otro lado. época que eufemísticamente la oligarquía denomina La Violencia, en pretérito; cuando realiza un pacto falaz llamado Frente Nacional que inicialmente era por 20 años, pero que aún no termina, porque ha sido renovado varias veces, -la última con la Constitución política de 1991- para incluir al narcotráfico y al extractivismo neoliberal para repartirse el poder y la riqueza del país, sin dejar de aplicar la violencia sistemática contra el pueblo, y que hoy nuevamente se pretende establecer con el llamado post-conflicto.

Estas tres grandes experiencias históricas de movilización popular y de proyectos emancipatorios truncados, son la escuela obligada, que como sujetos comprometidos en el cambio de nuestra realidad y nuestra historia, tienen los sectores populares, los intelectuales demócratas, los revolucionarios, los humanistas, ampliando sus horizontes, asumiendo la democracia radical y la autonomía popular para un cambio real  de nuestra sociedad, que termine con la frustración del pueblo colombiano en la lucha por el bien vivir.En el proceso de “independencia” los sectores populares no tuvieron esa opción y en la última, fue el caudillo el que determinó el carácter del movimiento, que no tuvo opción organizativa estratégica política e ideológica para “tomar el poder” ni para construir poder popular, no hubo un verdadero programa acordado para la transformación;únicamente en la primera los sectores populares tuvieron alguna presencia en su conducción, pues al final fueron sectores medios criollos y mestizos con poder económico y político regional y local como los comercianteslos, que asumieron la representación del movimiento y negociaron las capitulaciones. No basta la unidad fundada en aspiraciones sin el consenso no solo de las necesidades, sino, de las visiones y cosmovisiones,si no hay autonomía y diálogo de y entre los y las participantes para tomar decisiones.

La unidad total no existe en ningún proceso o movimiento, el conflicto, la diferencia y las contradicciones es lo que mueve a los sujetos a buscar o a crear posibilidades y alternativas, a encontrar acuerdos, lo contrario sería negar la diversidad de los pueblos, la heterogeneidad de la sociedad; como lo hemos esbozado, la unidad se da en momentos, en contextos donde coinciden los participantes, en ámbitos políticos ideológicos, culturales, de género; o sea, mediante el debate, el disenso-consenso y en los acuerdos puestos en práctica, no entorno a programas de partidos o de grupos hegemónicos; la unidad popular se concreta en un programa mínimo construido, definido y asumido por todos las y los participantes del proyecto transformador.

En la época de los 20 del siglo pasado la intelectualidad radical de la izquierda (mujeres y hombres) estaba bien compenetrada con los sectores populares inconformes del campo y la ciudad. De la CON, en el III congreso obrero, surge el Partido Socialista Revolucionario (1926) que se proponía el socialismo como objetivo estratégico; sus militantes viajaban a lo largo del rio Magdalena o del Cauca orientando a los braceros por mejores contratos (que eran colectivos, algunos sin sindicato), se movilizaban a lomo de mula, en champan o en tren, apoyando, arengando y educando a los trabajadores ferroviarios; acampaban en los campos petroleros, impulsando la lucha antiimperialista y por la soberanía nacional; compartiendo las dificultades y la lucha de los trabajadores contra las multinacionales de ese tiempo; educaban y promovían la movilización de los trabajadores bananeros por las 8 horas de trabajo, 8 de estudio y 8 de descanso; lo mismo hacían en el Valle del Cauca con los corteros de caña y los ferroviarios; participaban en las luchas agrarias conociendo de primera mano las condiciones de explotación y pobreza  de campesinas y campesinos; hasta sastres, zapateros, panaderos y lavanderas organizadas recibían su orientación y solidaridad; fue una época de entrega y compromiso, en que cada cual interpretaba el discurso revolucionario confrontándolo con su propia práctica política, debatiendo fraternalmente sobre su presente y el futuro del país, entre comunistas, anarquistas, socialistas y liberales radicales.

Era la etapa que le correspondía al liberalismo en su apertura industrial (sustitución de importaciones) de esa economía exportadora y comercial, que extraía mano de obra de la agricultura para las fábricas que se ubicaban en las periferias de las grandes ciudades, para la explotación petrolera y las obras de infraestructura vial que permitirían  movilizar recursos naturales y materias primas hacia los centros de producción nacional y hacia el exterior a través del ferrocarril, de los puertos fluviales y marítimos; esto en el contexto internacional, de la inauguración del canal de Panamá por el imperio norteamericano, el asesinato de Rafael Uribe Uribe, la revolución socialista de Rusia, la primera guerra “mundial” (europea) y la expansión del imperialismo norteamericano a nivel mundial.

En los 30, vendría la división del movimiento revolucionario con la imposición desde Moscú de la estrategia de construcción de partidos comunistas y la formación de frentes antifascistas (que incluían sectores democráticos y liberales progresistas) en defensa de la Unión Soviética. Estrategia que se aplicó en todos los países donde existían grupos revolucionarios y socialistas que obedecían las directrices del PCUS, entre ellos nuestro país, donde se funda el Partido Comunista de Colombia en 1930.

Desde entonces la atomizada izquierda colombianadesarrolla sus luchas fundamentalmente en dos campos: el armado insurreccional y el electoral –al que han llamado la combinación de las formas de lucha-; pasando de la clandestinidad a la legalidad y viceversa, según la estrategia o la táctica de cada grupo, pero gran parte de la izquierda siempre ha tenido la esperanza de que el liberalismo haga las reformas, o que la oligarquía les permita participar de su poder y sus instituciones, para desde allí generar los cambios revolucionarios que el país necesita; lo que se manifiesta en apoyo y defensa de los gobiernos liberales de López Pumarejo (con su lema “revolución en marcha”) en los 30. Luego en los 40, con Jorge Eliecer Gaitán, cuando alejaron las posibilidades de transformar la dictadura oligárquica en una democracia popular, pues unos apoyaron al candidato de la oligarquía, mientras otros organizaban la resistencia y diseñaban estrategias para la toma del poder, alejados de las “masas” rurales y urbanas. A finales de los 60 y comienzo de los 70 apoyaron a Alfonso López Michelsen y su movimiento MRL (Movimiento Revolucionario Liberal), continuación del discurso reformista de su padre, que sirvió para neutralizar y cooptar a algunos jóvenes ingenuos que creyeron en la posibilidad de una revolución desde la institucionalidad; aun hoy la izquierda en general, cree más en la oligarquía y sus instituciones que en la capacidad creadora y transformadora del pueblo.

La unidad de la insurgencia armada, como parte de los movimientos populares y de la izquierda, concretada en la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar (década de los 80 del s. XX) fue efímera, pues no convocó al pueblo a la unidad en un verdadero frente político popular o en una Asamblea Nacional Popular. La CGSB fue conducida más con el ansia de protagonismo y hegemonía por los grupos “mayoritarios”, que por el interés de realizar la revolución o de encontrar una salida real a la guerra y a la transformación del país, solo sirvió para que pocos años después entregaran las armas (los que firmaron los acuerdos de paz con los gobiernos de la época) y se integraran algunos de sus dirigentes a la lucha electoral y por puestos en la administración del Estado; la izquierda no armada no criticó científicamente, ni propuso alternativas reales a los sectores populares, mientras tanto, eran eliminados la UP, un sector del Frente popular y de A Luchar, además de miles de líderes y activistas populares no pertenecientes a la izquierda política organizada. Una de las características de la izquierda en el mundo, es que en su mayoría su dirección política e ideológica ha estado en manos y cerebros de sectores medios -pequeñas élites- intelectuales; en nuestro caso, con la colonialidad del poder, del saber y del ser en sus mentes, discursos y praxis, nuestra intelectualidad revolucionaria sigue siendo eurocéntrica y occidentalizada, en la que predomina el protagonismo (competencia) individual y de grupo

Aún la izquierda institucionalizada sigue teniendo esperanzas en los cuadros de la oligarquía, cuando apoyó a Santos en su reelección con promesa de paz (2014), cuando no concretaron una posición unificada en el referendo de los acuerdos de La Habana, que le habría permitido algún protagonismo político; cuando enfoca todas sus expectativas en el cumplimiento de esos acuerdos y los posible con el ELN, que están condicionados a no tocar las estructuras del Estado ni el modelo neoliberal extractivista, ni garantizar una verdadera apertura democrática; por último,cuando teniendo la posibilidad con Gustavo Petro, se dividió multiplicando el voto en blanco, (algunos dirigentes de la izquierda se fueron con Fajardo y otros apoyaron el voto en blanco) aumentando el abstencionismo en sus propias zonas de influencia, cambiando importantes puntos del programa  de Petro para hacer falsas alianzas con personajes no confiables. Se olvidan nuestros dirigentes de izquierda del carácter de clase del estado y de la oligarquía, que piensa y actúa como mafia que es, que no olvida ni perdona pero que sí castiga y mata en defensa de sus intereses económicos y políticos. Sin embargo, la izquierda institucionalizada no cree en la unidad ni en la movilización popular, mucho menos en la autonomía de las comunidades y de los movimientos sociales populares ni en la capacidad de los pueblos para transformar sus realidades.

Los procesos de unidad popular en nuestra época parten desde abajo, con arraigo en lo local, integrados en el debate, en la diversidad política y cultural, en torno a la autonomía de las comunidades y sectores populares, con democracia participativa y decisoria, construyendo alternativas fuera de la institucionalidad capitalista, con una narrativa propia.

Marzo 11de 2019

[1] El movimiento revolucionario de los comuneros. Francisco Posada. Siglo veintiuno editores 4ª edición. Bogotá

[2]Congreso de Angostura: 200 años de un sueño inconcluso. /www.desdeabajo.info/sumplementos/item/36270-congreso-de-angostura-200-anos-de-un-sueno-inconcluso. Marzo 11 de 2019

[3]Asistentes al Congreso Anfictiónico de Panamá: la Gran Colombia (integrada por Colombia, Venezuela y Ecuador), México, Perú y las Provincias Unidas de Centro América. Bolivia y Estados Unidos no llegaron a tiempo. A Argentina y Chile no les interesó. Paraguay no fue invitado. El entonces Imperio del Brasil tampoco participó. En cambio Gran Bretaña envió un observador y los Países Bajos, otro. La inclusión de europeos y norteamericanos dentro de los invitados es indicio de la dependencia política e ideológica de los centros hegemónicos del capitalismo de la época.

El Sujeto Popular Transformador

Por Gonzalo Salazar

La necesidad de diálogos en el campo popular

La preocupación para quienes nos sentimos parte de la solución a la actual crisis humanitaria, y corresponsables en la construcción de un nuevo país y una nueva civilización humanista, independiente de los procesos organizativos, es si realmente se están generando las condiciones políticas, epistémicas, culturales necesarias, si estas incluyen la decolonialidad, la construcción de nuevas subjetividades de diferentes sectores y movimientos, la definición de sujetos dinamizadores en el proceso liberador emancipatorio para el presente o para el cercano futuro. Cuando hablo de nosotros, me refiero a los sectores, comunidades y movimientos populares en procesos de emancipación. Lo anterior nos lleva a preguntarnos:

¿Quiénes, qué sectores y o movimientos conformarían este sujeto social transformador?,

¿Cuáles serían sus características, sus objetivos a corto, mediano y largo plazo?;

¿Se requiere de una teoría, una filosofía económica y política elaborada solo por las élites intelectuales de la izquierda y la academia? O si también es necesario beber de las fuentes de la memoria, de las experiencias, de los saberes de las comunidades.

¿Se está conformando desde el diálogo y la confluencia de las visiones, cosmovisiones, culturas y utopías de las comunidades y sectores populares, un Pensamiento Crítico Propio diverso, una filosofía para asumir las transformaciones que necesitan nuestros pueblos, comunidades, sociedad y país?

¿De qué sectores sociales podrían surgir los elementos renovadores de nuestra subjetividad en este proceso?

Esas preguntas no son para responderlas en este escrito como una fórmula, son pasos y actos que se van dando en la praxis, en la medida que reconocemos nuestra actual subjetividad derivada de la colonialidad del poder oligárquico, del saber occidentalizado que se nos ha inculcado desde la escuela oficial, y del ser racializados e inferiorizados por el norte global, para a partir de allí indagar en la praxis cotidiana en qué coincidimos como colectivos, y decidir  como lo hemos hecho en la resistencia por más de 500 años, qué necesitamos, qué queremos y qué podemos hacer, en unidad y en consenso para transformar nuestra sociedad y país. Por ejemplo, podríamos plantear para esta época, en este país, que el sujeto revolucionario o transformador puede o debe ser plural, sin vanguardismos individuales, sin necesidad de “mayorías” ciegas determinantes, sin jerarquías rectoras ni aparatos supremos iluminados, -reliquias de un pasado que aún nos domina-; sin el machismo patriarcal que nos divide, nos abusa, nos viola, y maltrata física, sicológica, individual y colectivamente desde la cuna hasta la tumba. Proceso complejo que se nutre de las experiencias locales, regionales e internacionales de las luchas populares; de las experiencias de los movimientos antisistémicos actuales, y de las prácticas ancestrales; de nuestras relaciones como especie y de convivencia con la madre tierra en la construcción de alternativas para el buen vivir o para nuestro socialismo desoccidentalizado.

En la concepción de Sujeto Popular Transformador que venimos perfilando, con referencias de las experiencias revolucionarias del siglo XX en las diferentes naciones del continente (incluyendo Cuba), donde los pueblos intentaron cambiar los regímenes políticos y el modo de producción capitalista, igual que los ensayos de los progresistas en lo que va del siglo XXI, pero, principalmente por el reconocimiento de nuestras historias, cosmogonías y cosmovisiones, la visibilización de los sectores populares fundantes y de resurgentes como las mujeres, la juventud, e insurgentes como los ecologistas, con todos los componentes de nuestra nacionalidad diversa, podemos encontrar elementos constitutivos de ese Sujeto que aún no toma forma orgánica ni protagónica en la consolidación de un proceso liberador transformador.

Es una tarea de gran responsabilidad política superar la frustración de la revolución, desde la liberal burguesa con la guerra de “independencia”, que no logró consolidar una república liberal en la Nueva Granada, pues los liberales siguieron perdiendo con la disolución de la Gran Colombia, pasando por los intentos de instalar una modernidad a mediados del siglo XIX y principios del XX, seguida por la búsqueda de los revolucionarios de un proyecto socialista desde los años 20, que el reformismo liberal supo utilizar en los años 30. La lucha por la democracia burguesa continúa con el gaitanismo en los 40, que pretendía remover la estructura oligárquica; luego con la lucha armada utilizada por casi todas las tendencias de la izquierda en su deseo de instaurar el socialismo desde los años 50, unida a la insurgencia liberal de los llanos y del Tolima, luego retomada por múltiples sectores de la izquierda marxista (algunos en alianza con sectores católicos de base), indigenistas y socialdemócratas durante los últimos 55 años.

En los 80 del siglo pasado renace una posibilidad para una democracia concertada con la oligarquía, cuando se firmaron acuerdos de paz entre la insurgencia y el Estado[1]  que en nada cambió la situación económica y social para el pueblo, a pesar de la coordinación de las organizaciones armadas (Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar) y del auge de los movimientos populares en esa época. Otra oportunidad no gestionada por la insurgencia ni por la izquierda durante este período fue la del paro cívico nacional del 77, en el que no se consolidó un sujeto ni una conducción colectiva definida que pudiera dar continuidad y cohesión a posteriores luchas por el poder para el pueblo, en que la insurgencia y la izquierda en su conjunto no aprovecharon ese momento para impulsar la construcción del Sujeto o del bloque de poder, viabilizado a través de un movimiento revolucionario popular, que pudiera echar cimientos para el futuro poder popular.Todos estos conatos para encender la pradera de la opresión siempre han estado supeditados a los principios, esquemas y discursos construidos en Occidente, de allí surgieron los paradigmas para nuestros revolucionarios que taparon con un dedo el sol del colonialismo, que no nos ilumina sino, que nos consume; pues fuimos incapaces para identificar o construir un sujeto colectivoa partir de nuestras particularidades históricas, económicas, sociales y culturales

Hoy la insurgencia reducida y la izquierda tradicional, aisladas, pretenden a través de los acuerdos de la Habana y las negociaciones con el ELN, reinsertarse y reacomodarse en la institucionalidad para desde allí ganar el gobierno y realizar los cambios propuestos que requiere nuestra nación; camino muchas veces recorrido, en el que no han mirado hacia los lados, donde el progresismo para llegar a sus respectivos gobiernos tuvo que cambiar sus estrategias, empezando por cambiar su discurso y movilizar a sus militantes y comunidades por democracia, soberanía y buen vivir, así no haya sido posible su realización.

