10 Julio, 2025

Por GERMÁN NAVAS TALERO Y PABLO CEBALLOS NAVAS
Editor: Francisco A. Cristancho R.
El abstencionista y el desinteresado son la garantía de éxito para los políticos cuya representatividad comienza y termina en ellos mismos.
La pasividad en política no es castigo ni sanción, ni siquiera indicio de inconformidad, es una dispensa para que el statu quo persista.
Se aproximan a gran velocidad y con el acostumbrado escándalo las campañas electorales. No pocos –entre ellos un candidato de quien nada malo puede decirse por estas fechas– comenzaron sus correrías antes del periodo reglamentario, asistidos por generosos y muy interesados mecenas, y ni mú se dice desde el Consejo Nacional Electoral. Ahora que la Corte Constitucional les quitó la competencia que ilegalmente se atribuyeron para investigar al presidente Petro, confiamos en que se liberarán personal y recursos que podrán invertir en sancionar a quienes llevan meses haciendo campaña sin vigilancia estatal alguna.
Ojalá que en las elecciones de 2026, tan esperadas entre los colombianos (bien por anhelo, expectativa o intriga), participemos todos y no solo votando, sino también respaldando activamente a los candidatos de nuestra preferencia, promoviendo y participando en discusiones políticas, e informándonos tanto de quienes nos son afines como de los que entendemos contrarios.
Dejar de participar en política no es una “sanción social” al político ni un “castigo en las urnas” a los partidos, todo lo contrario, es el mayor favor que un ciudadano le puede hacer a un mal gobernante. Y es aún más beneficioso para el mal gobernante que también es corrupto o que no representa a ninguno de sus electores porque compró el voto de todos. La respuesta de la gente decente no puede ser que “yo en eso no me meto”, porque eso es lo público y en cualquier caso se mete con uno, con lo de uno, con los de uno y en todo lo que concierne a uno y a los demás.
Un amigo de Germán decía que los colombianos “votan, pero no eligen”, y con ello daba cuenta de nuestro segundo problema. No basta con que el elector satisfaga su deber de marcar con una equis el candidato o partido de su preferencia, es necesario que conozca y entienda por quién y por qué está votando. Por lo anterior es urgente que quienes tienen algún interés en las cuestiones públicas miren hacia los partidos, pues desde allí se conforman las alternativas (nombres, propuestas y posturas) con las que luego –en teoría, al menos– podemos participar en democracia. Conociendo algo del tejemaneje en comento podemos afirmar que, de prevalecer el dogma del bolígrafo y de las reuniones a puerta cerrada que ahora impera, difícilmente alcanzaremos una democracia plena y representativa.
Adenda: duele ver y más vivir en una ciudad destruida y afeada hasta la saciedad a punta de caprichos. Lo que han hecho quienes decidieron sobre el urbanismo de Bogotá –así como quienes han diseñado, ejecutado y luego abandonado tantos esperpentos financiados con nuestro dinero– no es distinto a un crimen del que todos los bogotanos fuimos víctimas. Irse de viaje a una ciudad decente (no necesariamente bella ni rica o impoluta, basta con que sea habitable) y volver a esto, cada vez más inhóspito, siempre duele. Nos complace decir que todos estos horrores –y especialmente el que a la fecha se erige sobre la avenida Caracas– se han gestado y consumado sin nuestros votos.
Hasta la próxima.
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