“ESTAS CARNITAS”

Por: Marlene Singapur (http://gusanoenlafruta.blogspot.com)
De la reciente columna-denuncia de Claudia Morales (CM) acerca de la violación que sufrió hace unos años por parte de su jefe de entonces (ella lo llama «Él», que al parecer es muy mayúsculo), se han realizado múltiples elucubraciones. Algunas de ellas francamente rocambolescas, porque hilan muy delgado en un campo sin duda pantanoso, y algunas otras simplemente evasivas, porque sus vínculos y compromisos personales no les permiten asumir de frente y con objetividad los hechos. Ambas aproximaciones han salido mal, aunque, hay que decirlo, también las ha habido sensatas.
¿Dónde estaría, pues, la verdad en el debate público suscitado por la columna-denuncia de CM?…
En el tema de la violación de CM convergen los atributos más ambiguos de los seres humanos, el sexo y el poder. Tan parecidos, que incluso algunos estudiosos no han dudado en asegurar que el uno no puede vivir sin el otro, y que incluso se parecen. El poder sería un simple despliegue pulsional, propio de la erotización que atraviesa las más aisladas y furtivas relaciones humanas; y el sexo otro escenario más de la pugna por el dominio de unos sobre otros, pura guerra y astucia.
Respecto a la dificultad que tenemos los humanos en categorizar el sexo en términos morales, C. G. Jung anota que en la sexualidad el ser humano se enfrenta a su auténtico “hueco negro”, la fuente donde duermen y se van engrosando las indecibles bajezas que, mantenidas en su adecuado sótano, acaso puedan convivir eternamente con nuestros más elevados valores, aquellos que promulgamos a diario con toda seriedad, y por los cuales quizá nos hemos ganado un prestigio entre los demás.
Sólo así los seres humanos podemos pasar por la vida como individuos normales y respetables, con nuestras secretas y ferales depravaciones, convertidas finalmente en perritos falderos. Aunque nunca falta el irrespetuoso Garavito, al que le importa un pito invadir nuestra intimidad con su jauría de hienas con hidrofobia.
Todos tenemos un Dr Jekyll y un Mr. Hyde batallando en nuestro interior, queriendo reinar totalmente sobre nosotros.  Tercas y dominantes personalidades que nunca podremos eliminar, por lo cual deberíamos asumir la estrategia de saber darles su contentillo, es decir: permitir que se roten nuestro Reino (algo así como los acuerdos que las  bancadas de congresistas hacen para rotarse la presidencia del Senado), por horas, días o semanas, según el nivel de bipolaridad que soportemos. Y problema resuelto, cada uno con su pedacito de pastel, con su fugaz momento de gloria.
 
Una fórmula equitativa que el hiperbólico y encarnizado violador de CM con seguridad no conocía.
 
Por lo cual me lo imagino como un extremista, un auténtico «combatiente», invasor y rabioso, saltando con el mismo ímpetu guerrero, de las orgásmicas plazas públicas a las alcobas de las doncellas desprevenidas, casi siempre agradecidas por el regalo espasmódico de aquel huracán.
Me lo imagino como un típico dictadorcito latinoamericano, originario de regiones muy testiculares, con una visión unipersonal del mundo, donde puede disponer de nosotros a su antojo como peones o putas, incluso como maricas en cuyas caras puede descargar perfectamente sus rabietas momentáneas. Y todo sin ningún costo.
Sin embargo, y como es natural, no todo es malo en la psicopatología de estos personajes esclavistas: también pueden hacer alarde de un discurso religioso castigador y moralista, defensor público de “aplazar el gustico”. Represión que, cómo no, va normalmente acompañada de prácticas transgresoras igualmente intensas y malsanas.
 
¿Se imaginan el tamaño de la pecaminosidad de Alejandro Ordoñez? ¡¡Pago por ver!!…
En la Montaña Rusa que es la vida de estos histriónicos individuos, al teflón de moralina y fusilamiento con el que logran mantenerse como momias, invulnerables a las leyes por años, tarde o temprano le aparecerán rastros de humanidad. Con la amenaza de un derretimiento total de la envoltura, si en el caso de «Él» a una amiga mía excanciller (Dios no lo quiera) se le da por mostrar las cicatrices que le dejaron aquellas ubérrimas experiencias.
Finalmente quien lo juzgue a «Él» no será el derecho penal que con destreza ha extorsionado y burlado, sino «el Estado de opinión» que tanto amó. Típica ley de Murphy.
Porque de una cosa si podemos estar seguros: lo de CM no fue un caso aislado de las arbitrariedades del mayúsculo “Él”, sino apenas la muestra de un carácter amancebado en el atropello y el abuso, que más temprano que tarde tendrá que mostrarnos públicamente y sin pudor sus auténticas y autoproclamadas «carnitas».
Y ante ese gesto verdadero y humano, entonces, y con el «Corazón Grande» que promulgó y nunca tuvo, le perdonaremos. ¿Y tú Claudia?…
Marlene Singapur

http://gusanoenlafruta.blogspot.com
msingapur@yahoo.es

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.