Archivo diario: 14 diciembre, 2023

CAMPAÑAS SUCIAS

Fuera Máscaras – Campañas sucias, el sello de la derecha

«La paz se logrará cuando alcancemos nuestros objetivos» (Putin)

Premio Xilopalo: El ganador de la categoría opinión o crítica: José Darío Castrillón Orozco

Un conjuro para la fatalidad

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 “¡Petro jamás será presidente!” dijo Uribe omnipotente prohibiendo el cambio, desterrando la esperanza. Se aseguraba de mantener a su lado a los dueños del país, a la mafia, y a un periodismo obsecuente. Del otro lado los trabajadores, los estudiantes, y las víctimas se reagrupaban en torno a un candidato que clamaba: “¡Me llamo Gustavo Petro, y quiero ser su presidente!”

Ser candidato de izquierda a la presidencia en Colombia tiene condena de muerte. Ni las peores dictaduras han asesinado tantos candidatos como la “democracia más vieja del continente”, desde Gaitán a Pizarro. Gustavo Petro asumió el reto de cambiar la historia trágica de Colombia, refrendándolo con su pellejo. La campaña inició con amenazas de muerte, y se develó al menos un complot para asesinarlo. No desistió del propósito, ni dejó de acudir a la plaza pública, tampoco el pueblo dejó de acompañarlo.

“¡Petro nunca va a ser presidente de Colombia, ¡gracias a Dios!” Vociferaba Paloma Valencia en la comisión primera del Senado.

Jugándose su integridad y la de su familia, Petro presentó un programa de gobierno con soluciones a los problemas nacionales, articulado con los desafíos que la humanidad requiere. Tal programa no sólo reavivó la esperanza en los corazones de los excluidos, sino que mereció el elogio de la intelectualidad nacional e internacional, que agrupó a científicos, pensadores, y artistas en respaldo, así como a líderes del mundo. Mientras más y más colombianos se congregaban en torno suyo, coreando el verso final de sus oraciones: “¡Me llamo Gustavo Petro, y quiero ser su presidente!”

“Petro nunca será presidente”, ladraba el corrupto exfiscal Néstor Humberto Martínez, cuando sacó el video donde se ve a Gustavo Petro recibiendo un préstamo en efectivo. No sería el único montaje. Todas las perversiones de la politiquería se cometieron contra esa campaña presidencial, desde propalación de falsedades al exterminio de militantes; de la movilización de maquinarias, clientelas amarradas con prebendas, hasta la coerción paramilitar; desde los “juicios de autoridad” de expresidentes megalómanos, hasta la intervención descarada del gobierno contra Petro. En Colombia la parcialidad del ejecutivo en campaña termina en fraude electoral, y el registrador, Alexander Vega, dio mucho que sospechar. Ante los jueces deberá responder por su falta de trasparencia.

“Estoy segura de que Gustavo Petro no será presidente”. Decía María del Rosario Guerra, congresista emisaria del innombrable.

La manguala contra Petro la armaron corruptos de toda laya, que se roban desde el desayuno de los niños hasta las pensiones de los ancianos, con la criminalidad de las mafias, sus fajos de billetes, y sus aparatos de exterminio; Duque lideró la encerrona, comprando respaldos de alcaldes y gobernadores, mientras la burocracia debía revalidar su empleo con votos.

El candidato del pueblo seguía llenando plazas, y convenciendo a una juventud que pasaba de ser desechable a ser protagonista de la historia. Los estudios de opinión lo fueron perfilando como el favorito del pueblo, y modificó el coro final de su discurso: “¡Me llamo Gustavo Petro y voy a ser su presidente!”

La respuesta fue aunar a los medios de los pulpos económicos, contra el candidato. Hasta una revista compró el grupo Gillisnki, para poner a disposición del uribato a cambio de respaldo gubernamental en la puja por acciones del Sindicato Antioqueño. La ultraderecha coordinó esos medios bajo los principios de la propaganda nazi.

Particularmente el principio de la transposición, que consiste en acusar al adversario de los propios errores o defectos. Así los medios salieron concertados, principio de orquestación de Goebbels, a repetir que se trataba de una campaña de agravios cuando el único agraviado era Petro, especialmente por esa prensa; sembraron la sombra del fraude cuando el establecimiento era el único en capacidad de cometerlo, y quien lo intentó; o la compra de votos, cuando es maña de los clanes electorales compinchados contra Petro.

