Archivo diario: 1 abril, 2019

La ética como coherencia

Por Gonzalo Salazar

Si se trata de cambiar el mundo, es indispensable asumir una posición crítica con la sociedad, con la cultura, y autocrítica con nuestras organizaciones, con nuestros movimientos político-culturales, con nosotros personalmente, como sujetos políticos responsables, haciendo de ésta la principal herramienta para la construcción de una nueva civilización. Aunque a través de lo escrito hemos avanzado en el análisis de nuestras limitaciones políticas e ideológicas por la educación y formación dentro de una cultura colonial occidentalizada, miramos un poco el comportamiento de las personas y organizaciones que con sus pensamientos y filosofías de izquierda, revolucionarias y humanistas se presentan en su actividad política y social como comprometidas en la transformación de nuestra sociedad y cultura.

Lo ideal sería que pudiéramos ejercer una cuádruple coherencia entre el sentir, el pensar, el decir y el hacer, aplicándola en nuestros discursos, acciones y decisiones, no con la visión cartesiana, sino, con nuestras cosmovisiones sentipensantes, en la que debe primar la condición humana de quienes nos escuchan y escuchamos, con quienes compartimos y nos acompañamos, con quienes diferimos y respetamos.

Para los y las que pensamos la necesidad de abandonar el capitalismo y construir una sociedad solidaria, justa, democrática, es necesario replantearnos la práctica revolucionaria tanto en la vida familiar, social y en relación con la naturaleza, -nuevo sujeto que nos condiciona y confronta en nuestra convivencia con ella y con el sentido de la vida- como en la actividad política, más que ostentar una identidad de izquierda, en la que se han camuflado monstruos de la ultraderecha. En un proceso liberador realmente humanista, es imperativo asumir la ética como el ingrediente que le da contenido, olor, sabor y color al plato que entre todos pretendemos preparar y consumir, pues muchas veces confundimos los medios con el fin, y para algunos revolucionarios esos medios se han degenerado y convertido en sus fines, atentando contra la reivindicación de la humanidad, sobre todo en la guerra, tanto en el mundo como en nuestro país, en el que por más de 70 años nos ha involucrado la oligarquía, empezando por la cultura mafiosa y la corrupción en la administración del Estado que ha ejercido el terror y el genocidio como método de control, para que los grandes capitales (el capital local y transnacional y el narcotráfico, patrocinadores y beneficiarios de este desastre) se multiplique a través de la explotación de las y los trabajadores, del expolio de nuestros bienes naturales y culturales,

Muchas veces se le ha dado el tratamiento de enemigos a nuestros compañeros que difieren disiden o critican los planteamientos o políticas de la misma organización y o de otras organizaciones de izquierda, actitudes que han llegado hasta la persecución y el “ajusticiamiento” de intelectuales, dirigentes sociales y políticos del pueblo, hasta masacres como la de Tacueyó (aunque hayan sido ejecutadas por traidores o por infiltrados) y ejecuciones de sus propios líderes comandantes, realizadas por la misma insurgencia; organizaciones insurgentes han llegado a agredir a comunidades por donde se desplazan u operan cultivando la enemistad y la indiferencia, han impuesto onerosas “vacunas” a pequeños agricultores, han asesinado líderes comunitarios, han obligado a jóvenes indígenas y campesinos a servir como soldados, como lo hace el ejército oficial y paramilitar; entre la izquierda no armada también se dan los señalamientos, la estigmatización, la acusación, la delación; parece que en algún momento algunas organizaciones revolucionarias acogieron el concepto genocida del “enemigo interno” igualmente se han ocultado practicas antiéticas, como acuerdos con mafias narcotraficantes y extractivistas (nacionales y transnacionales) y hasta con paramilitares para enfrentar a sus “enemigos” de izquierda,  o por dinero, aceptando la financiación de sus actividades políticas por ONG dependientes de corporaciones transnacionales y de Estados expoliadores y agresores contra nuestros pueblos, por organizaciones que se decían revolucionarias, que nunca reconocieron sus crímenes, errores y deviaciones ante el pueblo.