En los 60 y 70, con el auge revolucionario en el mundo, en Colombia se generaron movimientos que se abrieron a diferentes sectores populares, buscando la liberación nacional y la construcción del socialismo, con movimientos revolucionarios armados (FARC, ELN, EPL, PRT, M19,) dirigidos por partidos u organizaciones políticas de izquierda, a excepción del indigenista Quintin Lame, y otros más pequeños  locales y regionales de corta duración, la mayoría contaron con expresiones político-sociales semilegales o frentes de masas -ejemplo: Frente Popular, A Luchar, CIS- no armados, de incidencia en sectores específicos como campesinado, sindicalismo, indígena, cívico-barrial y estudiantado; y otros de amplia proyección como el Frente Unido, fundado por el sacerdote Camilo Torres Restrepo, que planteó la unidad de todo el pueblo en torno a la teología de la liberación que venía siendo promovida en el continente, saliéndose de los esquemas de la izquierda ortodoxa marxista, iniciativa que se perdió con su aislamiento de los sectores populares, después de la vinculación precoz del sacerdote a la lucha armada y su asesinato en un corto tiempo, y el Moir; en los 70 vendría la creación del movimiento político-militar socialdemócrata M19 originado en el fraude electoral  contra Rojas Pinilla, candidato presidencial por la ANAPOen 1972, hasta 1989 cuando entrega las armas; simultáneamente  sectores de la izquierda influenciados por la insurgencia formaron movimientos políticos legales (ejemplo UNO, UP, FD, FP) con carácter de frente para participar en la lucha legal y electoral, que pretendían realizar los cambios sociales desde la institucionalidad, haciendo alianzas con sectores burgueses. Es en los 80 cuando la insurgencia alcanza un apreciable acumulado político-militar –con simpatía en algunos sectores populares- que le brinda la posibilidad de buscar una salida negociada de la guerra con la oligarquía y, consecuentemente, abrir un debate nacional sobre la solución al conflicto social, parte que la insurgencia no consideró necesaria en ese momento, Sin embargo, como uno de los puntos de los Acuerdos de La Uribe (1982), y de la propuesta de paz de las Farc se crea en 1985 la UP, que participa en el debate electoral con una gran perspectiva, al ganar altísima simpatía en los sectores populares, con alcaldes, concejales, diputados congresistas, candidatos presidenciales,por lo que fue borrada cruel y violentamente,-más de 5000 asesinatos- aniquilando prácticamente a todo el movimiento mediante una alianza entre todos los actores de los poderes fácticos del capitalismo (terratenientes, narcotraficantes, capital transnacional, instituciones armadas del Estado).

Ante esta tragedia, la izquierda decidió esperar la iniciativa capitalista neoliberal de la Constitución de 1991 para reorganizarse en una gran cantidad de pequeños grupos, que en el 2005 –en plena guerra narcoparamilitar que aún no termina- dieron origen a lo que es hoy el Polo Democrático Alternativo, constituido por diferentes corrientes de izquierda, socialdemócrata y liberales, que se reafirma como partido de centro-izquierda; organización que ha tenido presencia en alcaldías, consejos, asambleas y congreso. En 2018 una de las disidencias del PDA –Progresistas- continuando con el juego electorero logra una alta votación por Gustavo Petro, que como a Carlos Gaviria, tampoco le alcanzó para la presidencia. En ninguna de estas experiencias se intentó configurar un sujeto colectivo transformador, tampoco la construcción de bases sólidas de poder popular ni se reconoció autonomía a las comunidades por parte de los gobernantes de izquierda, pues estos cambios son imposibles dentro de la institucionalidad capitalista, ni siquiera obteniendo la presidencia y la mayoría en el congreso.

Es necesario expresar qué sectores o grupos humanos integran nuestro pueblo para identificar un posible Sujeto Transformador. No se puede hablar de pueblo si no se tiene en cuenta que éste se compone de múltiples clases, sectores, comunidades y culturas, cada uno con intereses e identidades propias, por eso nos referimos a Sectores Populares y a Movimientos Populares como formas de existencia y de expresiones del pueblo, no a Movimientos Sociales, ya expuesto en el capítulo anterior y en el concepto de nación también mencionado. Los pueblos construyen sus identidades, sus visiones y cosmovisiones del mundo en que viven, en su cotidianidad, en sus espacios productivos, sociales, culturales; donde de alguna forma luchan por su autonomía, por su bienestar, saben de lo que son capaces y en momentos decisivos superan a sus dirigentes cuando tratan de imponerles lo que tienen que hacer, transformándose en sujetos determinantes. Fals Borda, nos viene hablando de las raíces ancestrales “representadas en vertientes populares antiguas”, de las que resalta valores que le dieron forma y contenido en lo social, lo económico y lo político, como la ayuda mutua y sus formas de autogobierno. Dentro de tales pueblos originarios de base, el maestro escogió cuatro:

Los indígenas primarios, los negros libres, los campesinos-artesanos pobres, y los pioneros colonos internos. El propósito de esta escogencia es conocer sus formas de organización social, gobierno y control, aprender de ellos y tomar lo necesario para reforzar instituciones contemporáneas en crisis, amenazadas por la globalización y por nuestro secular conflicto, y parareparar el tejido social que hemos perdido.[2]

 

Hoy esos pueblos transformados hacen presencia en los pueblos indígenas, las comunidades negras y el campesinado en toda la extensión de nuestro territorio, pero la violencia (desplazamiento forzado) y el proceso de urbanización han generado, además del artesanado y los trabajadores industriales y manufactureros,sectores y subsectores que conviven y sobreviven en las ciudades, que cada vez más se desplazan hacia la prestación de servicios, la informalidad, la marginalidad y la indigencia, pero además sectores que surgen como sujetos en construcción como las mujeres, los ecologistas.

Hemos descrito también a los sectores más activos y fundamentales de la nación colombiana: trabajadores, indígenas, campesinado, comunidades negras, mujeres, estudiantes, intelectuales ecologistas, como parte de ese posible Sujeto Plural Colectivo; en cambio, no hemos profundizado en otros sectores populares urbanos, en un país mayoritariamente citadino, igualmente importantes y necesarios en la construcción del Sujeto y sus expresiones político-organizativas para cambiar radicalmente nuestra sociedad y país.

Las grandes ciudades (capitales de departamentos) representan más del 60% de la población; crecimiento que se alimenta del desplazamiento forzado del campesinado, condensando las urbes la realidad nacional; allí están a pequeña y a gran escala las contradicciones de la sociedad, las desigualdades, las violencias, la corrupción, están los centros del poder financiero y comercial, las sedes más importantes de instituciones de educación superior y de la cultura oficial y los órganos políticos, administrativos, represivos y judiciales del estado a niveles nacional, regional y local, representativos de la sociedad con sus clases burguesas y oligárquicas,  que luchan por mantener y aumentar el poder, disputado por sectores emergentes del narcotráfico y la alta delincuencia organizada ilegal y estatal expresadas en la corrupción de mafias, cártels, carruseles en todas las esferas del Estado y de la economía; del otro lado están las clases populares -desde la indigente, la trabajadora, los destechados, los­ y las estudiantes, los pequeños comerciantes, los artesanos, hasta la clase media y la pequeña burguesía  que resisten y luchan por cambiar su situación de exclusión, pobreza, explotación y opresión; que además de producir, reproducir el sistema mundo y consumir, crean cultura e identidad, se movilizan y algunas veces se rebelan contra el Estado y el sistema capitalista.

Los nuevos espacios geográficos de la lucha política y las movilizaciones del pueblo se establecen en las ciudades, incluso las movilizaciones de los sectores populares rurales por sus intereses y necesidades llegan a las grandes ciudades a demostrar su existencia, a evidenciar sus problemáticas, a manifestar su inconformidad (los paros agrarios, las marchas indígenas, los mineros artesanales, las y los desplazados por la violencia), a exigir reconocimiento y solidaridad, a negociar con el gobierno justicia y reparación, expresando sus capacidades de convocatoria, de resistencia, de articulación y de unidad de acción política con los demás sectores citadinos, retroalimentando los Movimientos Sociales Populares.

Los Sectores Populares conforman la inmensa mayoría de los habitantes en las grandes ciudades del país, de estratos 1, 2 y 3, por lo general ubicados en las periferias, hacia uno o dos puntos cardinales, sobre topografías difíciles para acceder a los servicios básicos; zonas de ladera, orillas de caños o de ríos contaminados. Allí sobreviven  las/los proletarios organizados y sin organización,ocupados y en paro forzoso (no cualificados, técnicos, trabajadores/as industriales y de la construcción, profesionales) “independientes”recicladores, pequeños comerciantes (tenderos, vendedores, ambulantes), artistas, artesanos que realizan todo tipo de labores y servicios en toda la ciudad; pequeños industriales que producen para estos sectores ropa, artículos para el hogar y la construcción, educadores populares y profesionales, que le aportan identidad a cada barrio, a cada comuna, a cada municipio, a cada ciudad, viviendo las mismas necesidades en infraestructura y servicios, en la pobreza de los estratos más bajos; hasta comunidades indígenas organizan sus cabildos urbanos manteniendo algo de sus culturas originarias. En sectores de clases medias –estratos 4 y 5-  también se gestan inconformidades y rebeldías ante su pauperización propiciada por el Estado alcabalero y el consumismo.

En municipios limítrofescon las grandes urbes se instalan complejos industriales y zonas francas –maquilas-y centros comerciales de acopio y distribución que absorben gran parte de la mano de obra de las comunidades de estos lugares y de los barrios populares, llamados Áreas Metropolitanas. En grandes ciudades como Bogotá, Medellín y Cali, las zonas industriales se desplazaron hacia algún extremo o a municipios cercanos, Bosa-Soacha en Bogotá, Bello e Itagüí en Medellín, Yumbo y Santander de Quilichao en Cali, Barranquilla ha conservado su zona franca al nororiente de la ciudad, a la orilla del Magdalena desde 1958; igual sucede con Cartagena, donde sus Zonas Francas (incluida la Zona Franca comercial) cuyas actividades giran en torno a la química y la petroquímica, pues como Barranquilla, posee su refinería; estos enclaves industriales permanecen al sur de la ciudad en el llamado Parque Industrial de Mamonal.

Zonas metropolitanas de gran concentración poblacional y de problemáticas sociales dramáticas, donde se gesta la rebelión y la protesta, pero también las alternativas, la solidaridad y la esperanza, de donde surgen los sujetos urbanos, que unidos a los campesinos, los indígenas y las comunidades negras rurales, integrarán ese sujeto colectivo transformador que tanto necesita nuestro pueblo. Sin embargo, la dinámica del conflicto  también cubre las ciudades; el narcotráfico, el paramilitarismo, la corrupción a gran escala, se disputan entre sus carteles y bandas los territorios urbanos, el comercio y el manejo de lo público, incluso en alianzas o enfrentando a las oligarquías tradicionales; la insurgencia tiene poca presencia e influencia en los movimientos sociales populares urbanos, mientras la izquierda institucionalizada ve reducirse su capacidad política para convocar y dirigir el movimiento popular, preocupada por conquistar votos.En otras ciudades, vinculadas más con la producción agroalimentaria y minera, también los conflictos en su mayoría violentospor la tierra, por el medio ambiente y los bienes naturales comunes, que obligan a sus comunidades, como sujetos, a la organización y la movilización, a plantearse alternativas de resistencia y re-existencia, a realizar alianzas y articulaciones, pasos necesarios para integrar  el Movimiento popular transformador.

Las clases populares urbanas no son homogéneas económica, ni cultural ni políticamente; pues los sectores populares son sectores de clases que se expresan en sus actividades económicas, en sus identidades culturales, en sus organizaciones, en movimiento por sus intereses, por sus necesidades y problemáticas particulares. En sus luchas han existido movimientos cívicos, coordinadoras populares, asociaciones de usuarios de servicios públicos, comités barriales, además de asociaciones barriales en sectores específicos de las ciudades (movimiento estudiantil, de destechados, ecologistas, feministas, culturales, étnicos, LGTBI) que se escapan de las estructuras e instituciones estatales (Juntas de Acción Comunal, consejos sectoriales oficiales y las Juntas Administradoras Localesgeneralmente utilizados por los politiqueros). Sin embargo, las Juntas de Acción Comunal JAC y las JAL son espacios en que participan sectores populares que en el proceso emancipador se pueden articular en un gran movimiento popular en contra de la oligarquía y el capitalismo y por el Buen Vivir.

A lo largo y ancho del país se forman movimientos populares regionales que reclaman atención a sus municipios y territorios, se articulan con sectores y movimientos rurales como el campesinado, las comunidades negras, los mineros, pescadores artesanales y el movimiento indígena. Estos no son los únicos sectores populares con presencia política o actores en el diseño y construcción de un nuevo país -además de los trabajadores descrito más arriba- pues como en los casos de comunidades religiosas, de las fuerzas armadas y de la mediana empresa, puede haber individuos y sectores con tendencia demócrata y patriótica que deben ser acogidos en las Organizaciones Político-sociales del Pueblo, en las que deberían estar además de los humanistas, todo el espectro de la izquierda no institucionalizada y del sector democrático, conformando el Sujeto Popular Plural Transformador.

Si hablamos de transformar en un nuevo país, necesitamos saber qué o quiénes, y cómo es ese Sujeto o Sujetos transformador-es; si necesitamos una vanguardia disciplinada por una línea política partidista, o si puede ser un agrupamiento de diversas corrientes políticas y sociales a través de organizaciones y movimientos sociales y políticos pluralistas o si son las comunidades organizadas en sus respectivos territorios. Tomando como base lo expuesto en el capítulo “En busca de las raíces y la identidad”, en que ha concluido el autor, en una nación pluridiversa equitativa económica, social y culturalmente, que por lo tanto, en aras de la democracia radical, el Sujeto  o vanguardia colectiva puede ser  plural y diverso, social, cultural y políticamente, por lo cual su estructura orgánica debería ser más horizontal, a lo mejor como una red fuerte pero flexible,  que permita fluidez e intercomunicación múltiple entre todos sus hilos (sectores, movimientos, organizaciones sociales, políticas, comunidades religiosas) encontrándose, cruzándose, articulándose en los nodos que vienen a ser las comunidades territorialeslocales y regionales; una maya sin puntas a ninguno de los lados, o sea, no piramidal ni cuadrada, sus decisiones tomadas  prioritariamente en consenso, no por mayorías ciegas, y su dirección, coordinación o articulación pudiera ser colectiva, rotativa e itinerante con cortos períodos para sus representantes o delegados, con posibilidad de revocatoria inmediata por las comunidades y sectores populares afectados; estos servidores nombrados en asambleas, deberán obedecer los mandatos y planes emitidos y establecidos por las comunidades; si son autoridades deben “mandar obedeciendo” los mandatos de sus comunidades y sectores populares que representan.

Sería una democracia directa decisoria no parlamentaria. Aunque es prácticamente imposible lograr una total horizontalización, pues siempre se requiere de algún nivel de coordinación, articulación o dirección, así sea colectiva, y una organización con responsabilidades y tareas específicas para mantener en movimiento las comunidades y sectores populares; lo importante es que esas instancias sean de participación decisoria de todos y cada uno o una de los miembros, rotando en el menor tiempo posible, sin generar privilegios o culto a la personalidad o a las capacidades de una o varias personas.

No se puede depositar la responsabilidad de la conducción de este proceso emancipador transformador en una organización política cerrada, en una tendencia política, en una clase ni en un sector social, pues nadie reemplaza ni representa a nadie, cada cual, cada sector, cada clase, cada movimiento social, se representa así mismo, en igualdad de condiciones, en el contexto de la democracia popular. Como se planteó en el capítulo “La democracia bursátil y la izquierda”, nadie puede asumir la representación de los pueblos, incluso, de las personas, y las decisiones de su hacer las deben tomar cada uno de los sectores y movimientos populares en sus espacios, en sus territorios, entre los cuales, por supuesto, están sus organizaciones políticas y sociales. Quien vive una situación, quien expresa una identidad, quien tiene unos intereses económicos, sociales, culturales, particulares, puede definir su qué hacer, los y las demás solo pueden acompañar, solidarizarse, aportar ideas, experiencias, llamarlos a la unidad y respetar sus decisiones.