“¡Petro nunca será presidente!”, vociferaba María Fernanda Cabal.

Los jóvenes, desbordando cantidad y entusiasmo, contrarrestaron rumores y silencios, e hicieron de las redes sociales los canales de comunicación de la campaña. También produjeron miles, acaso millones, de piezas propagandísticas con ingenio y humor.

No tuvo oponente el candidato del pueblo. Pretender pasar a un anciano crápula por estadista desnudó más a la derecha decrépita que terminó sin campaña, sin candidato, y sin programa. Finalmente, la confrontación fue entre Petro y el gobierno, que salió con todo su aparato contra el progresismo. Entonces el registrador hizo un simulacro de fraude, y a dúo con Duque conminan a Petro a aceptar los resultados, intimidando con la Fuerza Pública.

La respuesta fue hacer tan masiva la votación que impidiera el fraude. Y desde la Colombia invisibilizada salieron los afros desandando libres el camino cimarrón que sus ancestros habían recorrido; desde la alta Guajira, los Wayuu, diezmados por la sed, salieron con hambre de justicia; y los arhuacos, y los koguis, y los kankuamos, hollaron senderos pantanosos llegando a votar en Ciudad Perdida, conservando cándida la blancura de sus vestidos. Los pintorescos carros de escalera, ya insignia de la minga indígena, colorearon las carreteras del sur con racimos de nasas que iban decididos a conquistar la patria; como también lo hicieron misak y guambianos, que a su elegante vestimenta le sumaban la alegría de emprender una causa justa; y los emberá surcaron los crecidos afluentes del Atrato por días, a votar animados por sus músicos y por la certeza del triunfo; también surcaron los tributarios del Sinú, y los de la cuenca del Amazonas. Colonos desde la frontera agrícola, límites con la nada, en mulas salieron a ser ciudadanía… sabían que era ahora o nunca.

Lo supieron maestros y empleados, estudiantes y trabajadores del rebusque, los escobitas humillados y las mujeres ofendidas… todos a refrendar ese triunfo amenazado por un gobierno atarván. Tantos intentos de maturranga se volvieron experiencia y la campaña progresista implementó un dispositivo antifraude eficaz.

Este pueblo acostumbrado a las fatalidades, esperaba los resultados no para saber el nombre del presidente, sino expectante sobre si cometerían el fraude o no. Los primeros boletines condensaron la votación favorable al candidato del gobierno, pero cuando la tendencia se fue revirtiendo, y el favorito popular empezó a puntear en los resultados, una sonrisa fue marcando los semblantes enviciados a la tristeza, como si la risa de Jaime Bateman se hubiera encarnado en los colombianos. Cuando el porcentaje escrutado crecía, la distancia de Petro sobre el otro también, empezaron a verse celebraciones, llanto y risas como una fiesta de año nuevo. Después del noventa por ciento el festejo rebosó las calles: en todas las regiones hubo fiesta.

Semejante a cuando Nacional ganó la Copa Libertadores de América en 1989: toda Colombia salió a celebrar sin importar de quién se era hincha. Por entonces le preguntaron al técnico Francisco Maturana cómo explicaba ese fenómeno, él respondió:

  • Colombia ha sido un pueblo derrotado, que, desde la victoria del siete de agosto de 1819, en Boyacá, no tiene nada que celebrar hasta cuando Nacional quedó campeón de la Libertadores.

El semblante de los presentadores de los medios corporativos se contristaba mientras la euforia popular crecía. En Colombia palpitaba al unísono la ilusión, y con el ojo aguado se siguió la alocución del ganador. Cuando proclamó, coreado por el pueblo: “¡Los quiero mucho! ¡Me llamo Gustavo Petro y soy su presidente!” Aquello fue Bolívar irrumpiendo victorioso por los Andes, Jaime Bateman a las carcajadas, un campeonato que restaura la esperanza en Colombia.

José Darío Castrillón Orozco
Un conjuro para la fatalidad – Corporación Latinoamericana Sur

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Es un exterminio