Aunque estos procederes no solo están en la izquierda, sino en todos los sectores sociales, en algunas organizaciones populares, como expresión de la cultura y la ideología capitalista, no se pueden justificar u omitir; por esto es importante que la izquierda colombiana haga una evaluación autocritica de su actividad de los últimos 60 años, con los aciertos, equivocaciones y fracasos en relación con los sectores populares, y la sustentación de  propuestas y alternativas para un proceso emancipatorio; en un diálogo que pueda generar confianzas, alianzas estratégicas, articulaciones, consensos, acuerdos, y la posibilidad de un programa mínimo que convoque, una y/o articule a través de una Organización Política de los Pueblos, que puede ser un frente, una Asamblea Nacional, un Palenque, una Minga, no importa el nombre, lo importante son los objetivos y las funciones que deba cumplir (en un futuro democrático podría llegar a constituirse una confederación democrática de comunidades y/o regiones autónomas del buen vivir). Es imperativo en el proceso revolucionario la articulación de las luchas de todos los sectores populares y la comunicación permanente entre sus organizaciones mediante el diálogo, el debate y los consensos, también la unidad de la actual izquierda,buscando su desinstitucionalización en el accionar político; como lo es la unidad política de los humanistas, demócratas y revolucionarios, que no solo están en las organizaciones políticas de la izquierda tradicional sino, dentro del resto del pueblo.

Respecto a las actitudes dentro de la izquierda llamada social, podemos observar nuestro comportamiento Neoliberal, por ejemplo, en el movimiento sindical, donde muchos de sus dirigentes que luchaban contra la privatización de la salud, fueron los primeros en “elegir” otra EPS diferente al Seguro Social; algunos sindicatos negociaban con las empresas la forma de pagar servicios complementarios en salud, mientras la mayoría de trabajadores eran excluidos de este derecho porque no contaban con los recursos necesarios; algunos sindicatos alquilan sus sedes a franquicias religiosas (en lugar de ofrecer estos espacios a los sectores populares) y aplican la flexibilización laboral con sus empleados; algunos dirigentes barriales y comunitarios de izquierda son absorbidos por la corrupción que ejercen agentes del Estado y de empresas privadas, enriqueciéndose con los recursos públicos, del sector solidario,muchas veces acusando a líderes honestos, terminando cooptados por las mafias;en el magisterio, muchos de sus dirigentes de izquierda que supuestamente luchan contra la privatización de la educación, no transmiten las ideas emancipatorias ni estimulan una actitud crítica en sus alumnos,en sus pliegos de exigencias no cuestionan los contenidos de los programas, ni los objetivos del modelo educativo, matriculan a sus hijos en colegios y universidades privadas, y ellos mismos realizan sus posgrados y diplomados en instituciones privadas, cuando dicen defender la universidad pública;por otro lado, la izquierda no parlamentaria y parlamentaria se conforman con dar buenos debates sobre la ética en el recinto del congreso o entre su feligresía, en lugar de educar y movilizar a su militancia y a la comunidad en contra del saqueo extractivista, contra la privatización de la salud y la educación, por soberanía alimentaria.

Es folclórico el sainete que se forma cada fin de año entre empresarios, representantes del gobierno y algunos jefes sindicales en la definición del valor del salario mínimo, en el que los trabajadores que ganan éste salario o menos, no tienen estabilidad laboral ni seguridad social -la inmensa mayoría- no tienen ninguna participación en esas negociaciones, pues los sindicalizados generalmente ganan algo más del mínimo y aún cuentan con algunas prestaciones sociales y contrato de trabajo.