Con base en las experiencias de los movimientos populares y en la historia del movimiento revolucionario en Colombia, hemos encontrado que este Sujeto no puede ser monolítico, limitado a un partido, a una clase o aun sector social, como se ha pretendido por la izquierda durante el siglo XX y en lo que va del XXI; no es conveniente un partido hegemónico como organizador, educador dirigente del proceso, el que elabore la línea política y la plataforma de lucha para todos los sectores y movimientos sociales comprometidos con los cambios estructurales de nuestro país, -no quiere decir que se excluyan los partidos políticos de izquierda y revolucionarios existentes, al contrario, son indispensables su presencia, sus aportes políticos y experiencias en el proceso de construcción del poder popular y del Sujeto Plural- tampoco es conveniente una línea de mando vertical que dirija al pueblo, no a las “masas”; pues el término masa, tradicional en la izquierda, no ha sido superado en su concepción occidental. Si hacemos una analogía del término con la forma en que se han dirigido y organizado las comunidades y sectores populares para la lucha política, masa es algo amorfo, algo que el manipulador le da forma y define la composición de los ingredientes, sus tiempos y objetivos, un ente sin visión, sin voz ni identidad (la masa así concebida, solo sirve para hacer pan o arepas), para lo cual no puede ser sujeto, solo debe obedecer y recibir la dirección y la conciencia que supuestamente viene de afuera, de los cuadros iluminados del partido o del grupo político dominante, de un sujeto único omnímodo, extraño a la diversidad y pluralidad populares. El sociólogo positivista francés Gustave Le Bon define a la masa como“Una agrupación humana con los rasgos de pérdida de control racional, mayor sugestionabilidad, contagio emocional, imitación, sentimiento de omnipotencia y anonimato para el individuo».[3]

Masa es un concepto racista, eurocéntrico, despectivo de las identidades, las cualidades y las capacidades de los pueblos, que niega la dignidad, la creatividad y la inteligencia. En algunos aspectos el término “masa”, se asimila a nivel social, al de “minorías” expuesto en el capítulo “En busca de las raíces y la identidad”, sin embargo, a nivel político, minoría o minorías, generalmente se entiende como una parte que puede ser pequeña dentro de una dirección, pero que puede representar la mayoría de los militantes, de un partido, de un sector social o de un movimiento; por lo tanto, esa parte tiene que someterse a las decisiones de la supuesta “mayoría”, según la democracia burguesa, así esa “mayoría” esté equivocada o manipulada; por otro lado, generalmente las “mayorías” no reconocidas, están compuestas por múltiples “minorías”, las que pueden ser o representar clases, sectores de clase o sectores populares, por lo que esta democracia termina negando los derechos políticos, económicos, sociales y culturales a algún sector de la sociedad. Tampoco los pueblos, las comunidades, sectores y organizaciones populares pueden ser las “bases” sobre las cuales una entidad “superior” construya su proyecto liberador, pues si se habla de autonomía y de respeto, ellas son capaces de construir sus propios modelos de sociedad, los/las revolucionarias lo que deben hacer es ayudarles a realizarlos aportando sus experiencias, conocimientos y esfuerzos. La base (o cimiento) es la parte de la estructura que generalmente está bajo o a nivel de la tierra, que no se ve a simple vista, pero que sostiene todo el edificio, para el caso de la sociedad son los sectores productores y reproductores invisibilizados a los que se les niegan sus identidadesy poder de decisión, pero que transfieren este poder a otros para mantener el sistema, que es una estructura piramidal.

En los Estados capitalistas se divide a la sociedad por clases, por partidos, por creencias religiosas, por sectores, por estratos de acuerdo al poder económico, por actividades económicas, por niveles profesionales, por grupos étnicos, por edades, por género, por opción sexual, convirtiendo a todos los sectores populares pulverizados en simples minorías, obligándolos a enfrentarse y competir entre ellos, para mantener privilegios, para asignar y suprimir derechos, para dominar a la inmensa mayoría de la población. El capitalismo propaga y estimula el individualismo inflando los egos, separando a las personas de la comunidad, incluso entre la familia, como ya lo dijimos arriba, pero el ser humano es ontológicamente comunitario, desde el vientre de su madre, todo el mundo gira alrededor del nuevo ser, todos los demás establecen relaciones con él o ella, a través de las manos, las voces, los juegos, los afectos, las actividades familiares y comunitarias, a través de las cosas que le proveen bienestar, seguridad, oportunidades de realización, y esta persona se integra recíprocamente a su comunidad y al mundo, por muy egoísta que haya sido “formada” su personalidad; pero en los sectores populares todos somos comunidad y cada persona como sujeto, es comunidad.

Por esto, algunos llamados sectores sociales son artificiales, -como los fans de artistas y deportistas, como los consumidores de tecnologías y mercancías de marca, o los oyentes-videntes de los medios de desinformación y de las redes sociales- que corresponden a intereses del mercado y a la necesidad de dividir o atomizar para someter del capitalismo, pues este solo concibe a las “masas” como la suma de individuos inconscientes, sin identidad y en conflicto con la comunidad. Cuando los capitalistas hablan de masas, bases, y/o minorías, están racializando a las comunidades, sectores populares y pueblos, están homogenizándolos como inferiores con su patrón de dominación, a quienes solo se pueden controlar mediante, un capataz, un líder, un caudillo o un dictador, impuesto mediante golpe de Estado, nombrado o elegido “democráticamente”.

El caudillismo niega la autonomía, la inteligencia y la capacidad de los pueblos para decidir y transformar, supedita la democracia a los caprichos e intereses del líder, (sea de derecha o de izquierda) quien cree representar o encarnar las necesidades y los sueños del pueblo; todas las experiencias de este tipo a nivel mundial, regional y nacional han producido más tragedias que bienestar  a los pueblos, bien porque se convierten en dictadores, y pueden conducir a las “masas”, al nacionalismo a ultranza, al chovinismo, al racismo, al fascismo, a la xenofobia; porque el paternalismo inherente reduce la lucha por los derechos y necesidades de los sectores populares más deprimidos, quienes terminan aceptando el asistencialismo como única forma de sobrevivir, defendiendo al caudillo y oponiéndose al cambio; o lo peor, cuando el caudillo cae o muere, todo se derrumba llegando el caos y la tragedia, como sucedió el 9 de abril de 1948 en nuestro país. Cuando el régimen democrático-burgués entra en crisis  económica o política, acude a la dictadura, se elige o se nombra a una persona carismática y autoritaria (por lo general un militar un empresario o un intelectual de derecha) para que dirija el Estado; quien funge como caudillo ganándose con el populismo el apoyo de las “masas”; aunque no esté en crisis, siempre el capitalismo promueve y sostiene el caudillismo tanto en el manejo del Estado, en sus instituciones como en la empresa privada y en las organizaciones sociales. El caudillismo no permite la organización autónoma de los sectores populares; el caudillo obedece a intereses de un pequeño grupo de burócratas: cuadros políticos y tecnócratas, en la periferia, además a la oligarquía local, a instituciones, corporaciones y gobiernos imperialistas.

El caudillismo como forma de aglutinar, conducir y hacer política, ha sido muy común en las organizaciones de izquierda, mantenido por la ignorancia y el miedo de la militancia a asumir responsabilidades, a pensar y tomar decisiones, individual y colectivamente con autonomía, pero, sobre todo, por la concepción del poder autoritario impuesto por el colonialismo occidental. La democracia representativa induce el caudillismo, que encubre las ineficiencias e ineptitudes del régimen, con el populismo. Por esto, se piensa que se necesita una persona “fuerte” que lidere el movimiento político o social, que imponga “autoridad“; preocupación generada por el concepto eurocéntrico mesiánico que tenemos de democracia, en el que la representación es la columna vertebral del sistema político en el ejercicio del poder, estructurada piramidalmente sobre una amplia base de “masas”, de las cuales son expresión las organizaciones empresariales productivas, sociales, políticas, y culturales, incluido el centralismo democrático de los partidos de izquierda; pues un partido político de derecha o de izquierda también puede fungir como caudillo (o el príncipe, en términos de Maquiavelo), apropiándose de la representación no solo de la clase, sino, de toda la sociedad; en este sentido, el mismo estado burgués se asimila al caudillo  autoritario patriarcal, omnipotente iluminado, infalible, al que tienen que servir y obedecer las clases subalternas, aunque ahora el Mercado también asume estas características.

La construcción del Sujeto Popular Transformador pasa por el surgimiento de diversas subjetividades y de protagonismos sectoriales, comunitarios, locales, regionales, colectivos, por la emancipación y la unidad de los explotados, los oprimidos, los excluidos, verdaderos protagonistas del cambio; que unidos políticamente pueden converger en la integración de un gran movimiento social-cultural transformador, una Organización Política del Pueblo o sencillamente, una articulación-coordinación en esos niveles territoriales; pasa por la horizontalidad de las organizaciones populares, por la democratización de todas las relaciones, desde las afectivas, familiares patriarcales, sociales, económicas, políticas, culturales, hasta las relaciones con los pueblos hermanos del continente y del mundo.

Febrero 18 de2019

[1]Proceso en que el sector insurgente de la izquierda dividido en cinco fuerzas, -Farc, Eln, M19, Epl, Prt, – llega a unos acuerdos de unidad táctica dentro del proyecto de frente militar, no para la toma del poder, sino, para negociar la entrega de las armas y reinserción en la vida civil, que terminó con la desmovilización de las pequeñas fuerzas y de algún sector de las “mayoritarias”, logrando algunos de sus dirigentes cargos de elección popular y por nombramiento, dando a la ultraderecha la oportunidad de aniquilar a la mayoría de desmovilizados (UP, A Luchar, EPL) y de dirigentes populares. Experiencia trágica que continúa con el genocidio narcoparamilitar de los últimos 25 años, que ha impedido, junto a las taras de la izquierda, la configuración de un Sujeto Popular Transformador.

[2]Orlando Fals Borda socialismo raizal y el ordenamiento territorial. Estudio introductorio: Damian Pachón Soto- Ediciones desde abajo 2013

[3]Tomado de: https://es.wikipedia.org/wiki/Masa_(sociologia)

La Intelectualidad O el saber como espíritu de libertad

Por Gonzalo Salazar

En los países dependientes–colonizados sobresalen personas, -generalmente de clase mediay algunas de sectores empobrecidos- que acceden a la formación superior y especializada, pudiendoutilizar sus cualidades intelectuales para investigar, acumular, ordenar, aplicar y transmitir esos conocimientos académicos, capacidades que se manifiestan en la forma de abordar el análisis, el tratamiento de problemáticas sociales y fenómenos o procesos naturales,contribuyendo en muchos casos  al desarrollo de sus comunidades y/o países, pero en su mayoría son cooptados o puestos al servicio de las clases dominantes locales y de las grandes corporaciones.

Como lo vimos en el primer capítulo, el capitalismo al atomizar la ciencia y el conocimiento en infinidad de especializaciones, convierte en mito, en secreto, el saber que la humanidad ha generado en su existencia, invistiendo con un aura de divinidad a quienes defendiendo su sistema, posean este acumulado, por consiguiente, los pueblos tienen que rendirles pleitesía y creerles todo lo que digan o hagan los científicos, profesionales, especialistas e intelectuales obedientes de la academia occidentalizada,  sin la posibilidad de que quienes no hayan militado en esa academia, puedan cuestionar sus conocimientos o proponer alternativas, de ahí el culto al academicismo, medio con el cual los especialistas que defienden el capitalismo manipulan, tergiversan la realidad e invierten teorías y conceptos ante los pueblos, ocultando conocimientos importantes, engañándolos y desorientándolos para imponerles sus conceptos de progreso y felicidad, crearles falsas necesidades,aplicando los Estadoslas políticas económicas, sociales y culturales y  los planes de desarrollo diseñados por sus tinktanks, que agreden a lospueblos y al planeta.

Muchos teóricos academicistas buscan el “éxito” personal defendiendo con su discurso, ideas e intereses de instituciones gubernamentales, privadas y transnacionales como la ONU, la OEA la OTAN, el BM, el FMI la OMC y grandes corporaciones corruptas, depredadoras ecocidas, epistemicidas y genocidas, lo mismo que a sicópatas con gran poder económico y/o político. De la misma manera “artistas” exitosos que llenan las vanguardias con sus “grandes” obras calificadas, reconocidas, expuestas, vendidas y premiadas en grandes escenarios, museos, galerías y centros comerciales de las metrópolis occidentales, expresan y transmiten los valores, el sentir y ser de las clases dominantes. Este culto, esta manipulación del conocimiento y la cultura, heredada de la visión eurocéntrica occidental colonial, también se da en profesionales, intelectuales y dirigencias de  derecha e izquierda como forma de mantener o de obtener posiciones hegemónicas de grupo y personales en sus organizaciones y en el conjunto de los movimientos políticos, culturales y sociales; actitudes que se expresan en el dogmatismo, el vanguardismo, el autoritarismo, el sectarismo, el caudillismo y el mesianismo; muchos científicos e intelectuales supuestamente demócratas y revolucionarios, convierten la teoría y la ciencia en mandatos divinos, solo accesibles para iniciados, cuando en el mundo se reconoce que el conocimiento –ciencia y arte- es patrimonio de la humanidad porque es construido por toda la humanidad y que lo que se requiere es la difusión y el intercambio democrático de los saberes.

Todos los seres humanos tienen el potencial para desarrollar habilidades intelectuales, pues éstas, como la inteligencia, no son características genéticas de unos individuos, de una clase, o de una “raza”. son aptitudes que se desarrollan en interacción con el entorno social-natural, por lo que las clases-razas dominantes a través de su Estado y sus instituciones impiden el acceso al conocimiento científico sistematizado –académico- a la mayoría de los sectores populares de las periferias, y castran las capacidades creativas y críticas desde la escuela con sus sistemas educativos autoritarios occidental-colonialistas formadores de ciudadanos y profesionales obedientes y mediocres, sin embargo en nuestros países existe una intelectualidad popular (técnicos, profesionales, especialistas y artistas) empíricos o que construyen sus conocimientos y dinamizan la cultura con base en metodologías de autoformación, en la asimilación de sus entornos y en sus cosmovisiones autóctonas, por lo que siempre están aportando en la solución de problemas con sus conocimientos, ideas y experiencias a la economía, a la culturade sus comunidades, incluso a la academia; por otro lado, muchos intelectuales de los sectores populares del sur aportan a los procesos emancipatorios desde la academia crítica, desde la praxis, en lo educativo organizativo y político.

Como países dependientes occidentalizados, nuestros conocimientos y saberes son de segunda, como lo son para los capitalistas nuestras materias primas; en ese orden, en la distribución internacional del trabajo y del conocimiento, somos consumidores de teorías del Norte y no podemos producir conocimientos científicos y artísticos valederos para ellos, pues si somos del Sur, somos colonizados y racializados inferiores y lo que pensemos, digamos o hagamos tiene poco valor. Sin embargo, en nuestro país existe gran cantidad de intelectuales en proceso de desoccidentalización –decoloniales- populares autodidactas, anónimos, orgánicos, vernáculos, e independientes, formados en la lucha social y política en sus territorios, en sus organizaciones, en sus gremios, aportando su fuerza, su pensamiento, su creatividad, en la construcción de alternativas económicas, políticas, culturales, ecológicas.

Desde los 20 del siglo pasado se ha venido formando una corriente política, sociológica, económica, antropológica, filosófica, cultural, (inter-transdisciplinaria) integrada por intelectuales de muchos países, la mayoría del sur global, todoscomprometidos en procesos sociales de resistencia,de liberación y de descolonización, con intelectuales como José Carlos MariáteguiFrantzFanon, AiméCésaire Paulo Freire Orlando Fals Borda, Bolívar Echavarría y Aníbal Quijano,-coautor del concepto “colonialidad del poder”-que se cuestionan, igual que las comunidades indígenas y negras, urbanas y rurales no la posibilidad, sino la necesidad de realizar el bien vivir.En América Latina y El Caribeesta corriente de pensamiento diverso se ha ampliado en el análisis de la matriz o patrón de poder del colonialismo y en la definición de la colonialidad que el capitalismo-modernidad ha construido desde 1492, retomando el pensamiento crítico y las practicas decoloniales de los pueblos –indígenas, raizales y mestizos- en una filosofía propia latinoamericana y caribeña, mientras en el resto del mundo los pueblos hacen lo propio.

La decolonialidad nos invita a dialogar entre los del sur global, a concebir la vida con nuestras propias epistemologías, a investigar parareescribir  y narrar nuestras historias con nuestros propios ojos, oídos manos y voces. Como alguien dijo ”estamos ante un cambio de época” y esto requiere una nueva intelectualidad que está presente en este s. XXI en toda nuestra AbyaYala, con intelectuales como Silvia Rivera Cusicanqui, Enrique Dussel, Ramón Grosfoguel, Rita Segato, Boaventura de Sousa Santos, Silvia Federechi, Damian Pachón, Santiago Castro, Raúl Prada Alcoreza, Alberto Acosta, Walter Mignolo, María Lugones, Karina Ochoa, Raúl Zibechi y muchísimos/as más, que desde la academia crítica, desde el anonimato,desde las Artes, el trabajo comunitario y/o la autodidactica aportan al proceso de construcción de nuestro imaginario colectivo.

La colonialidad del saber se inicia en el siglo XVI con la universidad instituída por la iglesia católica, (cuando ya los musulmanes del medio oriente y sur asiaticiohabían desarrollado amplios centros de formación y experimentación científica y artística con principios humanistas) luego en el XIX es transformada en la académica kantiana-humboldiana, promovida por los enciclopedistas y la revolución industrial, finalmente esactualizada por USA en la universidad corporativa que prioriza la formación técnica especializada y multidisciplinar; estas tres universidades occidentalizadas, como el resto de la educación, ha formado a nuestra intelectualidad eurocéntrica; por lo que es una tarea de los intelectuales críticos y los humanistas su desoccidentalización, difundir la decolonialidad del saber entre la academia y las comunidades para transformar nuestras realidades con nuestras propias epistemologías.

