Archivo diario: 2 octubre, 2018

El aguante

La destrucción de la Modernidad

Por: Ricardo Robledo

Uno de los documentos que ha ejercido influencia en mi pensamiento político en los últimos veinte años, ha sido “Moralidad y Modernidad en Colombia”, del profesor Rubén Jaramillo y publicado por la revista Transición, surgido de una conferencia ofrecida en la Universidad Nacional el 28 de agosto de 1997. Son muchos los temas que se derivan de allí y acerca de los cuales se podría montar una cátedra permanente.

Son magistrales los comentarios que se hacen en el artículo sobre la forma en que se forja una forma de Moralidad en el país y las conclusiones a las que llega sobre la idiosincrasia de los colombianos caracterizándolos como “pasivos, conformistas, superficiales y que tienden a comportarse preferentemente en forma…autoritaria”. Esto de autoritario quiere decir, déspota con aquellos a quienes considera inferiores, pero a la vez sumiso ante quienes ve como sus superiores.

No alcanza uno a entender cómo personas como el escritor del artículo, que muestra un conocimiento de la idiosincrasia de los colombianos y lo soporta sobre aportes científicos, no ocupan merecidos cargos en la dirección del país, pero en los cuales sí proliferan los ejemplares de poca monta.

Ahora se quiere hacer referencia fundamentalmente al tema de la modernidad. El artículo me llevó a la lectura de los autores del Siglo XVIII fundadores del liberalismo y de otros posteriores que se han referido al tema. Escritores no necesariamente marxistas, labor que algunos podrían mirar como herejía conceptual.

La lectura en fuentes diferentes al marxismo del Siglo XX, la Guerra el Golfo (1991) y la caída del Muro de Berlín (1989), me condujo a particulares reflexiones sobre lo que había sido la práctica revolucionaria en Colombia, sus riquezas y vacíos. Además, los sucesos geopolíticos de esos años, ejercieron influencia trascendental en el conjunto de la izquierda nacional y mundial, en la que cundió el desánimo, la confusión y hasta el abandono de las luchas.

Muy difícil que aportes como los que pueden surgir de la discusión de las formas que tomó la Modernidad en el mundo y el país, sean acogidos por personas de izquierda con un concepto de revolución ya pensada y asimilada, sobre una realidad invariable, ya interpretada y que al parecer no necesita ser estudiada; es decir, cuando los marxistas no son marxistas, ni hacen uso de la dialéctica y cuando el “análisis concreto de la situación concreta” no pasa de ser retórica discursiva.

No es fácil que quienes asumen que el socialismo es una receta que sólo basta aplicar, pero sin resolver realmente el cómo se transforman las relaciones de producción que caracterizan este modelo social, sin caer en el capitalismo de estado. Por eso no es raro que en todo momento de las luchas, algunos pregunten por el socialismo y donde no lo ven, ven reformismo. Así no captan lo que significa la lucha por un estado de derecho en una sociedad como la colombiana. Aquí se puede afirmar que falta asimilar tanto el concepto marxista de la revolución permanente, así como el poder de la negación dialéctica y qué significa ser revolucionario hoy en todo momento. Estas personas son las que están a la eterna espera del socialismo para poder ser revolucionarios y aplicar la democracia; llegan hasta considerar como atrasados a quienes no comparten su “avanzada” visión.

Un debate debe construir, construirme y construirse; debe transformar, transformarme y transformarse; debe cuestionar, cuestionarme y cuestionarse; es decir, tiene que ser dialéctico.

Dicho sea de paso, que algunos escritores muy modernos consideran que la dialéctica ya fue superada, porque supuestamente sólo conduce a la existencia de dos contrarios; nada más alejado de la dialéctica que esta pobre interpretación. Lo que está superada es su forma interpretativa que no va más allá de la lógica. Al menos eso fue lo que nos enseñaron en las matemáticas básicas: cero o uno, blanco o negro, A o B; más desarrollada es la lógica difusa, pero sigue siendo lógica. No se trata de defender aquí tozudamente a uno de los pilares del marxismo (pensamiento aparentemente ya obsoleto para muchos) pero sí de hacer precisiones.

La Modernidad es la forma que toma el proceso civilizatorio de la sociedad burguesa, que se fundamenta en las teorías liberales de las Repúblicas, de los conceptos de ciudadano, democracia y nación, de los que surgen las constituciones como contratos sociales que conducen a la implementación de un Estado Social de Derecho.

Paradójicamente, contra estos fundamentos sociales, filosóficos y políticos, van las actuales élites de derecha que gobiernan como sicópatas al mundo y al país. Actúan como verdaderos monstruos que a hachazos se cortan los pies. Creen que ganan al hacer prevalecer por la fuerza sus intereses sobre los demás, pero en realidad conducen a la sociedad a su propia destrucción. Pisotean a ciudadanos, a sus propias instituciones republicanas, a constituciones, a su democracia representativa, a la nación, al estado social de derecho  y los reemplazan por el yo facista, creyendo que su proceder arbitrario enderezará el rumbo social y le devolverá el esplendor al decadente modelo capitalista. Se oponen ilusos al avance de la historia y a los deseos libertarios de los Seres Humanos.

En el mundo y el país, abundan este tipo de personajes enfermos que se presentan como mesías, iluminados que ven lo que otros no, que se creen fuertes, pero que son verdaderos matones, con funcionarios de bolsillo (fiscales, jueces, contralores, legisladores, militares, periodistas, religiosos) y todo tipo de fuerzas oscuras. Al pisotear a la democracia liberal y sus instancias, le dicen adiós a la Modernidad, propio soporte de su modelo social. En el fondo sólo buscan salvan sus bienes y su pellejo y después que se venga lo que sea. Buscan ocultar con más sangre sus crímenes. Arman guerras con tal de evadir la justicia y obtener ganancias.

La guerra no se ve muy atractiva para aquellos que tenemos a nuestro alrededor mucha gente valiosa de los cuales no se quiere perder ni uno; los que llaman a ella, no la van a pelear, pero si mandarán a otros a que luchen bajo cualquier pretexto de patria, religión, valores, instituciones, con lo que muestran cuánto es que vale la vida humana para ellos; bajo la frase de desprecio: “estudien vagos”, reside su valoración de los ciudadanos; es decir, los demás son considerados residuos sociales que pueden y merecen ser destruidos.

Por esto es que muchos escritores hablan de “Modernidad líquida” dando a entender que ya no es tan sólida, que se diluye entre las manos de los retardatarios que no quieren que la Humanidad ni lo Humano avancen. Los pueblos del mundo, incluido el colombiano, deben prepararse para dar una solución humanista organizada, autónoma y libertaria a la debacle que se está armando.

Algunos hablan para el país, de Modernidad fragmentada, retardada, deformada, incompleta; pero el que quiere calificar establece un punto de referencia y debe considerar el porqué del referente. La realidad no es como se piensa sino como se presenta y Colombia se insertó en la Modernidad como colonia y no fue de otra forma, dando origen a un remedo de democracia republicana. No es una característica exclusiva del tercer mundo; en todas partes del planeta se aprecia una humanidad oprimida por las élites que las gobierna. Los ideales liberales de libertad, igualdad y fraternidad ya son cosas del pasado, y que hoy hacen parte de un discurso agotado. La rebelión de todas esas personas aplastará a los opresores y hará nacer una civilización más humana. Es inevitable por donde se mire.

Octubre 1 de 2018

Moralidad y modernidad