Igual sucede con el consumo de la canasta familiar, en el que dirigentes políticos de izquierda y revolucionarios que luchan contra las transnacionales y los TLC, compran exclusivamente en las Grandes Superficies o centros comerciales, alimentos transgénicos o llenos de químicos tóxicos y todo tipo de productos importados, que la agricultura popular y la industria “nacional” pueden producir. De nada sirve que gritemos en las calles “queremos chicha, queremos maíz” contra las transnacionales, por soberanía alimentaria, si terminamos mercando en Jumbo, Carulla o el Éxito, (en lugar de defender e ir a las plazas de mercado) almorzando en McDonald´s, comprando ropa importada “made in USA” o “made in China”, de la cual, en muchos casos lo único extranjero es la marca, o peor, son confeccionadas con materias primas robadas y mano de obra esclava; la marca es el fetiche del neoliberalismo, con el que los medios y las grandes superficies esclavizan al consumidor con las tarjetas de crédito y la “promociones”.

Algunos dirigentes de izquierda, fieles al mandato del mercado viven pendientes de la última tecnología, de la moda en autos, celulares y computadoras y quieren solucionar todos los problemas con estos aparatos, mientras permanecen en sus oficinas aislados del pueblo. Si bien es cierto que la tecnología de punta, y las TIC utilizadas por la población, son producidas en su inmensa mayoría en diferentes partes del mundo -con irrisorio valor de la mano de obra cuando no es esclava- por transnacionales de las metrópolis imperialistas, y aunque no podemos prescindir de ellas, o producirlas de acuerdo a nuestras necesidades (por ahora), sí podemos hacer uso racional, sin depender totalmente de ellas en los hogares, en el trabajo político organizativo-educativo. Estos comportamientos no son más que expresiones de nuestra colonialidad.

Lo importante no es dejar de consumir lo necesario desmejorando los medios y la calidad de vida de las personas y la población, sino, tener en cuenta que muchos productos industriales –que generalmente no necesitamos- son elaborados (de buena y mala calidad) aquí y en el exterior por empresas transnacionales y monopolios “nacionales” que nos despojan, siendo conscientes que en el capitalismo todas las mercancías son producto de la explotación y de la expropiación nacional e internacional; que si hablamos de independencia dentro de esta sociedad, por lo menos nos corresponde apoyar la pequeña y mediana producción, sobre todo si se trata de la pequeña y mediana producción popular, dela economía solidaria o comunitaria con mercado justo y de mínimo impacto ambiental, igualmente convencer a la clase media a consumir lo autóctono, justo laboralmente, sano y ecológico. Este tipo de incoherencias, además de evidenciar problemas ideológicos, nos ubica al lado del Neoliberalismo y del colonialismo intelectual, aun siendo de izquierda. No se trata de volvernos puritanos, sino, de ser consecuentes con lo que se piensa, se dice, se desea y se hace, enseñando con el ejemplo; el humanista, el dirigente o activista de izquierda es un educador. Leamos algunas recomendaciones que nos hacen los compañeros bolivianos

“En el TIPNIS hemos podido vislumbrar lo que para nosotros y el pueblo debe ser un líder identificado con su gente y abierto a las necesidades de todos. Se trata en definitiva de la cualidad de ser un “educador popular” tal como nos lo describe Giulio Girardi[1] :

    Es una persona identificada con los oprimidos y las oprimidas como sujetos, a nivel ético-político y a nivel intelectual.

    Es una persona  motivada en su acción por una profunda confianza en el potencial  ético-político e intelectual de los pobres, en su capacidad de convertirse en hombres y mujeres nuevos.

    Su éxito profesional no consistirá en conseguir más dinero o más poder, sino en poder servir al pueblo con más eficacia.

    El EP no dirige la búsqueda del pueblo sino que promueve su protagonismo, se considera por tanto una “partera” del pueblo.

    Capaz de explorar caminos nuevos, de emprender luchas justas sin la certeza del triunfo.

    Su objetivo  es contribuir a desarrollar un nuevo modelo de poder, fundado en el protagonismo del pueblo, es decir de los excluidos de ayer y de hoy, a través de una estrategia no violenta en la construcción de un poder alternativo.”