Es necesario el reconocimiento de las capacidades productivas, intelectuales y creativas por todos los sectores populares, de los logros, descubrimientos científicos e inventos realizados por nuestros compatriotas en la historia y en el mundo; son miles los científicos, artistas e investigadores que desdeExpedición Botánica han hecho y hacen grandes aportes en todas las áreas de las ciencias naturales y sociales y de la cultura; pero que en una democracia auténtica, los científicos, artistas e intelectuales humanistas y progresistas son indispensables, deberían vivir en el país y aportar directamente en la solución de los graves problemas de su pueblo, con sus trabajos, críticas y propuestas, en la cual la mejor compensación será el progreso humano y el bienestar para nuestro pueblo, ganándose el respeto, el reconocimiento comopatriotas por sus aportes a la humanidad, esta posición y actitudes le dan verdadero sentido a la vida, rescatan su esencia humana.

La mayoría de los científicos, profesionales, artistas e intelectuales que emigran hacia el nortelo hacen porque han perdido las posibilidades y la esperanza en su país, porque en sus países no tienen oportunidades ni garantías para su realización personal, profesional científica y social.En nuestro país el Estado persigue, estigmatiza, excluye, criminaliza y destierra a quienes realizan actividades científicas y culturales que ponen en evidencia la desigualdad social, la injusticia, la violencia de su modelo económico y social, lo mismo que a quienes denuncian los crímenes de lesa humanidad, los daños a la biodiversidad y a la ecología;se les ocultan, roban y/o destruyen sus trabajos científicos y artísticos. Por esto, un movimiento cultural transformador humanista en un proceso de construcción de un mejor país, necesita de estas personas comprometidas con el presente y el futuro de la humanidad, como de los jóvenes, las mujeres y los-las viejas, entre quienes se teje la colcha colorida de retazos  del buen vivir o nuestro socialismo, pues los conocimientos académicos, los saberes populares, las tradiciones, historias y culturas son los hilos intelectuales que le dan color, sabor, olor y voz a nuestra diversa nacionalidad.

Aunque los intelectuales de izquierda y humanistas, tanto de la academia como de las organizaciones políticas y sociales, (orgánicos y vernáculos) continúan siendo una élite que en su gran mayoría se mueve en sectores de clase media, preferencialmente en las universidades, en algunos sindicatos y ocasionalmente en eventos nacionales e internacionales y en grandes movilizaciones que se realizan en el país, son pocos los intelectuales de izquierda que se involucran en procesos organizativos y de investigación en áreas de conflicto, de pobreza o de grandes dificultades, en la experimentación o acompañamiento en la identificación y realización de alternativas realizadas por las comunidades en sus territorios; mientras muy pocos se cuestionan su cosmovisión occidental, sus prácticas coloniales en sus relaciones sociales con sus familias, sus compañeros de trabajo, sus vecinos y amigos y en la formación de sus propias identidades.

Los líderes populares, los chamanes, los taitas, los médicos tradicionales, los dirigentes de las organizaciones sociales populares, los-as educadores comunitarios, los ancianos sabios, son también intelectuales que deben ser respetados y estar al servicio de los movimientos populares, igual que los artistas, profesionales y científicos de todas las áreas de la ciencia. Todos estos intelectuales son indispensables en la construcción de un nuevo país, deben participar asesorando, criticando y proponiendo en todos los proyectos de transformación y reconstrucción, dentro de un gran movimiento social-cultural transformador por un mejor país. La izquierda decolonial no institucional y los movimientos populares deben llamar y atraer a todos los y las intelectuales demócratas, progresistas y humanistas colombianos-as que estén dentro y fuera del país, integrándolos-as a este proceso emancipatorio.

La lucha de los intelectuales profesionales, artistas y científicos críticos no puede limitarse a reclamar al Estado bienestar personal y de gremio, o a exigir sus derechos individuales, infraestructura y presupuestos para sus proyectos siendo funcionales al sistema, asumiendo una cómoda “neutralidad” o indiferencia frente a los conflictos sociales; en realidad los y las intelectualeshumanistas, deberían simultáneamente defender y promover la justicia social no como un beneficio para los/las oprimidas, sino, como un acto de dignidad, de ética, de compromiso personal y social; no se necesita ser sociólogo, antropólogo o economista crítico para definir una posición humanista sentipensante; desde cualquier ángulo del conocimiento se puede asumir la emancipación, pero esta nunca se hará desde la academia, el Estado, las ONG o por organizaciones eurocentristas patriarcales, autoritarias y/o raciales, pues la descolonización del saber,el pensar y el hacer, es una opción de ruptura epistémica con la occidentalización de nuestras mentes y saberes, que se asume como estilo de vida, personal y comunitaria. La descolonización del saber es cultural y política, como la transformación humanista-humanitaria de la sociedad es multidisciplinar-transdisciplinar.

En la integración de una filosofía propia o de nuestro pensamiento crítico descolonizado es indispensable la creación de teoría – mejor, de la perspectiva decolonial que nos propone Quijano- desde nuestras cosmovisiones, la sustentación de nuevos paradigmas el reconocimiento y el rescate de las epistemologías y de las historias de las comunidades,  los movimientos y sectores populares, con la visión de los propios actores, desde los y las oprimidas, por lo que es importante laproducción literaria, artística y científica hecha con nuestros valores y sentires, en la que es indispensable el compromiso de los intelectuales humanistas académicos y vernáculos, insertos en un gran movimiento social-cultural transformador.

Gonzalo Salazar, enero 9 de 2019

Las comunidades raizales afro

Por Gonzalo Salazar

Conquista y colonización implicaban presencia africana, fugas, levantamientos y palenques. Un nuevo fenómeno de resistencia operado en el continente.

Las ejecutorias y nombres de los héroes anónimos de las guerras cimarronas por la libertad, bajo las banderas independentistas de los criollos mestizos, fueron marcados con el estigma de bastardos en las nuevas repúblicas. Manuel Zapata Olivella[1]

Han definido y conservado sus territorios sus culturas, también diversas, sus lenguas vernáculas (palenque de San Basilio y San Andrés y Providencia) en regiones como la costa atlántica, la pacífica y la cuenca del Magdalena medio, que con su rebeldía desde el momento en que fueron esclavizados y traídos al continente, desarrollaron sus resistencias  y nuevas identidades construidas en el cimarronaje y en los palenques, (territorios raizales comunes con autonomía política y económica) donde conservaron partes esenciales de sus cosmogonías  ancestrales a través del sincretismo religioso y cultural, desde donde formaron guerrillas junto a los indígenas, combatiendo al español esclavista (la mita), a los terratenientes y mineros depredadores nacionales y foráneos que les han quitado sus medios de subsistencia, su tranquilidad y sus vidas.

En sus territorios se lucha por la libertad, por sus culturas y autonomía, por el respeto y el reconocimiento del Estado, que solo se alcanza –teóricamente- en 1991 con la nueva Constitución y la Ley 70 de 1993 o Ley de Comunidades Negras, a través del reconocimiento de sus organizaciones como la Confederación Nacional de Organizaciones Afrocolombianas y el Proceso de Comunidades Negras, que reúnen a cientos de organizaciones afros, los Consejos Comunitarios y los palenques (territoriales), además de las asociaciones de mineros artesanales, de pescadores, de agricultores y organizaciones culturales, en sus territorios y a nivel nacional. No solo su rebeldía y sus cosmovisiones  enriquecieron economía, la cultura y la identidad nacionales, el gran aporte ha sido su fuerza de trabajo en el desarrollo de la economía, pues la mayor parte del oro, el platino, la plata, el banano y la madera que se han robado los europeos y norteamericanos, ha sido extraída hasta hoy, con violencia esclavista, -también en el sector de la construcción y la infraestructura-utilizando en su mayoría fuerza de trabajo de comunidades negras e indígenas, en el occidente, el norte y en el resto del país.

Las comunidades negras, mayoritariamente habitantes del occidente y norte del país, han  convivido  pacíficamente con las comunidades indígenas y mestizas campesinas, siendo la mayoría campesinos y campesinas que cultivan la tierra, que trabajan la minería y la pescaartesanales; población mayoritaria en grandes ciudades comoTumaco, Quibdó, Buenaventura, Barranquilla, Cartagena, Santa Marta, Cali, siendo la última una de las ciudades con más cultura negra en el continente; Medellín también cuenta con una gran población afro, sin embargo, con la violencia y la pobreza las han desplazado de sus territorios raizales hacia las ciudades, el centro del país y otras zonas de explotación agroindustrial y minera; estas comunidades tienen sus intereses y necesidades económicas y sociales particulares, no solo de participar en la pseudo-democracia burguesa eligiendo a sus verdugos (Congreso de la República, en Concejos y Asambleas o como gobernadores, alcaldes o presidentes), ni convertirse en empresarios capitalistas; el Estado oligárquico racista sigue tratando a los negros pobres como esclavos, como una minoría sin derechos, como menores de edad, estigmatizándolos, desplazándolos, despojándolos, manteniéndolos en la extrema pobreza y la violencia, en campos y ciudades, como lo hace con los demás sectores populares.

Realmente no podemos hablar de regiones negras o de regiones exclusivamente indígenas; nuestro territorio nacional es un crisol de mesclas de genes y culturas, de convivencia e interculturalidad, donde lo determinante es la pobreza, el marginamiento y la explotación de estas comunidades, tampoco se puede limitar a algunas zonas del país o a lo rural la convivencia de las y los afrocolombianos; ellos son parte fundamental de nuestra identidad pluriétnica y diversa culturalmente como los indígenas, mestizos y de otras procedencias.

El papel de los y las afrodescendientes en el proceso de transformación del país no puede seguir siendo como actores pasivos coloniales, aportantes de mano de obra no calificada para el extractivismo minero o la agroindustria monopólica, (madera banano, caña de azúcar, palma africana) como víctimas de la voracidad de los terratenientes y de las transnacionales de esos productos, mucho menos carne de cañón para la guerra o botín para la corrupta politiquería que los mantiene en la pobreza y los convierte en marionetas o mercancías folclóricas, como lo pretenden las empresas culturales privadas en festivales como el “Petronio Álvarez” en el Valle del Cauca, (evento popular de gran riqueza cultural), representativo de la creatividad, la sensualidad la alegría de la gente del Pacifico, tampoco seguir como aislados etnocentristas mendigando al estado por sus derechos, permaneciendo con el rol de víctimas.

Gran parte de la diversa identidad cultural y de la corriente libertaria en nuestra AbyaYala se la debemos a la gente negra, que desde 1600 desafiaron a los imperios español, francés, holandés portugués e inglés por la libertad y la dignidad, empezando con la emancipación del pueblo haitianoque expulsó al imperio francés de la isla, -primer territorio liberado de América- lucha libertaria que generó héroes como el rey  BenkosBiohó, Alejandro Petión, José Prudencio Padilla, Carlos Piar, Mateo Mina, Domingo Criolloy muchos líderes intelectuales revolucionarios en América Latina y el Caribe. A nivel internacional en el siglo XXtuvimos aMalcom X y Martin Luter King luchando por los derechos civiles en los Estados Unidos, sin olvidar desde el África ancestral a líderes revolucionarios luchando contra el colonialismo, por la democracia, y la liberación nacional en sus países como FrantzFanon, Patricio Lumumba, SamoraMachel, Nelson Mandela. Sin embargo, ha sido muy poco el reconocimiento de las mujeres negras como de las indígenas en la lucha por la libertad en todo el mundo, solo se escucha de la norteamericanaAngela Davis. De la misma manera es grande el aporte de las negritudes emancipadas en la formación de nuestra nación durante la colonia, la república, hasta hoy, lo acabamos de ver en 2017con los combativos paros cívicos del Chocó y Buenaventura, por salud, empleo, educación vías de comunicación e infraestructura.

Los movimientos por independencia y libertad de nuestro país se gestaron en las mentes de las y los cimarrones, en los quilombos, en sus palenques, con sus danzas al ritmo de sus tambores, en sus luchas guerrilleras al lado de los indígenas y de los campesinos rebeldes, por esto no podemos olvidar que este sector social desde la cultura, la producción, el deporte y la ciencia, enriquece nuestra interculturalidad, nuestras historias y país, con ejemplos como Candelario Obeso, Manuel Zapata Olivella y Jorge Artel (Agapito de Arcos). Las mujeres negras son el motor de las luchas, como mineras, como lideresas de sus comunidades, como artistas e intelectuales (Petrona Martínez,  Leonor González Mina, Delia Zapata), ellas convocan y convencen a sus hombres para movilizarse, para marchar por sus derechos ancestrales colectivos, para exigir al Estado el cumplimiento de acuerdos firmados, por el respeto a sus territorios que con la aplicación de las políticas extractivas como los agronegocios y la megaminería transnacional y nacional legal e ilegal, amenazan, contaminan, desplazan, asesinan y despojan a sus comunidades, tal como lo vimos en la marcha de las minerasy mineros artesanales, campesinas e indígenas del norte del Cauca hacia Bogotá en 20014, por la defensa de sus vidas y territorios. Mujeres populares como las del resto del país, invisibilizadas por el Estado y la sociedad machista patriarcal y racista. Pues solo las tienen en cuenta cuando se trata de prestar el servicio doméstico para explotarlas, para la hedonista y morbosa publicidad comercial y para que elijan a sus opresores cada dos años.

La esperanza, la sustentan los y las jóvenes negras en medio de la guerra y la pobreza en la lucha por su dignidad y el buen vivir en sus territorios, en la educación y la capacitación profesional con oportunidades para el empleo o para generar ingresos familiar y colectivamente, en los esfuerzos físico, cultural y deportivo, como lo vienen haciendo los deportistas de alto rendimiento competitivo de estas comunidades, que logran títulos y posiciones de campeones mundiales, pero que el mercado los convierte en mercancía de inmenso valor económico; resaltando los medios oficiales los jugosos negocios que hacen las mafias burocráticas del deporte comercial nacional e internacional con los deportistas sobresalientes de todo el país, (futbol, boxeo, pesas, atletismo) como si fuera lo único que producen los sectores populares, entre ellos las comunidades negras, pero que nunca el Estado reconoce ni soluciona los graves problemas de pobreza, insalubridad, educación, aislamiento y violencia en que se encuentran las comunidades de las costas pacífica y atlántica, -en Cali, donde entre los sectores populares son mayoritarios-, problemáticas provocadas por el modelo social y económico, pues en el occidente colombiano se crea gran cantidad de riqueza material y cultural; que explotan las grandes empresas mineras, madereras y pesqueras nacionales y transnacionales “legal”, ilegal y violentamente en estos territorios de comunidades negras e indígenas; mientras el Estado continúa entregando títulos mineros y concesiones a esas mismas mafias transnacionales que provocan deforestación, contaminación ambiental, violencia, desplazamiento y pobreza. No puede depender el bienestar de las comunidades afro de ONG, de ningún partido político (de derecha o de izquierda) ni de un gobierno centralizado que, en lugar de defenderlas, respetarles sus derechos y garantizarles bienestar o mejor calidad de vida, los agrede y los margina.

Su papel como sujeto popular está en su autoemancipación, en sus resistencias y rebeldías, que incluye el respeto a sus mujeres en todos sus derechos, combatiendo el machismo y el patriarcado en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural y de opción sexual, construyendo relaciones de igualdad y solidaridad en sus hogares y en sus comunidades; construyendo y fortaleciendo sus economías colectiva y autónomamente; sus posibilidades están en fortalecer y crear nuevas y mejores organizaciones democráticas, participativas y decisorias, que se traduzcan en poder y gobierno propios autogestionarios, en unión con el resto de la comunidad y sectores populares en sus territorios comunes locales y regionales, articulados en todo el país. Las comunidades negras ubicadas en zonas rurales deben formar parte de entidades territoriales regionales y provinciales autónomas en la nueva nación, junto a las comunidades indígenas con sus resguardos y cabildos, junto a los campesinos en sus Zonas y Asociaciones Campesinas, en sus territorios comunes, en las áreas urbanas junto a los demás sectores populares.

Las comunidades afro, integrados en sus diferentes organizaciones sociales y políticas, unidos en un sólido movimiento de las negritudes o afrodescendientes, -también siendo parte de otros sectores populares- son fundamentales en la conformación social de la nueva nación colombiana, son imprescindibles en la integración-articulación de un gran movimiento social-cultural transformador (podría ser una Asamblea u Organización Política Popular), en unidad con los demás sectores populares para derrotar a la oligarquía y construir desde las localidades, provincias y regiones, un país soberano, una sociedad plural, diversa, equitativa y solidaria.

Gonzalo Salazar, diciembre 11 de 2018

 

[1] Zapata Olivella Manuel – El árbol brujo de la libertad. África en Colombia. Orígenes – transculturación – presencia. – Ediciones desde abajo. Noviembre de 2014

El campesinado colombiano

Por Gonzalo Salazar

Es históricamente el sector básico en la estructura social y económica del país, el que junto a los demás trabajadores ha construido la riqueza, el que ha nutrido alimentaria y socialmente -con la producción y el desplazamiento obligado- las ciudades, el sector victimizado por los terratenientes con la connivencia del Estado, los narcotraficantes y extractivistas de los agronegocios, los commodities y la minería transnacionales, que le quitan violentamente la tierra, la tranquilidad y la vida.