El problema con el militante de izquierda en general, es que no es coherente su práctica social y familiar con el discurso, con el pensamiento crítico emancipador, con la autocrítica política e ideológica personal o de grupo; tal como lo podemos observar en dirigentes que se identifican teóricamente con la equidad de género, con el respeto a las mujeres y a los hijos, pero que en sus hogares son igual de intolerantes, autoritarios y represivos como cualquier defensor a ultranza  del machismo patriarcal, impidiendo en muchos casos que sus compañeras y sus hijos se integren o se eduquen políticamente, que participen en organizaciones políticas, que asuman cargos de responsabilidad en su comunidad o en su sector social. Por ello, muchos hijos de revolucionarios (así le hayan puesto nombres de revolucionarios como Camilo, Lenin, Ernesto, Rosa, Fidel, Carlos, etc.) se vuelven escépticos y hasta reaccionarios, llegando a odiar a sus padres represivos. En la tradición de los/las revolucionarias de izquierda se ha mantenido el patriarcado como estructura familiar -judeo-cristiana- con todos sus antivalores, sin cuestionar esta célula de la sociedad burguesa[2]. El nuclear patriarcal no es el único modelo de familia, pues el mismo capitalismo con su proyecto de atomizar la sociedad, ha propiciado como forma de resistencia, la integración de otros núcleos o grupos de convivencia y afectos no siempre consanguíneos, en los que se tiende a excluir el matrimonio como vínculo obligado, pues el matrimonio –religioso o civil- es un contrato de propiedad privada y de sometimiento de una de las partes o de ambas partes. Muchos revolucionarios y dirigentes populares defienden el matrimonio patriarcal autoritario, los principios y valores conservadores en el hogar, aunque en el discurso se diga lo contrario. Cuando estos dirigentes “ascienden” en sus organizaciones, aplican a sus subalternos esos principios y valores retrógrados; son excluyentes por sexo, por regionalismo, por racismo, por nivel académico, incluso por capacidad económica, cuando se trata de acceder a cargos de responsabilidad o de participar en eventos decisorios o de importancia nacional e internacional.

La formación cultural e ideológica a través de la escuela, los medios masivos y la familia occidental, la formación (sobre todo en los viejos militantes) fundamentalista política y/o religiosa, tienen como paradigma y guía, a la figura del padre, esquema que se reproduce en el trabajo organizativo, que se concreta en la estructura vertical autoritaria impuesta desde arriba, en la que el dirigente es la luz y la razón –igual que el padre- que no se puede equivocar, mientras el resto de la organización solo debe escuchar y obedecer, por esto es que cada organización cree que tiene la razón y que los demás, tienen que obedecer y unirse a ella.

En consecuencia, ha prosperado dentro de la izquierda el caudillismo como parte de la cultura política occidental y de la tradición autoritaria de la sociedad. El problema del sectarismo religioso es que cada secta se proclama la verdadera y descalifica a las demás, de la misma manera la izquierda se ha enclaustrado en capillas (partidos o grupos) cerradas por el dogmatismo, el sectarismo, el mesianismo y el vanguardismo, fundamentalismos que se equiparan a las formas en que las mafias y élites oligárquicas criollas excluyen y mantienen el poder político y económico, sin reconocer la crítica, la autocrítica, la unidad y la democracia en la diversidad como fuerzas transformadoras.