El campesinado no es un sector homogéneo cultural, social, ni étnicamente, pues muchos son indígenas que han abandonado o han emigrado de sus comunidades y resguardos, adquiriendo propiedad individual de la tierra, otros son integrantes de comunidades negras raizales o asentados, otros mestizos y de otras procedencias que por tradición trabajan la tierra, pero lo inherente es la convivencia, posesión y trabajo de la tierra, aunque también son quienes viven en el campo y que la han perdido o que no poseen la suficiente para vivir de ella, pero que sí trabajan para otros, sean campesinos medios o terratenientes agroindustriales, estos son los jornaleros o proletarios agrícolas.

Si bien la inmensa mayoría del campesinado es pobre, con propiedad inferior a 5 hectáreas, también lo integran muchos jornaleros que no alcanzan a las 2 hectáreas (minifundistas), aparceros, colonos y una cantidad apreciable de campesinos medios con fincas de entre 20 a 50 hectáreas, existe una minoría que supera las 100 hectáreas por familia, que podríamos llamar campesinos ricos, (el 0.4% de los propietarios posee el 65% de las tierras) en lo referente a la cantidad de la tierra, y con más de 400 hectáreas son latifundistas como los inmensos hatos ganaderos, los azucareros, palmeros, empresarios agroindustriales que cuentan con miles y millones de hectáreas cada uno, en su mayoría robadas a los campesinos y a la nación.

Según un estudio realizado previamente por Oxfam para 15 países de América Latina, el 1% de las explotaciones agrícolas de mayor tamaño concentra la misma extensión que el 99%. De acuerdo a los últimos datos, en Colombia el resultado es aun más dramático: el 1% ocupa 81% de la tierra, mientras el 99% ocupa tan solo el 19%. De otra parte, los predios grandes (de más de 500 Ha) ocupaban 5 millones de hectáreas en 1970 y en 2014 pasaron a ocupar 47 millones. En el mismo periodo su tamaño promedio pasó de 1.000 a 5.000 hectáreas.

Mientras tanto, las explotaciones de menos de 10 hectáreas representan el 81% del total, pero ocupan apenas el 5% del área, con un tamaño promedio de 2 hectáreas. Las mujeres se ven especialmente afectadas por la falta de acceso a tierras. Solo el 26% de las unidades productivas están a cargo de mujeres y sus explotaciones son más pequeñas, predominando las de menos de 5 hectáreas, con menor acceso a maquinaria, crédito y asistencia técnica[1]

Si miramos la productividad de la tierra de indígenas y campesinos pobres, esta tendería a reducirse con la infertilidad, por estar situadas en zonas de ladera, con dificultad para transportar insumos y productos, con poca capacidad financiera, falta de tecnología y la inconsistencia de los mercados de los productos de los campesinos pobres y medios que no pueden competir con los grandes terratenientes que poseen más de 400 hectáreas (y transnacionales que adquieren de cualquier forma cientos de miles de hectáreas en la llanura oriental) agroindustriales y agroexportadores, agronegocios que cuentan con infraestructura adecuada, (maquinaria, distritos de riego, carreteras), biotecnología, líneas de exportación o mercados monopolizados internos (monocultivos: leche, carne, aceite de palma, azúcar), los que desde la apertura económica de los 90 se fortalecieron pero que algunos de ellos se han visto afectados con los TLC aplicados. Por otro lado, estos TLC promueven y protegen a los importadores de alimentos que se deberían producir dentro del país por pequeños y medianos campesinos como se hizo hasta los 80 en que el país era autosuficiente. Muchos de los predios no poseen títulos, mientras los latifundistas corren los cercos y se apropian de ejidos y baldíos fraudulentamente con ayuda de abogados, notarios y funcionarios corruptos del ministerio de agricultura y el INCODER.

Los campesinos y trabajadores del campo requieren la unidad, y prepararse para dar la pelea junto a los indígenas y los consumidores frente al Estado oligárquico, por la soberanía agroalimentaria, por sus derechos y mejores condiciones económicas, pero a la vez por crear modelos colectivos, comunitarios y solidarios de propiedad y de producción, articulados local, regional y nacionalmente, incluso con movimientos campesinos de todo el mundo como la Vía Campesina y los movimientos ecologistas. Sería parte de esta lucha, exigir al Estado actual y al posible gobierno democrático de transición, una autentica y democrática reforma agraria que contenga por lo menos estos puntos, además de los incluidos en la propuesta agroalimentaria de este trabajo:

  • Un nuevo catastro rural y Ordenamiento Territorial (con participación decisoria de jornaleros, campesinos pobres y medios y las comunidades indígenas y negras) privilegiando las formas colectivas de propiedad y de producción, que pueda dar paso a democratizar la propiedad de la tierra, priorizando las zonas de producción agroalimentarias, definiendo el número máximo y mínimo de UAF.
  • Fomento y protección a la producción agroalimentaria, priorizando las formas de propiedad y de producción colectivas, (economía solidaria y comunitaria).
  • Soberanía Alimentaria y nutricional, que garantice la producción de la dieta básica del pueblo colombiano por los campesinos pobres y medios, determinando la infraestructura necesaria (vías de comunicación, maquinaria agroindustrial, ampliar y construir distritos de riego, centros de acopio, vivienda digna) para mejorar las condiciones de vida de los campesinos y la producción agropecuaria, permitiendo y respetando la formación de redes populares de productores y consumidores desligados de los hipermercados, los grandes supermercados y las transnacionales de la producción y comercialización de alimentos.
  • Producción de fertilizantes e insumos orgánicos limpios, por los propios campesinos, con capacitación y apoyo de las entidades correspondientes nacionales e internacionales.
  • Desarrollo de investigaciones de nuestra agrodiversidad y de la diversidad biológica de nuestros campos, bosques y selvas, como de los ríos y lagos, para proteger y recuperar especies en vía de extinción, y mejorar sin manipulación genética (comercial) transgénica las especies vegetales y animales de nuestra base alimentaria, nativa y adoptada.
  • Eliminación del ICA como instituto rector en la aplicación de las políticas imperialistas neoliberales en la investigación, producción y comercialización de los alimentos en nuestro país.
  • Proteger la diversidad de nuestras semillas y especies alimenticias nativas, de la apropiación y modificación genética artificial por monopolios transnacionales, y los conocimientos que indígenas y campesinos han acumulado con la producción agroalimentaria limpia, ancestral familiar y colectiva.
  • Anulación de todos los TLC firmados en el contexto neoliberal con potencias imperialistas, y desconocimiento de las directrices e imposiciones de la OMC.
  • Realización de una auténtica reforma agraria democrática integral, como se expresa en el capítulo “Propuesta Agroalimentaria”

El campesinado gremializado en el monoproducto (paperos, arroceros, cafeteros, lecheros paneleros, algodoneros, cocaleros, Etc.) ha tenido una participación activa que los mantiene en la individualidad, que los ha ido alejando de las luchas por objetivos comunes y estratégicos como la reforma agraria y la soberanía agroalimentaria. En estas luchas se ha invisibilizado a los jornaleros locales y al proletariado agrícola, que migra en el territorio nacional recogiendo las cosechas del café, la caña de azúcar, el algodón, la coca y otros productos, pero que se integran a las movilizaciones agrarias como en el Catatumbo, en el Putumayo, en los Paros Nacionales Agrarios de 2013 y 2016; sin embargo el proletariado agroindustrial de la caña de azúcar y de la palma aceitera (mano de obra administrada por supuestas cooperativas de trabajo) se hace sentir en sus organizaciones y luchas; que desde 2005 se vienen expresando junto a los indígenas del Cauca.

Los cafeteros, sector de pequeños y medianos campesinos han tenido una dinámica que cambió desde la extinción del pacto internacional del café, que permitía alguna estabilidad en precios y cuotas de exportación, al que los TLC también golpea y obliga a los pequeños y medianos productores a movilizarse por sus intereses particulares, referidos a subsidios y mercados. Los paperos, integrado también por pequeños y medianos productores, han visibilizado su presencia en al ámbito de las luchas agrarias como lo hicieron los arroceros y los algodoneros desde el inicio de la apertura económica con paros y bloqueos de carreteras ante la importación masiva de estos productos, generalmente subsidiados en los países de origen. Igual sucede con los cacaoteros, paneleros y los lecheros; luchas comunes por intereses particulares como respuesta a la agresión neoliberal que los lleva a confluir en el paro agrario de 2013, la más grande movilización popular agraria nacional de los últimos 30 años, que logró reunir en resistencia,  participación y solidaridad a gran parte de la población del campo y la ciudad, (obligando al gobierno a instalar una mesa de diálogo MIA) pero que no alcanzó para la unidad programática y política del sector, para consolidar una articulación entre lo urbano y lo rural como alternativa o superación a la Mesa de la Habana, porque el gobierno logró dividirlo tanto gremial como política y regionalmente en una negociación en que el gobierno se niega a cumplir lo pactado. En lugar de solucionar los puntos del pliego que incluye temas como subsidios, POT, actualización catastral, garantías para la producción y el mercadeo, el gobierno nacional opta por un falaz Pacto Agrario con los terratenientes, con los agronegocios y commodities, pero sin campesinos ni soberanía alimentaria ni reforma agraria, para continuar con el despojo y políticas como la de Agro Ingreso Seguro (AIS), implementada por Uribe Vélez, que repartió miles de millones de pesos entre los más grandes terratenientes del país. Sin embargo, los agricultores populares retoman sus banderas junto a los indígenas, los mineros en la Cumbre Agraria con mejores propósitos pero débil en la unidad por las decisiones de algunos dirigentes que buscan beneficios personales en la institucionalización del movimiento mediante la lucha electoral.

Para un mejor país se necesita cambiar las políticas agropecuarias y las estructuras económicas y sociales del campo y la ciudad, una redistribución de la tierra en forma equitativa entre los productores directos, una transformación en el uso de la tierra y unos límites a la frontera agrícola y minera, reduciendo el área de pastoreo y el número de ganado bovino, estimulando la producción de otras espacies menores no contaminantes, que requieran menos espacio, eliminando el monoproducto, y el monocultivo, recuperando la fertilidad de la tierra y la diversidad agroalimentaria en las regiones, definiendo los propios campesinos organizados, en diálogos con los consumidores directos internos -también organizados- los productos a cultivar, las infraestructuras a construir y las políticas económicas, comerciales y ambientales a implementar.

La violencia en el país, hasta hoy, tiene como origen y fin, la apropiación de la tierra y la producción agropecuaria por terratenientes tradicionales, narcotraficantes y empresas transnacionales de alimentos (agronegocios, commodities) y mineras, violencia casi siempre promovida, ejercida y justificada por el Estado oligárquico. Las docenas de conflictos regionales y las guerras civiles en 200 años han sido generadas por la avaricia de los latifundistas contra campesinos, comunidades negras e indígenas; utilizando fuerzas armadas del Estado y mercenarios o paramilitares como en la llamada Violencia de los años 40, 50 y 60  y la guerra narcoparamilitar de los últimos 25 años, que sumados, las víctimas llegan a más de un millón de muertos y 8 millones de campesinos desplazados. El problema de la tierra es origen de más del 80% de la injusticia, desigualdad y violencia que ha vivido nuestro pueblo, especialmente el campesinado, en los últimos 200 años

El sector popular de mayor incidencia de la insurgencia en los últimos 50 años ha sido el campesinado, en el que la izquierda institucionalizada ha tenido poca injerencia frente a la derecha y ultraderecha que más por coerción y violencia, inducen una posición conservadora en este sector, siendo los medianos agricultores afectados por las políticas económicas que favorecen a los terratenientes y a los TLC, siendo estos agricultores que en gran medida han promovido y financiado las últimas movilizaciones, pues en ellas no se plantean la eliminación de agrotóxicos y transgénicos, ni la anulación total de los TLC -piden el ingreso al país y bajos precios de agroquímicos- ni cambios estructurales en la economía agrícola como puede ser la Soberanía Alimentaria o la Reforma Agraria, por lo que aunque son bienvenidas y muy importantes, no se les puede asignar un carácter radical o revolucionario a estas luchas. Los cambios en el sector agropecuario requieren una forma de unidad y organización de los productores, incluidos los jornaleros, los sin tierra, los desplazados y expropiados, que permita consensuar un programa unificado de luchas y objetivos, apoyados en los trabajadores y los consumidores de alimentos de las ciudades. Los campesinos pobres tienen la posibilidad de organizarse en Asociaciones Campesinas, en Cooperativas, en zonas de producción agroalimentarias, en Zonas de Reserva Campesina, en comunas o las que puedan crear,  compartiendo tierras, trabajo y beneficios, simultáneamente unidos, orgánica y políticamente al proletariado agrícola en la lucha por la distribución equitativa de la tierra y la reforma agraria integral -buscando para los sin tierra la propiedad y la producción colectiva de la tierra que necesitan para vivir dignamente-, unidos local, regional y nacionalmente a los pescadores artesanales, a las comunidades negras y al movimiento indígena por la liberación de la madre tierra, por reconocimiento y defensa de sus territorios, por la autogestión.

El campesinado, productor agroalimentario, en general no se ha hecho consciente de la necesidad de prescindir de las prácticas agresivas contra el medio ambiente con el consumo de agrotóxicos industriales, la tala que amplía la frontera agrícola y las quemas (existe más conciencia ecológica en las ciudades) ni de la nocividad para su salud como para el consumidor y para los ecosistemas, de los insumos agroquímicos, petroquímicos, transgénicos en la producción, tanto para el productor; su misma dieta sigue siendo deficiente en nutrientes, así produzca los alimentos más nutritivos, desconoce y olvida la importancia de cultivar los alimentos aborígenes de su dieta, limpios y de alto valor nutricional para auto consumo.

Es preocupante ver que la mayoría de los campesinos va a la ciudad a comprar carne, verduras, frutas y granos secos y enlatados que puede cultivar en su parcela -e intercambiar con sus vecinos-, viéndose en la “necesidad” impuesta por el Mercado, de consumir alimentos industrializados, tratados química y genéticamente, generalmente provenientes de otros países, porque supuestamente son más económicos, pero también porque el estado les obliga aplicar el monocultivo, o cultiva los productos que le impone el supermercado y le exige la empresa comercializadora. Estas prácticas impuestas, el despojo y la distribución inequitativa de la tierra, destruyeron la soberanía agroalimentaria en nuestro país y en todos los países agrarios.

La asesoría o la influencia de los grupos políticos de izquierda para cambiar las formas nocivas de producción y distribución (monoproducto, utilización de insumos agro-petroquímicos, venta a las grandes superficies) mediante la formación política del campesinado, ha sido escasa, pues muchos dirigentes políticos creen que solo basta el adoctrinamiento en los mandamientos políticos del partido (o del grupo armado), cuando no es por la falta de interés o de escasa información científica del tema de esos dirigentes; lo mismo pasa con la promoción de formas de asociación para la producción, y de la propiedad colectiva y comunitaria; por el mismo motivo existe poca preocupación de los propios productores por unir sus asociaciones (recuperar y fortalecer la ANUC, el Coordinador Nacional Agrario, los sindicatos agrarios) en federaciones, en entes cooperativos, solidarios y comunitarios unidos y articulados con los consumidores y productores populares de la ciudad; de la necesidad de la participación de todos los subsectores del campesinado en un proyecto de nuevo país en libertad, democracia y justicia social; que para los campesinos, indígenas y comunidades afro, empieza por ejercer soberanía alimentaria en sus territorios y en la lucha por la realización de la reforma agraria integral democrática, como de alguna forma se plantea en el pliego de la Cumbre Agraria Étnica y popular.  En este sentido es importante el mantenimiento, mejoramiento, ampliación integración de zonas de convivencia y producción campesina, que puedan convertirse en zonas o comunas autogestionarias rurales; la constitución de provincias y regiones (enmarcadas en lo geográfico, en las particularidades económicas, las prácticas productivas y la cultura) formando redes de producción y distribución, integrando elementos de nueva economía popular, con economía de equivalencias, intercambio de productos y mercado justo con los consumidores urbanos; intercambiando conocimientos, experiencias, semillas y productos entre ellos y con los indígenas, como se plantea en la propuesta agroalimentaria de este trabajo.

El Congreso de los Pueblos, asociaciones agrarias, el Coordinador Agrario y la Marcha Patriótica en sus programas reúnen varios de estos objetivos y estrategias que es necesario aplicar y desarrollar en los territorios, sin sectarismo ni vanguardismo, rompiendo con la democracia burguesa. Propuestas como la del Congreso de los pueblos, que tiene arraigo indígena, como la de Marcha Patriótica, con predominio de lo campesino, deben ser valoradas enriquecidas, complementadas en lo urbano de los sectores populares, en un programa económico, cultural y de gobierno popular, deben ser difundidas y asumidas como proyecto político y social con miras a integrar el gran Movimiento Político Social y Cultural Transformador, que sea producto del debate, el consenso y la unidad de los sectores populares en las localidades y en las regiones. Algunos puntos pertinentes al propósito de este texto en lo referente al problema agrario y alimentario, del Pliego de Exigencias que La Cumbre Agraria Campesina Étnica y Popular, presentó al gobierno nacional. Mandatos para el buen vivir, por la reforma agraria estructural, la soberanía, la democracia y la paz con justicia social

  1. Tierras, territorios colectivos y ordenamiento territorial
  2. Que sean las comunidades y los pueblos quienes definan cuáles deben ser los usos del territorio y las maneras de habitarlo, conservarlo y cuidarlo conforme a las cosmovisiones de los pueblos y comunidades agrarias, de acuerdo a una política diferencial propia que incluya a las distinciones étnicas, regionales y productivas, y que garantice la seguridad jurídica para los territorios individuales y colectivos.
  3. El ordenamiento territorial exigido tendrá como base la definición y el respeto de las figuras colectivas de gobierno propio y defensa del territorio, incluyendo: • Resguardos indígenas y territorios ancestrales
  • Territorios colectivos afrocolombianos• Zonas de Reserva Campesina• Zonas Agroalimentarias• Zonas de biodiversidad• Territorios interétnicos e interculturales• Otras formas de ejercicio de la territorialidad de las comunidades. Estas tendrán el carácter de inalienables e imprescriptibles.
  1. La economía propia contra el modelo de despojo
  2. Transformación del modelo productivo del país, apuntando a una política económica planificada y agroecológica que regule el mercado, basada en el fortalecimiento de la economía campesina, indígena y afrocolombiana.Impulsar un sistema de economía campesina que desarrolle una política pública para recuperar el campo colombiano de la quiebra generada por las políticas aperturistas y de libre comercio.
  3. Una política que restrinja y regule el uso y precio de los agroquímicos, así como el inicio de un proceso de reconversión de la producción nacional hacia un modelo agroecológico, creando un sistema nacional de asistencia técnica basada en el respeto al ambiente y a los saberes tradicionales de los pueblos y comunidades.
  4. Condonación de las deudas y retiro de los embargos a tierras y propiedades del campesinado adquiridas a través del sistema financiero. Acceso al crédito agropecuario con tasas no determinadas por la lógica de mercado.
  5. Creación y fortalecimiento de cooperativas de ahorro para el campesinado y comunidades rurales, con financiación del Estado y dirigidas por las organizaciones comunitarias.
  6. Desmonte de todos los tratados de libre comercio, inversiones, propiedad intelectual y servicios firmados por Colombia, y la detención de la aprobación de nuevas normas, tratados y acuerdos internacionales de cooperación que vulneren la producción agropecuaria nacional. Que se priorice la integración con los pueblos de Nuestra América Latina y el Caribe, en el marco de la protección de la producción nacional. Que todo tratado de comercio internacional, inversiones, propiedad intelectual y servicios sean consultados con el pueblo colombiano.
  7. Subsidios que proteja la producción nacional, en especial a los sectores afectados por la apertura, en la cual se establezca por parte del Estado precios de sustentación rentables y seguros de cosecha. De igual manera, exigimos la instauración de un sistema de compra y distribución estatal de alimentos y productos agropecuarios. Subsidios al transporte de alimentos y productos de comunidades campesinas, indígenas y afros.
  8. Estímulo a la producción de alimentos básicos por los pequeños productores, que tendrá como base el apoyo a la economía campesina en los términos propuestos en el punto anterior. Fortalecimiento de los mercados campesinos y locales, buscando la integración regional, en el marco de las prácticas de comercio justo eliminando intermediarios.
  9. Apoyo a la transformación de alimentos y productos agropecuarios desde las comunidades rurales, generando procesos de industrialización acordes con los intereses de las mismas.
  10. Prohibición a la importación de los productos agropecuarios estratégicos para la economía nacional.

10 Derogación de las leyes de semillas que regulan su propiedad intelectual (patentes y derechos de obtentores vegetales), y que propician su privatización, que el gobierno deje de perseguir al campesinado por guardar, proteger o intercambiar semillas. Que se deroguen las leyes 1032 de 2006, la 1518 de 2012 y la resolución 970 del ICA.

  1. Un sistema nacional, regional y local de promoción y apoyo a la producción, selección, multiplicación y difusión de semillas originarias, que no tengan registro de propiedad intelectual, ni normas que controlen la producción, la libre circulación y comercialización por las comunidades campesinas, indígenas y afrocolombianas. Así como el apoyo económico y técnico, de forma descentralizada, para el establecimiento de casas custodias de semillas, manejadas y controladas por las organizaciones y comunidades agrarias.
  2. Enfocar la investigativa académica de las universidades según el contexto y las necesidades del agro, en particular de los pequeños productores, reconociendo y articulando los saberes y conocimientos propios ancestrales e históricos de campesinos, indígenas y afrodescendientes.
  3. Protección de la soberanía alimentaria nacional desde lo local y que sea declarada como utilidad pública, interés social y bien común de la nación.
  4. Reglamentación del capítulo VII de la ley 70, en lo relacionado con el fomento al desarrollo de los territorios colectivos y tradicionales afro. conforme a la consulta previa y el consentimiento libre, e informado de los pueblos.
  5. Financiación del sector agrario, en particular del fortalecimiento de la pequeña y mediana producción,especialmente de alimentos, mediante un fondo nacional cuyos recursos provengan, de la eliminación de las exenciones tributarias a grandes empresas de capital nacional y trasnacional, así como de la explotación de recursos minero energéticos.
  6. Minería, energía y ruralidad
  7. Proceso democrático discusión nueva política nacional minero–energética, con participación efectiva de comunidades campesinas, indígenas, afro y pequeños mineros tradicionales y de sobrevivencia, a través de un ejercicio de legislación popular e incluyente.
  8. Reformulación del modelo de redistribución de las rentas petroleras y minero-energéticas, fomentar, promover e invertir en desarrollo rural, mayores recursos para la inversión social y garantía de los derechos de las comunidades.
  9. Detener concesión de títulos mineros y la adjudicación de bloques petroleros, hasta tanto se defina concertada con las comunidades rurales y los trabajadores del sector la política minero-energética del país.
  10. Moratoria minera que congele la adjudicación de títulos en todo el país. hasta que se den condiciones reales para una explotación minera razonable para el país y las comunidades.

5 Reversión de los bloques petroleros y las concesiones otorgadas a las multinacionales en casos de grave deterioro ambiental, detrimento de los recursos de la nación y violación de los derechos de los trabajadores.

  1. Reversión de todos los títulos mineros que se han aprobado en territorios ancestrales, indígenas y afros sin haber efectuado la consulta previa, libre e informada.
  2. no se aprueben nuevos títulos mineros en territorios ancestrales, en territorios indígenas y afros, sin pasar por el requisito de la consulta y el consentimiento previo, libre e informado. En caso aprobatorio de las comunidades, que se garantice el derecho prevalente de las comunidades étnicas a ser beneficiarias de las concesiones y se brinden garantías para la minería artesanal.
  3. en ningún caso se aprueben proyectos minero–energéticos, (títulos, concesiones y similares) sin la autorización derivada de la realización de consultas campesinas y populares en los territorios que puedan verse afectados. Tales consultas se realizarán durante la fase de solicitud del proyecto, del título o la concesión.
  4. Que deje de considerarse la minería como actividad de utilidad pública y de interés social de la nación.
  5. en el desarrollo de la política minera se garantice el estricto respeto por el agua, los páramos, bosques, áreas protegidas, zonas de biodiversidad y agroalimentarias, zonas de reserva campesinas, territorios ancestrales y resguardos indígenas, territorios colectivos de comunidades negras, fuentes de agua y todos los ecosistemas estratégicos para la vida y la biodiversidad. Que no se apruebe ningún título minero en dichos territorios.
  6. Suspender la implementación de megaproyectos hidroeléctricos que afecten los territorios y comunidades campesinas, indígenas y afro,
  7. Revocar las licencias ambientales de megaproyectos hidroeléctricos, hasta que garantice el cumplimiento de las demandas de los afectados por las hidroeléctricas.

13 Reestructuración de la fórmula que define precios de combustibles, procurando la regulación ambiental de la extracción, procesamiento y comercialización de hidrocarburos.

  1. Reconocer y reparar a las víctimas por los proyectos minero-energéticos e hidroeléctricos. 15. Suspender los proyectos de fracking apelando al principio de precaución..[2]

Este pliego presentado al Estado, aunque en algunos puntos se manifiesta la dependencia  del Estado  y del modelo, como la creación de cooperativas, uso de agroquímicos, (no exige la devolución inmediata de los 8 millones de las tierras robadas, el retorno garantizando la vida y la paz a los 8 millones de campesinos desplazados, el resarcimiento económico, cultural, social ambiental por los últimos 70 años de genocidio, desplazamiento y despojo, no exige el freno inmediato de la expansión de la frontera agrícola) reúne las necesidades, propuestas y exigencias de los tres principales sectores populares del campo colombiano (indígenas, campesinos-as y comunidades afro), sus preocupaciones por la situación económica y política del país, confirma el compromiso de solidaridad y unidad con los demás sectores urbanos, recoge y sintetiza todo un proyecto de reconocimiento de derechos, de cumplimiento por el Estado, de compromisos adquiridos con anteriores movilizaciones populares, democratización y desarrollo económico, reivindicaciones a alcanzar dentro de la democracia burguesa en el marco de la Constitución Política; por consiguiente es un insumo fundamental en la formulación de vías y condiciones para la elaboración de un proyecto consensuado de construcción de mejor país entre los sectores populares, que debería continuar con la integración de un gran movimiento político-social popular transformador.

Gonzalo Salazar, noviembre 30 de 2018

 

 

[1]https://www.oxfam.org/es/informes/radiografia-de-la-desigualda

[2]  Partes de los puntos del pliego agrario tomados de http://www.prensarural.org  Cumbre Agraria, Campesina, Étnica y Popular / Viernes 11 de abril de 2014

 

La ancestralidad nos refresca la memoria

Por Gonzalo Salazar

“Por eso vamos a seguir recuperando las tierras.Por eso vamos a dejarla en libertad para convivir en ella y para defender la vida. Por eso, luchar por la tierrano es un problema ni un deber solamente de los indígenas, sino un mandato ancestral  de todos los pueblos, de todos los hombres y mujeres que defienden la vida.”COMUNIDADES INDIGENAS DEL CAUCA COMISION DE REFORMA AGRARIA.

 Después de 425 años de despojo, desplazamiento y aniquilamiento porconquistadores, terratenientesy por el propio Estado capitalista, de resistencias y recuperaciónde la memoriaen lucha por la libertad de la madre tierra que les ha sido usurpada, porsus derechos, por su bien vivir, los indígenas del continente resurgen como sujetos políticos rescatando su dignidad, sus culturas, reclamando su autonomía en sus territorios, y el respeto a la naturaleza, construyendo y recuperando formas democráticas de autogobierno como los caracoles y las juntas de buen gobierno de los zapatistas en Chiapas; los ayllu y markas de quechuas y aimaras en Perú y Bolivia; los mayas exigiendo resarcimiento al Estado y las transnacionales, por genocidio y desplazamiento en Guatemala;movilizándose por la democracia, en defensa de los ecosistemas y territorios en Ecuador y Bolivia, los mapuches resistiendo al capital extractivista y a los Estados chileno y argentino que están vendiendo sus tierras a extranjeros; los Nasa exigiendo respeto a su autonomía, su cultura y a su territorio a los actores armados y políticos dominantes con las mingas de resistencia; identificados todos en la necesidad de reconstruir el Buen Vivir con todos los pueblos ancestrales, raizales y mestizos de nuestra AbyaYala, respetando y amando a la madre tierra.

Los indígenas del Cauca,vienenenfrentando la represión del Estado y de grupos armados legales e ilegales al servicio de terratenientes y narcotraficantes, con masacres como la del Nilo en 1991 y los asesinatos continuos y sistemáticos después de firmados los acuerdos con las Farc.Desde 2005 vienen caminando la palabra por carreteras, calles, plazas y universidades del país,en unión con todas las etnias del occidente y del resto de pueblos dispersos en el territorio nacional, reclamando la liberación de la madre tierra, el respeto a sus territorios, a su autonomía y a sus culturas;en este proceso han estado acompañados por las luchas de jornaleros sin tierra, campesinos, mineros artesanales, comunidades negras;  ellos convocan a los demás sectores populares al debate y a la movilización, por los grandes problemas nacionales, como la necesidad de la unidad y lucha de todos por un mejor país;han pasado de lo local y lo particular de sus reivindicaciones,a labúsquedade  una sociedad justa, equitativa y democrática que confronte y reemplace al capitalismo, por la autodeterminación de los pueblos, por respeto y defensa de la naturaleza, por soberanía alimentaria, por un nuevo país diverso e intercultural, por paz con justicia social. A sus movilizaciones se han unido sectores urbanos: estudiantes, sindicatos, ecologistas, artistas, quienes han acogido propuestas como la Minga Social y el Congreso de los Pueblos, levantando la lucha por sus reivindicaciones.

La lucha de los pueblos indígenas no es espontánea, recuperaron la memoria y la dignidad después de 450 años de resistir al despojo, la exclusión, el exterminio y la explotación (terraje) heredados de la encomienda, retomando la lucha de la Gaitana con el trabajo político organizativo de líderes como Juan Tama y Quintín Lame, quien difundió la ley 89 de 1890, que reconocía los resguardos y cabildos (aunque los definía como salvajes en el lenguaje colonial). Ellos tenían unas estructuras políticas y sociales ancestrales, que fueron modificadas por los españoles para administrar su fuerza de trabajo y expropiarlos de sus territorios y culturas, y que después, en la república, los indígenas invierten con la recuperación del conocimiento de las leyes de protección emitidas por la Corona española y por el estado colombiano;utilizaron estas instituciones como medios para su unidad y lucha, para reclamar sus derechos, sus culturas, para organizarse y  autogobernarse, convirtiéndolas en instituciones propias como el resguardo, de carácter territorial, el cabildo como organización política; hasta organizaron su autodefensa armada: el movimiento Quintín Lame, que se desmovilizó para participar en la constituyente de 1991. Se preocuparon por la recuperación de sus territorios, iniciaron la reconstrucción de sus cosmovisiones, de su propia justicia, de su medicina tradicional, y crearon la Guardia Indígena para proteger a sus comunidades;estasluchas fueronimpulsadas por el CRIC, Consejo Regional Indígena del Cauca, iniciativa que fue seguida por las demás comunidades en el resto del país, organizando nuevos cabildos, asociaciones y concejos regionales por departamentos y por regiones.

La lucha por la liberación de la madre tierra lo es también por justicia social e histórica, pues los invasores y sus herederos terratenientes se apropiaron de las tierras bajas y fértiles, desplazando a los pueblos indígenas hacia las cumbres de las montañas, a zonas de páramos, reservas forestales y productoras de agua, pero estériles para la producción agropecuaria, y difíciles para la sobrevivencia humana, como se ha continuado haciendo también con el campesinado en los últimos 70 años.

La lucha del movimiento indígena se fortaleció y se hizo visible con la movilización por la liberación de la madre tierra y la defensa de sus territorios desde 1971 con la  creación del CRIC, de la ACIN y de la ONIC, con la que se pretende la integración del movimiento indígena a nivel nacional, y su vinculación al movimiento de pueblos indígenas en AbyaYala y del resto del mundo; siendo reconocidos por el Estado como comunidades con “estructuras políticas socio-económicas autóctonas”, al garantizar el derecho a la educación mediante, el decreto 1142 de 1978; con la inclusión como pueblos en la nueva Constitución Política de Colombia (1991), y la ley 1381 de 2010[1]. Sin embargo, esta legislación no garantiza que se respeten sus derechos individuales y colectivos ni su autonomía, pues siguen siendo víctimas de despojo y extermino. Los Nasa unidos con los Misaklideraron este proceso en el Cauca y que fue seguido por el resto de pueblos indígenas en todo el país. Así, TIERRA, UNIDAD, CULTURA Y AUTONOMÍA, son los principios que explican y justifican el surgimiento del CRIC, cuya plataforma de lucha es la siguiente:

  • Recuperación de las tierras de los resguardos.
  • Ampliación de los resguardos.
  • Fortalecimiento de los cabildos indígenas.
  • No pago de terraje.
  • Conocer las leyes y exigir su justa aplicación.
  • Defender la historia, la lengua y las costumbres.
  • Formar profesores indígenas para que eduquen de acuerdo a la situación indígena.
  • Impulsar las organizaciones económicas comunitarias.
  • Fortalecer y preservar los recursos naturales.
  • Reorganizarla familia nasa según requerimientos del plan de vida.[2]

Los indígenas del norte del Cauca (Nasa-Paez, Misak, Totoró) y del suroccidente del país nos expresan  su carácter de pueblos, cuando ejerciendo la democracia popular, convocan a toda la población de la región a una consulta sobre el TLC con los Estados Unidos,  realizada  el 6 de marzo de 2008, en los municipios de Jambaló, Toribío, Silvia, Caldono, Inzá y Páez, en la que participaron 51330 personas, en la cual el 98% rechazó el TLC; tan solo 691 votos fueron favorables al TLC; nos lo vuelven a confirmar cuando exigen diálogo directo con los altos representantes del Estado, demandando el cumplimiento de acuerdos y del Derecho Internacional Humanitario y el respeto a su autonomía; cuando esta comunidad exige el desalojo de su territorio a todos los actores armados legales e ilegales. Los Nasa, aunque en su resistencia centenaria han actuado como guerreros de la dignidad defendiendo su cultura y sus territorios, son pacíficos, no quieren que sus jóvenes sean soldados de ningún ejercito; algunas de sus comunidades han asumido su propia defensa sin armas de guerra -la Guardia Indígena- en la recuperación de sus territorios ancestrales,  otras han optado por no tener ningún cuerpo de defensa permanente ni de control social, asumiendo todo el colectivo la defensa de sus territorios cuando las condiciones lo exijan.