Algunos sectores radicales de la izquierda tienden a identificar la movilización masiva, la beligerancia política frente al Estado y la visibilidad de la cosmovisión indígena, como expresión de vanguardismo, al que se suman sin comprender las razones de su emancipación, esperando que los indígenas asuman el papel conductor de otros sectores de las ciudades y del campo, por lo que predomina en la propuesta de Congreso de los Pueblos una visión ruralista indigenista, -no impuesta por el movimiento indígena-  que los estudiantes y activistas de la ciudad la miran separada de su entorno económico, social y cultural, algo similar sucede con la Marcha Patriótica, de esencia campesina, en la que organizaciones de origen marxista pretenden  un Sujeto único aglutinador, con posibilidades de triunfos electorales, que en el contexto de las movilizaciones campesinas (paros agrarios de 2013, 2014 y 2016) y las negociaciones de paz pueda lograr algunas reformas en lo agrario y en la participación política en la institucionalidad. Estos dos ejemplos nos muestran la dificultad de la izquierda para construir una Organización Política Popular (o su Organización  Política de Masas) articuladora, pluralista, de carácter local, regional, nacional con protagonismo rural y urbano; estas organizaciones (MP y CP), unidas al resto de organizaciones y movimientos populares deben ser parte activa en la construcción de este objetivo, como son todos y cada uno de los sectores populares. La causa de esta dificultad puede ser la falta de conocimiento del medio urbano –aunque se viva en la ciudad- por intelectuales y dirigentes que no se acercan o no profundizan en las problemáticas, en las visiones y cosmovisiones de las comunidades territoriales que habitan la ciudad, donde sobreviven más del 75% de los y las colombianas.

Esta labor de acercamiento se torna difícil para las organizaciones revolucionarias que no conviven o no comparten territorios con las comunidades y sectores populares en movimiento, pues la estigmatización que hacen la oligarquía, los medios y el mismo Estado, de sectores geográficos y sociales, crea prevenciones y aislamiento, generando desconfianzas, estigmatismo, pues la cultura de violencia y corrupción impuesta, y la descomposición que ésta genera, cumplen el objetivo de dividir y excluir sectores sociales en un proceso liberador; estos comportamientos son producto de nuestra forma de vernos y ver al otro, de la colonialidad del poder, del saber y del ser que históricamente el capitalismo nos inyecta por todos los medios e instituciones.

La lucha por la justicia, la paz y el buen vivir no es entre el bárbaro y el civilizado, ni entre  el bueno y el malo, mucho menos entre el creyente y el ateo como nos lo enseña Occidente, es entre quienes usurpan el poder político y los bienes económicos y culturales alos pueblos, y quienes son sometidos mediante la violencia, el chantaje político-económico, la supremacía científica y tecnológica; entre quienes hegemonizan el poder económico y quienes producen la riqueza. La lucha por la justicia social y la dignidad humana dentro del actual sistema de clases, patriarcal, sexista y racializado, se da en todas las áreas de actividades económicas, sociales y culturales, independiente de los credos políticos y religiosos. Por tanto, es en la relación con nuestra realidad histórica y presente, en nuestra práctica social cotidiana, donde nos diferenciamos, donde identificamos nuestros intereses sociales, económicos y culturales, donde reconocemos a nuestros hermanos, nuestros amigos y a nuestros enemigos, a nivel político.

En este proceso tomamos partido, definimos a qué apostarle nuestras vidas, nuestros sueños y nuestros esfuerzos. Identificamos qué, y quienes nos hieren, nos oprimen y nos impiden ser libres y felices, ante lo cual no podemos ser indiferentes, conformistas o pasivos/as. Implica nadar contra la corriente no solo dentro del sistema capitalista, sino, muchas veces dentro del mismo movimiento revolucionario o social, donde podemos perder algunos amigos si no logramos convencer con la razón y el ejemplo para conseguir aliados leales.


[1]GirardiG.:”El derecho de autodeterminación solidaria de los pueblos, eje de una nueva civilización según el movimiento indígena, negro y popular de AbyaYala”, en “Formando actores en la alternativa a la globalización neoliberal. Los nuevos desafíos de la Educación”, CENPROTAC, La Paz 2003, pp. 59 y ss.

[2] Cuando hablamos de lo judeo-cristiano no significa que los revolucionarios deban ser ateos, pues son muchos ejemplos de grandes dirigente, intelectuales, y luchadores por la justicia, la dignidad, y la libertad que eran y son creyentes de diferentes comunidades religiosas, incluso con jerarquía como lo fueron Camilo Torres, monseñor Romero en el Salvador, Martin Luterking, François Houtart y muchos pasados y presentes. Nos referimos a los fundamentalismos, tan promovidos últimamente por quienes se lucran de la guerra.