Los Awas que han resistido el exterminio de las transnacionales petroleras y de terratenientes nos dan una lección de dignidad con su Carta a los pueblos del mundo, igualmente los demás pueblos indígenas de nuestro territorio también han venido haciendo presencia con sus pronunciamientos y mensajes, movilizándose, reclamando sus derechos ancestrales, exigiendo respeto a sus territorios y culturas por el Estado y la sociedad.

En las relaciones con los pueblos indígenas, las organizaciones políticas revolucionarias, los humanistas y la izquierda, deben ceñirse a los conceptos propios de soberanía y autonomía construidos por ellos (respetando la integridad de estas comunidades, con quienes se comparten criterios de solidaridad, fraternidad, autonomía, libertad y dignidad) y los tratados y acuerdos que desde un enfoque humanista la comunidad internacional ha construido y reconocido, como algunas resoluciones de la ONU el Derecho a la Autodeterminación de los Pueblos, acuerdos de la OIT, el Derecho Internacional Humanitario y los mandatos que surgen de sus congresos y asambleas nacionales e internacionales y no exclusivamente a las leyes oligárquicas colombianas.

Para el pensamiento occidental es difícil hablar de izquierda o de derecha entrelos pueblos indígenas. Los mestizos occidentalizados, manejan conceptos políticos traídos de la Europa liberal, razón por la cual la izquierda -que es una construcción occidental- se ha equivocado, como la oligarquía, en el trato como clase y no como pueblos, mirando a sus organizaciones como partidos políticos o sectores de clase, y a sus autoridades como representantes de estos. Lo que no significa que sean apolíticos, que no tengan contradicciones políticas internas, que en el contexto global de la lucha de clases no actúen como oprimidos, excluidos y expoliados,  que entre sus dirigencias no se den casos de corrupción, que incluso entre sus autoridades algunos se enriquezcan, y existan quienes concilien y se alíen con sectores del Estado y la reacción dividiendo a sus comunidades, convirtiéndolas en mendigos de este y de las ONG, como pretende el régimen al tratar de dividirlos políticamente con la titulación individual de tierras, que los convierte en campesinos; con la creación de un grupo disidente que reniega de su propia identidad, de su pueblo: la OPIC[3], opuesta a la Organización Nacional Indígena de Colombia ONIC, con la politiquería de los partidos políticos y las ONG que los utilizan y suplantan a las propias autoridades y a las mismas comunidades.

Las y los indígenas tenemos suficiente mayoría de edad para hablar por nosotros mismos. Sabemos lo que somos y cómo estamos. Sabemos lo que no queremos y lo que queremos.

Ya no somos simples “informantes” para el trabajo de la academia occidentalizante.

El o la mestiza, con categorías de comprensión occidental, jamás podrá comprender el mundo, las aspiraciones y los procesos de los pueblos indígenas. Occidente es lineal, veloz, violento y excluyente. Nosotros somos cíclicos, pausados, cordiales e incluyentes.[4]

Los pueblos originarios organizados en sus cabildos, en sus organizaciones de base, las Juntas de Acción Comunal rurales, los Consejos Regionales y Asociaciones de Cabildos de todo el país, junto a la ONIC, integran el Movimiento Indígena colombiano, entre ellos definen los objetivos de sus luchas, organizan sus territorios, sus formas de autogobierno, su participación dentro del conjunto del pueblo colombiano en la construcción de un nuevo país. Los indígenas no necesitan quien los represente o los defienda, ellos han asumido su propia representación frente al Estado y entre los demás sectores populares como sujetos con identidades propias, es por esto que quienes pretenden enfrascar las luchas indígenas en la farsa electoral, solo contribuyen a la dispersión y al sometimiento de estos pueblos al régimen y a los politiqueros de turno, ellos tienen sus propios mecanismos democráticos como las asambleas, las tulpas de pensamiento, las consultas internas, las mingas deliberativas, donde es determinante el consenso como democracia directa y decisoria.

Muchos indígenas han sido obligados a desplazarse a las grandes  ciudades, mediante la violencia militar, la exclusión económica y la reducción de sus territorios que no alcanzan para sostener a las nuevas generaciones; ellos se ubican en las laderas, en los barrios más deprimidos, algunas comunidades se organizan en cabildos urbanos, buscando reconocimiento por las administraciones municipales y distritales, reclaman recursos de transferencias, atención en programas de salud, educación, vivienda y empleo –que las autoridades estatales se niegan a realizar- para algunos sectores de la sociedad y del Estado ellos son extranjeros indeseables “incultos y violentos. algunas comunidades en sus resguardos ancestrales mandan a sus jóvenes a las grandes ciudades a formarse académica y profesionalmente para que regresen a servir y a contribuir al mejoramiento de las condiciones económicas y sociales de sus comunidades, pero son pocos los que regresan. La mayoría de los indígenas que se asientan en las ciudades se integra a las comunidades urbanas como obreros y empleadas del servicio doméstico, como comerciantes informales; algunos como los embera, han asumido la mendicidad como forma de supervivencia; en su mayoría estos indígenas van perdiendo sus identidades, sus idiomas y sus cosmovisiones, por lo que es necesario que los demás sectores populares los reconozcan, apoyen sus luchas, el regreso a sus resguardos y la organización  en la ciudad como sector popular a quienes no quieran regresar, integrándolos en el gran movimiento de unidad popular y transformación social que es necesario construir.

Si existe un movimiento social que pueda hablar con propiedad de ser gobierno y ser poder, este es el indígena, aunque esté limitado por el estado oligárquico y estigmatizado por los terratenientes y los medios oficiales, aunque las sectas religiosas y las ONG pretendan manipularlos. Pero el movimiento indígena no necesita del reconocimiento de sus organizaciones y autoridades por el Estado para existir y ejercer autonomía -lo que debe hacer el Estado es respetar sus derechos, su organización, su autonomía, sus cultura, sus territorios, devolviendo las tierras que les han sido usurpadas-; el reconocimiento que requieren es el de sus propias comunidades, el de los otros pueblos indígenas y el de los demás sectores populares del campo y la ciudad, nacional e internacionalmente, logrado con sus luchas, unidad y organización. De la misma forma ningún movimiento popular autónomo y transformador necesita de dicho reconocimiento o protección del Estado ni de ONG.

Es fundamental en la construcción de un mejor país el reconocimiento de las comunidades indígenas, como pueblos con gobiernos e instituciones propias legítimas, que deben asumir todos los sectores y movimientos populares, incluidos los intelectuales demócratas y la academia crítica, para la integración de una Organización Política Popular transformadora.

 

Gonzalo Salazar, noviembre 16 de 2018

 

[1] “Por la cual se desarrollan los artículos 7o, 8o, 10 y 70 de la Constitución Política, y los artículos 4o, 5o y 28 de la Ley 21 de 1991 (que aprueba el Convenio 169 de la OIT sobre pueblos indígenas y tribales), y se dictan normas sobre reconocimiento, fomento, protección, uso, preservación y fortalecimiento de las lenguas de los grupos étnicos de Colombia y sobre sus derechos lingüísticos y los de sus hablantes”

[2]Puntos de la Plataforma de lucha del Consejo Regional Indígena del Cauca, CRIC”, definida en su segundo congreso en septiembre de 1971.

[3]Organización de Pueblos Indígenas del Cauca, creada por gobierno de Álvaro Uribe Vélez en marzo de 2009. Opuesta al CRIC y a la ONIC, no reconoce a los cabildos y defiende al Estado, a la propiedad privada de los terratenientes y transnacionales extractivistas.

[4]Congreso Internacional sobre Pueblos Indígenas de América Latina sin Indígenas – Ollantay Itzamná–  publicado en www.Rebelión.org 31-10-2013

 

Modelos para Mirar, la Necesidad de Crear

Por Gonzalo Salazar

Los modelos económicos, políticos y sociales de países como Islandia, Suecia, Noruega, Dinamarca, Holanda, Alemania, Inglaterra USA o Canadá, nos plantean un desarrollo de la democracia burguesa en medio de la opulencia (alcanzado mediante el despojo, guerras y colonialismo contra los pueblos de Asia, África y América latina en más de 500 años), muchas comodidades, gigantesca infraestructura industrial y de servicios, tecnología de punta (TIC), un gran acumulado de conocimientos, un alto nivel académico y profesional de los ciudadanos, siempre obedientes con el orden establecido. No olvidemos que en esos paísesde Occidente, incluídosBelgica, España y Portugal (muchos enriquecidos con el negocio de la esclavitud y el despojo a otros pueblos) la educación cumple el papel homogeneizador de una cultura y de una ideología que encubre su racismo y niega los genocidios ejecutados por ellos mismos, lleva a sus individuos a autocontrolarse, a autoreprimirse, a vigilarseunos a otros para impedir cualquier disensión o critica al sistema, lo que les hace  sentirse “libres y autónomos; incluso equiparan su Estado de Bienestar con un “capitalismo con rostro humano”, supuestamente superior al Socialismo.

La socialdemocracia nos ha querido vender la idea del paradigma del Estado de bienestar estilo europeo como alternativa de desarrollo, -a través de organizaciones y corrientes de “izquierda” eurocéntritas- omitiendo las realidades históricas, económicas, sociales y culturales de nuestros pueblos, diametralmente opuestas a esos países “desarrollados” del norte. Igualmente, los modelos estadounidense y canadiense,  los más destructores y expoliadores del continente, por ser nuestros verdugos, son los modelos a imitar que nos muestran los medios masivos de desinformación  del capitalismo como paradigmas de democracia, progreso, bienestar y libertad.

Para optar por, o construir un modelo de sociedad equitativa y democrática para nuestros países, es necesario tener en cuenta que los países más “desarrolladosy cultos” de Occidente –Francia, Reino Unido, Alemania y Estados Unidos- en su expansión imperialista, han realizado los más horrendos crímenes contra la humanidad conocidos hasta hoy (esclavitud, genocidio, masacres con bombas atómicas y guerra permanente contra los pueblos) en el siglo XX y lo que va del XXI, con el uso de la ciencia desarrollada por toda la humanidad, con la tecnología construida por sus complejos industriales militares, utilizando los minerales, combustibles y materias primas robadas a los pueblos sometidos por el capitalismo.

Modelos del norte “desarrollado” europeo, que durante la segunda mitad el siglo XXse dirigió a superar la situación de pobreza de sus pueblosy la destrucción de su economía tras las dos Guerras-que ellos llaman mundiales-, que entre los Estados imperialistas triunfantes y sus corporaciones planearon, en lo que se llamó acuerdos de Bretton Woods, (1944) ejecutado por los aliados con el programa de Estado de Bienestar, que incluía la reconstrucción de los países, reactivación y modernización y financiación de la producción industrial, seguridad social y subsidios para los más pobres, como una forma de impedir la disidencia de estos pueblos hacia el modelo socialista que se ampliaba en Asia y Europa del este. En EE.UU. reestructurando su Sistema Mundo, también se utilizó un modelo de “bienestar” para algunas minorías como la población afroamericana, llamada Acción Afirmativa, basada en una ley de 1935, enmarcada en el ámbito laboral (la 4ª Enmienda), ante las movilizaciones de los trabajadores negros en los años 50 contra la automatización y la discriminación racial, junto a otras “minorías” en la lucha por los derechos civiles.

En América Latina no se implementó Estado de Bienestar al estilo europeo o Acción afirmativa alguna, simplemente los regímenes liberales en los años 30 y 40 del siglo pasado introdujeron algunas reformas liberales –intento de una modernidad tardía e incompleta- que para el caso colombiano se concretó en los años 30 y 40, (gobiernos de López Pumarejo) en una legislación laboral que permitió mitigar algunas condiciones de explotación a los trabajadores; reconocía a los sindicatos como representantes de los trabajadores, la jornada laboral de 8 horas, algunas prestaciones sociales. Más adelante algunas reformas que posibilitaban la reproducción de la fuerza laboral en mejores condiciones con la creación del Instituto Colombiano de Seguros Sociales (1946) creación de las Cajas de  Compensación Familiar (1954), creación del Instituto de Crédito Territorial para regular el mercado de la vivienda, en los 60, creación del SENA, y el ICBF en 1968; la educación y la salud para los estratos bajos hasta los 70 fueron garantizadas por el Estado, hasta existió un Instituto de Mercadeo Agropecuario (IDEMA, antes INA) que de alguna manera regulaba el mercado agroalimentario. Este modelo liberal que no alcanzó a consolidarse en América Latina se empezó a desmontar a partir de los 80, cuando comienzan las Aperturas Económicas que abrieron las puertas al neoliberalismo.

Las formas de redistribución en América Latina en la segunda mitad del siglo pasado no obedecieron al humanismo de las burguesías, sino, a la presión ejercida por los trabajadores, al miedo a que estos pueblos siguieran el ejemplo de Cuba, y a las necesidades de modernizar las economías para implementar los planes ordenados desde Washington; que en Colombia se plasmó en una industria liviana con poco desarrollo tecnológico, pero con gran apertura para el consumo; que también aprovechó el desplazamiento del campesinado, (generado por La Violencia expoliadora) como mano de obra barata; esto acompañado del plan contrainsurgente Alianza Para El Progreso para ganar la simpatía de otros sectores populares del campo y la ciudad y aislarlos de la insurgencia armada, con un amago de Reforma Agraria (Sincelejo 1968) que fue borrado rápidamente junto a la división del movimiento campesino en el 71 (pacto de Chicoral) ante el auge de las luchas campesinas de recuperación de “la tierra para el que la trabaja”.

Reformas que se tradujeron en un modelo económico de incipiente desarrollo industrial y proteccionista, conocido como Sustitución de Importaciones, propuesto por la CEPAL[1] en los años 50, que se expresó en lo que fuera el Pacto Andino entre los 60 y 80, Comunidad Andina de Naciones CAN a partir de 1997; fue un acuerdo comercial entre cinco países del área andina de Suramérica, inicialmente eran: Ecuador, Colombia Perú, Bolivia, y Chile, luego ingresaría Venezuela, y saldría Chile en 1976 (comienzo de la dictadura fascista). Este grupo de “integración” comercial también llamado Acuerdo de Cartagena, por su fundación en esta ciudad en 1969, se propuso la adopción de un arancel común, la armonización de instrumentos y políticas de comercio exterior y política económica, pero terminó obedeciendo las órdenes de Washington, aceptando en los 80 las aperturas económicas, los TLC, decayendo en los 90 con el intento de imposición del ALCA en el continente, con la resistencia de los pueblos, la consecuente derrota de este proyecto neocolonial y la creación del ALBA por los países progresistas de la región (sin Brasil).

No podemos tomar como referencia de progreso y bienestar los modelos europeo ni norteamericano, ni de lo que fuera el “Socialismo Real”, para el presente, menos para el futuro de nuestros países (así tuviéramos los recursos financieros para hacerlo, o el apoyo ciego de los pueblos), esto implicaría intensificar la destrucción de la naturaleza, llegar a la escala más alta de opresión, explotación, despojo y genocidio a otros pueblos para que una minoría plutócrata y burócrata pudiera disfrutar del desarrollo del capitalismo supuestamente avanzado o de un capitalismo de Estado ya superado, que nos llevaría a reencauchar los centrismos que el capitalismo ha impuesto, a aceptar el poder de los emergentes –BRICS- como paradigmas de progreso y democracia, o a magnificar los experimentos progresistas en América Latina, que en sus presupuestos nunca estuvo la destrucción de las estructuras del capitalismo en sus países. Es más, si queremos cambiar radicalmente esta situación, no podemos pensar en el desarrollo, crecimiento o progreso que nos impuso occidente, sino, buscar el buen vivir deteniendo las dinámicas del capitalismo que destruyen la naturaleza y a la humanidad; la gran minería, el monocultivo y la ganadería extensiva, las industrias contaminantes y peligrosas para los trabajadores, la explotación a los trabajadores, el consumismo; la deuda pública interna y externa, y la dependencia económica, deben eliminarse; los nacionalismos a ultranza, el racismo, el etnocentrismo, el patriarcado, las exclusiones y las opresiones en contra de cualquier sector popular deben desaparecer.

Verdadero bienestar es poder disfrutar de los bienes y placeres que nos brindan la naturaleza, la cultura y la sociedad humanizada; disfrutar del ocio gratificante, enriquecedor cultural y espiritualmente, reduciendo al mínimo el tiempo de trabajo (a menos de 4 horas diarias) producir lo suficiente para las verdaderas necesidades internas; utilizar las tecnologías indispensables y apropiadas, incluso, reducir los índices de crecimiento económico, hasta el decrecimiento debe ser aplicado para la recuperación de los ecosistemas en todo el planeta; el mercado debe ser regulado por los consumidores y los productores directos, emprender campañas de descontaminación ambiental, desintoxicación de la población reduciendo el consumo de medicamentos nocivos y alimentos producidos industrialmente con agroquímicos tóxicos y modificados genéticamente.

En las condiciones de escases en que se encuentran las reservas de combustibles fósiles, el agotamiento de los minerales en los almacenes del suelo y el subsuelo del planeta, la reducida capacidad de regeneración de los campos agrícolas, el deterioro del medio ambiente y la avaricia desproporcionada de los capitalistas por la ganancia, hacen físicamente imposible  mantener los modelos de bienestar de las metrópolis capitalistas, como para emular este sistema de desperdicio, explotación, miseria y violencia contra los pueblos del mundo; sobre todo cuando los pueblos de la periferia hemos sido las principales víctimas en este proceso.

El Estado obsoleto debe dar paso a la libre asociación de los productores directos, al autogobierno de las comunidades, con una ética que defienda la dignidad de las persona y de los pueblos; con la cooperación y solidaridad entre los pueblos y entre las personas; buscando eliminar la ley del valor, por lo que no se requerirá de bancos ni de aparatos represivos armados, ideológicos ni judiciales controladores de la comunidad; desmovilizando los ejércitos, eliminando las cárceles; cada comunidad puede proveerse su propia educación y su propio ordenamiento jurídico que dé tratamiento a los conflictos mediante el diálogo, la conciliación, la concertación y el consenso, (mediante tribunales populares que juzguen directamente los crímenes de lesa humanidad y lesa naturaleza); esto podrá parecer imposible hoy, cuando el capitalismo nos quiere quitar la capacidad de sentir-pensar, individualizando los afectos y los sentimientos, secuestrando la esperanza a las personas y a los pueblos; pero los pueblos, los humanistas, mantienen la utopía y hacia ella debemos caminar si queremos conservar la dignidad y la vida en la madre tierra. En síntesis, construir autonomía y Poder Popular Transformador por fuera de las instituciones y de las dinámicas de capitalismo.

Mirando hacia la región, tenemos mucho por aprender,  reconocer y, recuperar la memoria histórica de nuestros pueblos, aprendiendo de las experiencias de los pueblos hermanos, del pasado y del presente para equivocarnos menos, sobre todo si tenemos en cuenta las singularidades de cada uno de los diferentes países; pues tenemos la tendencia a confundir democracia y justicia social con reformismo y asistencialismo del Estado capitalista, a identificar participación popular y construcción social con el manejo clientelista politiquero de los gobiernos y los partidos políticos, de los programas de asistencia, quienes definen las cuotas de poder por el número de votos, y no por la capacidad de transformación y autodeterminación de los pueblos; así mismo, muchos confunden progresismo con revolución. Tengamos en cuenta que los partidos políticos nacen con la democracia burguesa para dividir, excluir y controlar a la sociedad y asegurar el poder de las clases dominantes, son parte esencial del Estado moderno, presentados como únicos instrumentos para ejercer la política y la democracia, excluyendo la capacidad político-social de transformación de los sectores populares.

Los modelos de progresismo en la región, en su centralización, parecen dirigirse más hacia un liberalismo que hacia un socialismo de nuevo tipo, con la particularidad de preferir la inversión extranjera extractivista de otros ejes de poder, y aceptar la agenda neoliberal, que los puede llevar a la misma dependencia de la que dicen haber salido. Si los pueblos y sus organizaciones políticas  defensoras del buen vivir no inciden en las transformaciones que sus sociedades y países requieren, a lo más que puede llegar este modelo es a un capitalismo de Estado con orientación extractivista pos-neoliberal, (no pos-capitalista) maquillado con un poco de asistencialismo que se agotará en poco tiempo, como se videncia con la caída de los precios del petróleo y de la demanda de materias primas o de las commodities de la actual crisis económica. O sea, estos procesos si no consolidan cambios estructurales pueden terminar en un retroceso histórico y social, como se empieza a evidenciar en Argentina, Brasil, Ecuador Venezuela y Nicaragua.

Nuestro modelo del bien vivir, queriendo que sea revolucionario, tampoco puede partir o terminar como una revolución que cambie unos dominadores por otros, o convirtiendo a las víctimas en victimarios; si bien los pueblos deben juzgar a los criminales de lesa humanidad, de lo que se trata es de eliminar las causas originarias de la injusticia y la desigualdad; o sea, es pasar a otra época de convivencia pacífica y de buen vivir, con base en el respeto, la tolerancia, la alegría y la solidaridad. Por el bien de la humanidad y de la madre tierra, tampoco podemos propiciar la formación de potencias hegemónicas industriales-militares a nombre del progreso o del desarrollo, que opriman, exploten recursos naturales energéticos y mineros destruyendo los ecosistemas, que desplacen y repriman a sus comunidades indígenas y campesinas, que amenacen o invadan territorios de otros países; como de otras formas de capitalismo de estado que oprima y atente contra la libertad y la diversidad cultural de los pueblos en nuestra AbyaYala, ni de bloques económicos hegemónicos que opriman a otros pueblos para un bienestar egoísta, aunque se autodenominen democráticos, progresistas, socialistas o revolucionarios.

No podemos salir de la barbarie construyendo una superestructura, una ideología de superioridad del sur (sur-centrismo), pues estaríamos negando la diversidad, la libertad, la dignidad y la inteligencia de todos los pueblos del mundo; las centralidades de occidente han generado imperialismos, colonialismos, fascismos, racismos y genocidios; si construimos una nueva civilización procuremos que sea de justicia, de solidaridad, de paz con todos los pueblos, que garantice nuestro bien vivir, respetando y conservando la naturaleza, enfocados hacia el biocentrismo con una armonización más equilibrada; sería abrir la puerta al reino de la libertad, como lo pensaron Marx, Guevara, Quintin Lame y Camilo, como lo anhelan los y las humanistas del mundo,

No es éticamente necesario, por las razones expuestas arriba, copiar los procesos que se han venido desarrollando en los últimos 70 años en Europa y Norteamérica (estado de bienestar y acción afirmativa, construyendo gigantesca infraestructura, o centrándonos en el desarrollo tecnológico e industrial, o creando gigantescas corporaciones que acumulen riquezas a nombre de nuestros pueblos. Tampoco podemos reproducir la experiencia de Chile en los 70, de ganar electoralmente el gobierno sin desmontar estructuralmente el Estado, sin ceder el poder al pueblo organizado para una transición; o las que se dieron en Centroamérica en los 80 y 90 mediante revoluciones populares violentas (Guatemala, Nicaragua, El Salvador) que terminaron en negociaciones y revanchas genocidas de las oligarquías y del imperio, volviendo estos pueblos a las anteriores condiciones de dependencia, violencia y pobreza; debemos revisar las metodologías, las visiones  los Sujetos, las coincidencias históricas, económicas, políticas, sociales y culturales de esos procesos, en los que clases y sectores populares (campesinos, trabajadores, indígenas, estudiantes …) conformaron frentes políticos y militares, con la participación de  sectores de la iglesia católica junto a marxistas y socialdemócratas (con apoyo de la socialdemocracia europea y la solidaridad de Cuba); tampoco podemos comparar o asimilar esas experiencias con las particularidades económicas, políticas y sociales de nuestro país acríticamente.

Situándonos en el contexto actual, en la búsqueda de un modelo propio de país, de socialismo propio o del bien vivir; sobre todo cuando llevamos más de 60 años en la última guerra (con más de un millón de muertos, desposesión y desplazamiento de más de 6 millones de campesinos, con la eliminación física de varias generaciones de líderes populares e intelectuales revolucionarios) tras la toma del poder político del Estado por unas insurgencias y unas izquierdas esquemáticas, divididas, sectarias, mesiánicas y vanguardistas; debemos superar las experiencias de los hermanos centroamericanos y las frustraciones que se dieron en nuestro país y en Suramérica en el siglo XX.

Las revoluciones en Latinoamérica, desde la cubana, la de Nicaragua y El Salvador, que utilizaron la insurrección y la guerra popular de liberación nacional, no fueron (inicialmente) socialistas en la configuración de sus Estados ni en la transformación de sus economías -las centroamericanas- aunque tuvieron gran influencia del marxismo, no se ciñeron a esquemas europeos o asiáticos; aun siendo su base social indígenas y campesinos, no consolidaron una real reforma agraria, no alcanzaron a desarrollar industria propia para generar un proletariado vanguardista, no entregaron ni reconocieron autonomía a las comunidades para que definieran su propio bienestar; tampoco construyeron una nueva economía que pudiera eliminar la aplicación de la teoría capitalista del valor. A excepción de Cuba, los cambios revolucionarios no redujeron el poder del capital imperialista de las transnacionales, ni rompieron totalmente con los organismos financieros y comerciales “multilaterales” de dominación: las centroamericanas no consolidaron un proceso de integración intercultural, económica, social y política regional  que rompiera las fronteras políticas de “repúblicas bananas”, impuestas por los colonizadores y el imperio norteamericano, conformando una sola nación pluridiversa o una confederación de naciones, como tampoco lo hicieron los progresistas suramericanos en la conformación de un bloque antiimperialista-anticapitalista..

No hay una sustentación científica, condiciones económicas, sociales y o culturales para definir que el nuevo modelo para nuestro país deba ser el socialismo intentado por la revolución de octubre, la china, la cubana ni de ningún otro ejemplo, que terminaron en el capitalismo de estado, y que se ha intentado realizar en América Latina por las izquierdas eurocéntricas en el siglo XX y lo que va del XXI; además este modelo de socialismo fue diseñado por los europeos en base a sus historias, economías, culturas y sociedades para superar al capitalismo en sus territorios. De igual manera, los experimentosprogresistas de Venezuela, Ecuador y Bolivia, triunfantesmediante la movilización popular pacífica y la participación electoral, de nuevos Sujetos, con discursos autonomistas anticapitalistas, pachamamistas, no logran plasmar en sus sociedades y en sus economías estos principios, (así los hayan incluido en sus Constituciones) como para pensar en que estas experiencias puedan superar el capitalismo, generando un nuevo modelo de democracia radical que conduzca al Bien Vivir que prometieron; estos ejemplos son referentes para tener en cuenta con sus logros y fracasos (tácticas, estrategias, programas, organización) en la formación de un imaginario de mejor país, pero no para copiar nuevos esquemas.

En América Latina y El Caribe ya vivimos desde las izquierdas la difusión de ideologías y propuestas de modelos políticos y económicos basados en experiencias y teorías que venían con la misma concepción de poder y de progreso occidental (aplicados también en oriente), que no pudieron concretarse en un verdadero modelo socialista humanista; pues los dirigentes de esos procesos privilegiaron el desarrollo industrial tecnológico, la acumulación del Capitalismo de Estado y el crecimiento económico sobre la dignidad de la humanidad y la integridad de la naturaleza, a nombre del socialismo y en contra de la voluntad de sus pueblos. De este lado, los intentos de cambio en su mayoría se hicieron mirando el futuro como copia o repetición de las tragedias de otros pueblos, no como creación y construcción de nuestro Bien Vivir, del bienestar o del socialismo, como nos lo propone  Mariáteguidesde 1929; “No queremos ciertamente que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano”.

Los aportes teóricos de grandes dirigentes revolucionarios europeos, asiáticos y del resto del mundo, son muy importantes y necesarios por ser análisis, síntesis y aprendizajes de las luchas de sus pueblos, para enriquecer la visión que como revolucionarios o transformadores necesitan tener todos los movimientos sociales revolucionarios y los pueblos sometidos, como el nuestro, pero no son los únicos ni los principales cuando se trata de dar forma y contenido a una teoría, a una filosofía, a un pensamiento propio para la transformación democrática económica, política, social y cultural de nuestras sociedades; por esto repetimos, lo fundamental de esta filosofía está en el conocimiento, el autoreconocimiento y apropiación de nuestras cosmovisiones, historias y culturas; o sea, nuestra identidad diversa, que también incluye elementos culturales de occidente en nuestro mestizaje, tal como lo entendieron Bolívar, Martí, Zapata, Sandino, Guevara y muchos otros, como lo tratan de hacer los pueblos originarios y raizales y las comunidades populares rurales y urbanas, hoy movilizados en nuestra AbyaYala.

En este sentido, los pueblos indígenas con sus luchas por autonomía, por la reconstrucción y defensa de sus territorios, la recuperación de sus culturas, el mantenimiento de la propiedad colectiva de la tierra, su vida comunitaria y respeto por la naturaleza, nos muestran a los demás sectores populares del continente y del mundo, una posibilidad humanista y de reconciliación con la madre tierra. En Chiapas los zapatistas, en Argentina y Chile los Mapuches, en Bolivia, Ecuador y Perú, quechuas y Aimaras, las comunidades Nasa del norte del Cauca en Colombia, asumen posiciones anticapitalistas, antisistémicas, aunque los gobiernos de derecha y progresistas pretendan invisibilizarlos y suplantarlos. Otros sectores oprimidos, reprimidos, excluidos, los piqueteros, marginados, ninguneados por el Estado, se toman las calles en Argentina exigiendo todos sus derechos, proponiendo nuevas formas de organización social y la solidaridad en sus Villas, donde las mujeres son la fuerza de la organización; los Sin Tierra del campo y la ciudad se movilizan en Brasil por la autonomía y la supervivencia con economía de equivalencias y soberanía alimentaria, lo mismo que la juventud trabajadora y estudiantil por la gratuidad del transporte (passelivre); también en las ciudades la juventud se moviliza indignada contra el neocolonialismo y la aculturación (además  del desempleo) que se ejerce a través de la educación y de los medios; en Ciudad de México los sectores populares urbanos construyen alternativas económicas y sociales autogestionarias y democráticas por fuera de la institucionalidad del Estado y de las llamadas instituciones internacionales y transnacionales; igualmente en Venezuela los Consejos Comunales (promovidos por el gobierno bolivariano) y el sector cooperativo y solidario con CECOSESOLA nos dan una lección de democracia, autonomía, reciprocidad y mercado justo, de participación y respeto, donde las mujeres cumplen un papel determinante en el trabajo, la dirección y la creatividad. En pequeños espacios, con esfuerzos propios, sin grandes aparatos, sin tutela del Estado ni de ONG ni partidos políticos autoritarios, con democracia horizontal, germina la nueva sociedad.

Estos y muchos más ejemplos en el mundo, como el pueblo kurdo con sus mujeres combatientes emancipadas, nos muestran nuevas maneras de caminar para recuperar la dignidad y la justicia social, como nos lo muestra sencillamente Raúl Zibechi al presentarnos una radiografía de la dependencia y un inventario del acumulado social y político en desarrollo de radicales alternativas autonomistas de los sectores populares en América Latina, dentro de los que el protagonismo lo asumen las mujeres, los jóvenes, junto a los campesinos, indígenas y trabajadores del campo y la ciudad. En todo el mundo los trabajadores y las comunidades populares rurales y urbanas, defienden a muerte sus bienes naturales y culturales comunes, sus soberanías, contra el despojo de las transnacionales y las oligarquías lacayas; las mujeres de los sectores populares no solo defienden sus derechos sexuales y reproductivos, sino también políticos, económicos, ambientales y culturales, desde sus comunidades y organizaciones contra la sociedad patriarcal, construyendo las bases de la nueva sociedad.

Estos sectores sociales aportan elementos antisistémicos a sus movimientos, exigen transformaciones radicales a los estados y a sus sociedades, construyendo simultáneamente instrumentos de poder popular,  diferenciándose de sus pares indignados europeos y norteamericanos (Indignados y Okupas) en sus formas de lucha y en sus objetivos, sin demeritar la gran lucha de los indignados del norte que reclaman su antiguo Estado de Bienestar y el respeto que las oligarquías neoliberales les han quitado. Estas rebeldías, estas resistencias articuladas o en unidad política, en nuestra AbyaYala, traducidas en la construcción de alternativas, autonomías y poder popular, nos dicen que está viva la utopía, que es posible vencer al capitalismo.

Gonzalo Salazar, septiembre 12 de 2018

[1]Comisión Económica Para América Latina, fundada por el Consejo Económico y Social de la ONU en 1948